La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aula sin muros

Bailando el rock en el vientre de la madre

La música, en su versión moderna, la inventaron los musulmanes. Envainaron las cimitarras y se armaron de laúdes precursores de lo que luego sería la guitarra compañera del flamenco, el bolero, la isa canaria o el tango. Con el nuevo instrumento de madera, en forma de curvas de mujer (eterna unión de inventos de seducción hacia la mujer que se quiere o pretende) encordado, inundaron regiones y feudos europeos con, hasta ese momento, desconocidas canciones de amor. En este sentido la melodía fue más contagiosa que una idea como hechizo de enamorados. En ellos se fijaron los trovadores, predecesores, de los tunos de la "sopa boba" que se dedicaron a rondar a doncellas y mujeres debajo de las vidrieras y almenas de los castillos. Los señores, entretenidos en asuntos de guerras, muchas de las veces por menudencias de linderos, rencores de amores, o simplemente para probar nuevas armas o pendones, hacían la vista gorda y les permitían sus correrías de cantantes desarrapados, entre otras razones, porque dejaban a sus esposas bragadas con candados de castidad.

La Iglesia, temerosa de que infieles y trovadores de músicas lascivas, se hicieran con el monopolio de las nuevas armonías, propagó el gregoriano. Lo inventaron los monjes, primeros en salmodiarlo entre virutas de sahumerio, en monasterios donde vivían al calor de lumbres y sopas calientes mientras la plebe se moría de frío al pairo de crudos inviernos y de hambre por inmisericordes sequías de tierras baldías y campos ruinosos. En el Renacimiento proliferaron nuevas músicas interpretadas por juglares para reyes y cortesanos gotosos de tanto comer carne condimentada. Fue el tiempo en que escritores de fama le concedieron a la música beneficios para el temple del ánimo. Así el propio Cervantes puso en boca de una moza, en el inmortal Quijote, que: "?me acogía al entretenimiento de leer algún libro devoto, o a tocar un arpa, porque la experiencia me mostraba que la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu". Y, otra vez, la Iglesia de Roma salió al paso y, con la intención de amortiguar el impacto de la música palaciega, el papa Gregorio XIII, en el año 1594, erigió a Santa Cecilia como patrona la Música fijando la fecha anual del 22 de noviembre como el Día de la Música. De esta manera en noviembre se juntan el festejo del mes consagrado a las ánimas con el que, con mayor eco, se escuchan los órganos, armonios y escolanías de las iglesias y catedrales. Con ello se le concede a la música una facultad que procede del espíritu. Nada nuevo si nos remontamos, nada menos que a Homero, cuando pone en boca de Odiseo que su canto, acompañado de la cítara, no era una cualidad de los hombres sino de un dios que puso el arte en su mente. En el transcurso de los siglos la música ha representado, y representa, una de las artes e industrias primordiales presentes en todas las colectividades humanas sin distinción de credos, lugares o culturas. De piezas señeras de la música como el último tiempo del célebre canto a la Alegría de la Nona de Beethoven se han apropiado instituciones tan dispares como los defensores del libre mercado de la nueva Europa al elegirla como himno de la Unión, ideólogos de la Revolución cubana o de la nomenclatura china que la difunden, a todo trapo, en sus desfiles y conmemoraciones patrias. Y en la vida diaria ya no resulta nada extraño que esté presente, no solo en los cantos fúnebres de despedidas rituales, sino cuando se despide a un ser querido, todavía en cuerpo presente en un tanatorio o antes de colocar la última corona de flores en el nicho de un cementerio.

El último experimento que se conoce de la importancia de la música en el mundo de los vivos o muertos viene de un aparato llamado "baby-pod". Lo inventó un grupo de ginecólogos de la Universidad de Barcelona. Viene con estuche y un manual de aplicación para introducir en la vagina de la madre, unido a un dispositivo digital, con altavoz, que emite música. En el estudio, realizado sobre un centenar de mujeres embarazadas, se afirma que, con este artilugio, se estimula el área del cerebro responsable del lenguaje de forma que el feto aprende a vocalizar meses antes del alumbramiento. En el experimento los investigadores han descubierto que uno de los grupos de la muestra de fetos prefieren composiciones de música clásica, otros canciones de amor de cantantes hispanos y otro mueve brazos y piernas al ritmo de las trepidantes piezas del grupo Queen. Lo que no está claro es si las distintas respuestas intrauterinas de los, todavía proyectos de "seres en el mundo", se debe a las diferentes melodías, que yo dudo, o a la sonoridad de un estímulo que no distingue entre simple ruido extrauterino o melodía contenida en un pentagrama. Más calmante y provechoso si se ha demostrado que es el que la madre alivie su estrés de embarazada escuchando una composición de Mozart, Bach o suaves melodías de compositores modernos de Rock sinfónico como Vangelis o Pink Floyd. Por eso, digo yo, que resultaría más provechoso destinar mayores esfuerzos e incorporar como currículum obligatorio la educación musical y la consiguiente dotación de maestros de música desde los jardines de infancia y parvularios hasta el Bachillerato. Seguro que será garantía de tener futuros jóvenes, mujeres y hombres preparados para superar las crisis que les depara la vida. Más cultos. Más creativos. Si se les suman otras artes plásticas puede que hasta sirva de inoculación contra el peligro social de la corrupción y la impostura. En todo caso mejor que dedicarse a hurgar fetos a las puertas de su inminente salida, con el primer llanto, a la vida que les espera. Que los dejen en paz en su mundo de líquido amniótico y nirvana.

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