España se ha convertido en una sociedad huraña y dividida. Somos un atajo de adolescentes, esperamos soluciones para problemas irresolubles y no parece importarnos la preparación de quienes quieren ser nuestros gobernantes. Para Cicerón y Maquiavelo, el ejercicio del poder siempre es ambiguo moralmente pero si España se destruye como nación, de nada valdrán sus principios morales. Desde que permitimos que una banda de mendrugos del cine y la música sin formación económica y geopolítica marcara de forma infame cada cuatro años las campañas electorales, la sociedad española ha sido engañada repetidas veces y ha quedado dividida por un discurso cada vez más rencoroso. Velar por los derechos universales exige algo más que hablar, exige ejercer el poder. Y si no, que se lo pregunten a Felipe González, aquel que elegido tras una amenazadora campaña electoral anti OTAN y antiguerra, nos convenció que una cosa era el pacifismo de muñecas durante la campaña electoral y otra bien distinta (mientras gobernaba) era seguir viviendo otros 30 años aislado de Europa y de Occidente. Considero que si el señor González no hubiese tomado esa decisión al margen de los principios morales que definieron su agenda pueril antihazañas bélicas, hubiera puesto en peligro la supervivencia de nuestro país. Hizo bien. Nos reincorporó a Occidente.

Ahora, los mismos que desfilaron con la memez de la ceja y sentaron en la Moncloa al peor presidente de Gobierno de la democracia española, se lanzan a la calle para protestar contra la decisión de Naciones Unidas, de la OTAN y de la Unión Europea de luchar contra los terroristas que matan en nombre del dios del Corán, esos a quienes el presidente de Malí, el señor Ibrahim Keita, ha dicho que no los considera humanos porque hace tiempo que con su comportamiento abandonaron la Humanidad. Nadie ha sido tan claro. La intención de esos viejos portadores de pancartas de la década de 1970, incapaces de protestar en los países donde muchos de ellos viven y llenan sus alforjas, es repetir el fraude que llevó al poder a quien dijo en una cumbre de líderes mundiales sobre el cambio climático que "la tierra no es de nadie sino del viento". No recuerdo ninguna otra vez en mi vida en la que me haya sentido tan avergonzado como español. Estos infames de la ceja y ahora de la pancarta del rencor están enfermos de autoodio, son hijos de madre de sangre contraria, siguen sin saber que pertenecen a España y a Europa, como el tolete director de cine que tras obtener un Premio Nacional en reconocimiento a su obra declaró ante el ministro que le entregó el premio que él nunca se ha sentido español. Cuando le oí, supe que Caín es eterno, y aunque en el siglo XX se encarnó en Hitler y en Stalin, en España se ha reencarnado en muchos imbéciles, cientos de los cuales pedirán que no hagamos nada mientras se siga matando al prójimo. Estarán apoyados por el candidato socialista, un político con pocas ideas propias, lleno de consignas sesenteras y marxistas, cuyas obras escritas caben en media cuartilla y que ha llegado a decir que si llega al poder eliminaría el Ministerio de Defensa.

España es el país más cainita de Europa, como nos dimos cuenta al ver la respuesta colectiva del pueblo francés tras los asesinatos de cientos de ciudadanos que hacían sus vidas en la ciudad del Sena. Para los franceses, la nación es la comunidad de todos los ciudadanos y todos tienen la obligación de defenderla. España es un país fariseo en el sentido bíblico, según el escritor Félix de Azúa, catalán exiliado en Madrid, donde todo el mundo es bienvenido, hasta esos malos profesores universitarios como el secretario general y otros de ese partido comunista que la Sexta y los editorialistas de Prisa apoyan descaradamente. Los de Podéis venden un discurso agresivo, violento y maleducado. Empezó siendo un odio a la casta, pero desde que son parte de la casta juegan a ser antifranquistas, a pesar de que son nacidos cuando quien se hacía llamar Caudillo estaba más muerto que vivo. Son prisioneros del túnel del tiempo: siguen sin enterarse de que Franco murió hace 40 años. Joder, que alguien les diga de una puñetera vez que Franco ha muerto y que llevamos cuatro décadas intentando consolidar una democracia parlamentaria. Decía mi padre que no hay nadie que odie más a España que los españoles. Somos el país donde reside la envidia, no soportamos a la gente que sobresale, una necesidad para tantos mediocres que quieren llegar por primera vez al poder para que todo el mundo sea tan mediocre como ellos, como reflejaba Valle-Inclán. El fascismo y el comunismo son movimientos antihistóricos que renegaron del legado de la Ilustración y construyeron Estados basados en postulados morales que establecían cómo debían ser los individuos. Ni el comunismo ni el fascismo contemplan la existencia de ciudadanos, sino de camaradas y compañeros. En España no queremos ser camaradas ni compañeros. Queremos ser ciudadanos en un Estado liberal y encontrar en la libertad, la igualdad de derechos, la solidaridad y el patriotismo, un sistema de principios que son la esencia de la democracia parlamentaria. Nos engañaron en 2004 y en 2008. No la fastidiemos otra vez. Buen día y hasta luego.