Siempre he desconfiado de quienes no dejan de repetir el mantra liberal de que "donde mejor está el dinero es el bolsillo de los ciudadanos".

Puede sonar a música celestial a mucha gente que tal vez no se para a pensar en las consecuencias de una política que manifiesta una profunda desconfianza hacia el que tan despectivamente llaman "papá Estado". Ese "papá Estado" al que luego tan alegremente recurren quienes lo denuestan para rescatar bancos o cajas de ahorros que sus responsables saquearon o no supieron administrar, autopistas y otras infraestructuras fracasadas, pero que sirvieron para engordar los bolsillos de algunos. ¿Avidez recaudatoria? Tal vez si hablamos del nivel de ciertos impuestos, por ejemplo, los indirectos como el IVA, el más injusto en principio porque afecta a todos por igual. Pero esa avidez del Estado recaudador se vuelve timidez cuando se trata de que rindan cuentas las grandes empresas, que, por ejemplo, sólo tributaron el año pasado a un tipo del 7,3 frente a un teórico 30%.

¿Y qué decir de las multinacionales, que este año pagan en impuestos tan sólo un 6% de sus beneficios en lugar del 28%? Multinacionales que recurren a trucos de ingeniería fiscal para tributar en países donde la presión es más baja o casi inexistente evitando hacerlo allí donde operan y realizan sus mayores beneficios como nuestro país.

No puede decirse que Bruselas se haya dado demasiada prisa en sacarle los colores al Gran Ducado de Luxemburgo, que, cuando lo gobernaba Jean-Claude Juncker firmaba acuerdos con las multinacionales para que tributasen allí a la carta, defraudando a sus socios comunitarios. Si queremos que el sistema de bienestar, la sanidad, la educación, las pensiones o las infraestructuras funcionen, que no que tenga cada uno que pagar el hospital, la escuela, la universidad de sus hijos o suscribir planes de pensiones privadas, como tratan de convencernos algunos, el Estado tendrá que seguir recaudando. Lejos de anatematizar los impuestos deberíamos exigir que la recaudación sea justa y que paguen todos los que ahora con tanta facilidad defraudan, empezando por las grandes empresas y fortunas. Lo demás es hipocresía o pura demagogia.