La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tropezones

Percances I

Hace ya un tiempo tuve un percance, volando en parapente. En realidad, fue algo más que eso. La verdad es que casi me mato.

Estaba rememorando algunos momentos de mi vida, que amontonados sin orden en el desván de mi memoria con el calificativo de "percances", corresponden más bien a accidentes o situaciones que bien pudieran haberme llevado al otro barrio. Dándole vueltas me doy cuenta que hasta podría abrir una subsección, como la de mis "reflexiones viajeras" para tratar únicamente este tipo de vivencias. Por de pronto reseñaré aquí tres de esos percances, todos ellos referidos a mis actividades en vuelo de parapente.

El primero tuvo lugar en Las Coloradas, en uno de mis primeros vuelos, y en el que me vi arrollado por nada menos que un ala delta, pilotada por una chica, más inexperta que yo si cabe. El ala delta pudo zafarse tras la colisión pero yo terminé estampándome contra la pared de una casa, cayendo luego a plomo unos tres o cuatro metros. Aunque no me extrañaría que mi estatura se redujera en unos milímetros, mis compañeros, al verme levantarme por mi propio pie, coincidieron en dictaminar que "todo había quedado en un susto". Por cierto que esa misma chica apareció en los medios poco después, ilesa y encantada, tras haber estrellado una avioneta en un vuelo de prácticas, en el Monte de Las Mercedes en Tenerife.

El segundo tuvo lugar en Los Giles, y fue una simple colisión con un parapente tándem. Afortunadamente, conseguí desenganchar en pleno vuelo los cordinos del ala mía que se habían trabado con los del tándem, y aquí sí que la cosa sólo quedó en un susto. Respecto a responsabilidades de la enganchada, mejor no entrar en el tema, pues el piloto del tándem resultaba ser también mi instructor.

Ese mismo monitor sí tuvo algo que ver con el tercer percance. Estábamos en otro vuelo de instrucción pero había dejado yo ya el parapente de escuela, y volaba con vela propia, de flamante adquisición. En el punto de aterrizaje me aguardaba mi instructor, dándome por radio las consignas para una toma de tierra sin complicaciones. Lo malo es que mi nueva vela era mucho más "flotona" que la de la escuela, por lo que el punto de contacto con el suelo no iba a resultar el calculado por mi instructor, sino que estaba claro que iba a seguir yo en el aire un buen tramo. Hasta el punto que la última indicación por radio fue la de "...caray con tu nueva vela. Mira, búscate un sitio". Yo me busqué un sitio, pero no llegué a alcanzarlo, porque antes me llevé por delante un tendido telefónico, con el que me precipité al suelo. Y tuve la inmensa suerte de colisionar a la altura del pecho, como el corredor que alcanza la cinta de meta, con lo que los cables telefónicos se llevaron la peor parte. De haber sido el punto de encuentro a la altura de mi cuello, no estaría aquí ahora refiriéndoles el incidente.

Como no sé si el estropicio habrá prescrito, me voy a abstener de precisar aquí el punto de la geografía canaria de este último percance, no vaya a ser que encima me caiga arriba Telefónica.

Compartir el artículo

stats