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Sol y sombra

Hollande y el clamor

Tres cuartas partes de los franceses aprueban las medidas de Hollande para combatir al yihadismo. Algunas de ellas, por su cariz autoritario, podrían parecernos difícilmente asumibles desde el punto de vista de los derechos y de las libertades individuales y, sin embargo, no se discuten. El riesgo de que tanto los primeros como las segundas acaben enterrados definitivamente por la horda salvaje y medieval que amenaza civilización y vidas es una alternativa lo suficientemente evidente y terrible para optar por el incómodo remedio frente a la letal enfermedad.

Hollande ha puesto a Francia en pie al grito de La Marsellesa, el vibrante canto de guerra de Rouget de Lisle. El presidente de la República parecía un personaje menor dispuesto a pasar a la historia sin gran relevancia, y ahora se eleva en un pedestal sobre el altar de la patria. El papel del gendarme que siempre deseó Sarkozy ha resultado ser para él, cuenta acertadamente Rubén Amón en una crónica desde París. Como prueba Louis de Funès en la ficción, Francia no ha tenido inconveniente en identificar al flic en el hombre corriente.

Alguien se estará preguntando si en España un socialista sería capaz de hacer lo mismo. Pedro Sánchez, por ejemplo, dada la inmediatez. La respuesta puede esperar a la vuelta de la esquina, pero no hay tema. La hipótesis apenas requiere mayor dedicación porque Sánchez ya se ha encargado de criticar a Rajoy por lo que Rajoy no está dispuesto a hacer ni seguramente hará: dar el paso adelante que ha dado Francia.

Los políticos son el reflejo proyectado por la demoscopia de las sociedades que los eligen, y este país hace tiempo que ha abjurado de principios y determinación en los momentos clave de su historia más reciente.

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