En un sistema político atento a su pasado y riguroso con la protección de su historia sería más que suficiente el mecanismo jurídico de Bien de Interés Cultural para no crear frustraciones, fustigadas por el deterioro de inmuebles de autoría, por cambios de función que contradicen el espíritu de salvaguarda estipulado o por rebajar a la nada la idea de un creador de reconocimiento. En mayor o menor dosis, tal proceder aparece en el cierre y abandono estructural del Pueblo Canario, una construcción del siglo pasado enmarcada en la agitación en favor de iniciativas turísticas que persiguió el pintor simbolista Néstor Martín-Fernández de la Torre, ideadas desde su afán artístico y proyectadas por su hermano Miguel, arquitecto clave en el desarrollo del movimiento moderno español. La conjunción de ambos intereses sería trascendental para llevar a buen puerto el Pueblo Canario y el Museo dedicado a Néstor.

Descubrir qué ha sucedido para que este valor cultural de Las Palmas de Gran Canaria alcance el estadio de decadencia aporta poco. Lo suyo sería conocer si existe o no una actuación por parte del Ayuntamiento capitalino para frenar la dejadez del complejo, más allá de la singular idea de contratar un catering para atender a los turistas sedientos que acuden hasta el Pueblo Canario atraídos por el lugar destacado que ocupa en la guías turísticas. Pero no solo se trata de hostelería ni de tiendas que pongan a la venta productos típicos, sino también de arrimar el hombro de una vez por todas para sacar de su letargo al Museo, y no por incapacidad de su dirección sino por la racanería.

Restaurar el complejo y atender con celo las necesidades de la institución museística son dos cuestiones que van parejas: en la sala de arte están sus conocidos Poema de la Tierra y Poema del Atlántico, sus escenografías, sus diseños de trajes, entre otras creaciones, pero también se encuentra el primer boceto del Pueblo Canario, aparte de otra documentación relevante, en su mayoría cartas, que contribuyen al conocimiento de la propuesta matriz para potenciar el turismo de Gran Canaria. Un programa que culminaría el arquitecto Miguel Martín dada la muerte prematura a punto de cumplir los 51 años de su hermano.

Con años de antelación, Néstor acomete tras su estancia en la Península y en el extranjero una misión similar a la que abordaría Manrique con Lanzarote, si bien el primero desde una lectura personal bautizada como neocanario, y el segundo desde la unión de arte y naturaleza. En el plano arquitectónico, el grancanario se desliza hacia un porte neocolonial, patente en las piezas angulares de su programa regenerador, es decir, buscar una fuente de riqueza para la Isla. El artista simbolista figura como vocal del Patronato de Turismo, y desde allí trata de promover la construcción del Pueblo Canario, la reforma del Hotel Santa Catalina y el Parador de Tejeda. Todo ello con la intervención de su hermano Miguel que, tras su adscripción al racionalismo, se une al estilo autárquico del franquismo hasta revalorizar después el neocanario. La influencia del arquitecto en el desarrollo urbanístico de la capital sería providencial para las ideas de Néstor, ya que las propuestas fueron construidas una vez fallecido el artista bajo la supervisión profesional de Miguel Martín.

Establecer las conexiones entre Néstor y su hermano, entre ellos y el Pueblo Canario, no es una cuestión baladí. Se trata de reforzar el significado del complejo en el ámbito creativo, proyectual y socioeconómico, en el papel del mismo como elemento seleccionado por las autoridades para acometer un programa de progreso. Arte, urbanismo, arquitectura y economía iniciaban, en cierta manera, un camino que todavía hoy mantiene una vigencia absoluta: lograr ser los más competitivos en un mercado tan discutido como el turístico. En este sentido, el Pueblo Canario no es en modo alguno una infraestructura obsoleta, sin contenido que aportar. No, la obra del tándem Néstor y Miguel Martín cumple, por supuesto, una misión de asueto y ocio con su bodegón, pero también constituye una referencia inequívoca de los movimientos sociales y económicos que han dirigido el transcurso de la Isla.

Por tanto, en atención a su calificación de Bien de Interés Cultural, el Pueblo Canario va más allá de un simple pieza para el fomento de la hostelería. De hecho, frente a él reside la obra del artista canario emblemático del simbolismo internacional, mérito al que le acompaña su esforzado trabajo en pos de la modernización de la economía. También a su vera está el Hotel Santa Catalina, inmueble que hunde sus raíces en la presencia británica en Gran Canaria y el primer turismo british del que tanto escribieron Alonso Quesada y Tomás Morales. Y todo ello enmarcado en el barrio residencial de Ciudad Jardín, apoteosis de la etapa más racionalista de Miguel Martín, y por desgracia otro ejemplo de maltrato en lo que se refiere a las viviendas que diseñó. Este cosmos artístico y arquitectónico necesita recibir unas directrices delicadas, un rescate que ponga el énfasis en las cabezas que lo ejecutaron, en sus creadores. El turismo de la papa arrugada y de la folía debe ser solo un complemento.

Tampoco debe quedar fuera el impulso futurista de Néstor, alguno tan sobresaliente por actual como el acuario. El artista soñaba con una ciudad con equipamientos como el conservatorio folclórico, un complejo museístico con secciones de antropología o etnografía, un teatro de la naturaleza o un jardín botánico. Unas dotaciones que se repartirían desde los límites costeros y que ocuparían las laderas superiores al Paseo de Chil. El Pueblo Canario, afectado ahora por el cierre y el abandono, a la espera de una revitalización, pertenece a este mundo donde lo realizable se cruza con lo soñado por Néstor. Hay que darle, por lo tanto, una segunda oportunidad al Pueblo Canario.