Escribe y habla muy bien Íñigo Errejón. Tiene una formación intelectual poderosa. Se esté o no de acuerdo. Es brillante y vibrante. Hace días sacaba un artículo en El País titulado Desprecio plebeyo Escribía a propósito de la polémica surgida en torno al despliegue gestual que acompañó a la presencia de Podemos en la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados. Resuenan en Errejón, como no podía ser de otro modo, orientaciones y conceptos de algunos de los más destacados filósofos políticos de la izquierda europea, como Rancière o Agamben pero, sobre todo, Ernesto Laclau, fallecido hace un par de años, y Chantal Mouffe. Algo menos quizás Badiou y su compleja, francesa y matemática armazón en torno al acontecimiento político.

Sé, de hecho, por amigos comunes, como Jorge Alemán, que el número dos de Podemos tiene ahora en preparación un extenso libro de conversaciones con Chantal Mouffe, la inteligentísima autora belga, viuda de Laclau por cierto. Ambos autores se hicieron un rápido hueco hace décadas en la escena intelectual internacional con el famoso ensayo Hegemonía y estrategia socialista. Fueron conceptualizados como postmarxistas y gramscianos. Y se empeñaron en introducir el papel de las pasiones en la política como un elemento sustancial que no resta lugar al corpus racional sino que, al contrario, lo completa. Porque hay que dar cuenta del fondo indecidible de toda decisión, de la dimensión del goce negativo, la servidumbre voluntaria, lo fantasmático encaramado al juego de la política... Hay que tratar de comprender. Por eso algunos seguidores hispanos hablan, por ejemplo, de enamorar a Cataluña, de la seducción.

Me permito decir que la primera intervención de Laclau y Mouffe en España fue en Las Palmas de Gran Canaria, en el Seminario Atlántico de Pensamiento. Ambos vinieron a dos ediciones consecutivas. Ahí está la web y los libros editados. Laclau era muy entretenido, además, con un fantástico sentido del humor. En una excursión a Tejeda contó una genial anécdota sobre el intento de su padre, prestigioso abogado bonaerense, y del escritor Enrique Larreta de conocer a Unanumo en Canarias en una escala de su barco por las Islas durante la dictadura de Primo de Rivera. Lo curioso es que esa anécdota nos la contó Laclau montado en una Harley-Davidson. Hay una foto divertida, con Chantal detrás. La moto estaba en el aparcamiento próximo al Roque Nublo, creo, él se subió con ahínco y continuó charlando así un largo rato, además.

Dos de los mas prestigiosos pensadores de la izquierda radical, de pronto en plan "Easy Rider", que no es exactamente el tipo de subversión que propicia el cambio social. En la comida lo hablamos: lo lejos que estaban sus planteamientos conceptuales en torno al concepto de hegemonía e incluso de populismo (Laclau hizo en sus últimos tiempos una reformulación sofisticada de este término para tratar de extraerle un potencial transformador) de lo que podían representar los rebeldes sin causa o los rebeldes primitivos (el bandolerismo, las sociedades secretas rurales, las turbas urbanas) y cómo él nos habló desde la Harley, símbolo de la estética de la rabia. "Las Harley no son lo que eran. Muchos bróker ya las tienen. Ésta es la mía", bromeó.

Lo digo porque en España la cosa va de gestos. Andamos en la fase de gestos en la política española. Así que a expensas de la convocatoria de nuevas elecciones o de que los sectores del PSOE propicios a la gran coalición con el PP triunfen y el acuerdo se dé, lo que tenemos son gestos y más gestos. Una colección de movimientos que rellenan con pretensiones simbólicas la inacción presente pensando en lo que viene. Un bebé en el hemiciclo (cierto que es una imagen con un potencial inmenso, la vida ahí arrojada...), un peinado rasta por delante de la bancada azul, gestos mitineros, un Rey que no recibe a una presidenta de Cortes autonómicas, juramentos que eluden frases obligadas o incluyen otra desafiantes. Aunque sean cosas nuevas, incluso cosas nunca vistas, y desde que el capitalismo expandió la dimensión de la mercancía hasta la formación de las subjetividades, los gestos se desvanecen. O así ha venido siendo.

Errejón, sin embargo, quiere dotar a las estéticas distintas que invisten a los diputados de Podemos de trascendencia: la llegada de un cambio profundo, de esa segunda Transición. Fue, añade, la implosión de un tipo de lenguaje político y hasta corporal que, en esa sesión de investidura, se convirtió en referencial, haciendo girar todo sobre sí -es cierto- y posicionándose para aspira a la hegemonía, a representar a una mayoría social en sus formas y contenidos. La irrupción imprevista de la plebe en el salón, es así como ocurren los avances democráticos, sostiene. El número dos de Podemos está convencido de que esa puesta en escena no fue una performance más en un mundo saturado de ellas sino una batalla cultural ganada: que de pronto ciertas estéticas volvieron a recobrar su sentido primigenio y lo significaron. Bueno, a mí me pareció muy fresco verlos, al de Tenerife y a todos, más aún por contraste con el envaramiento cursi, e incluso casposo, de mucho diputados, que parecían jefes de planta de grandes almacenes. Me divirtió. Tenía su simbolismo, de eso no cabe duda.

Sin embargo, después del Mayo del 68 el capitalismo capturó la cultura popular y la naturaleza de la gestualidad política se volvió paradójica. Pretende siempre marcar distancias y, por su dimensión escénica, parece que lo hace tajantemente: los gestos brillan mucho en sus diez minutos de gloria warholiana y son luego celebrados por los acólitos. Pero, nada más hacerlo, viene a la luz desde un fondo cercano lo que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias. Y todo se desvanece. No existe la dirección única, ni hay gesto que mantenga su sustantividad. Hoy el uniforme del capitalismo avanzado son los vaqueros y camisetas: cada nuevo Mac lo presenta un tipo calzando unas Nike. Y al revés, todo objeto con un exceso de pompa, que denote explícitamente suntuosidad, adquiere el regusto de los bajos fondos: una amiga tiene una cubertería de piezas bañadas en oro, herencia, y de broma la llamamos la "narco-cubertería": usarla una vez nos hizo sentir miembros del cartel de Sinaloa? Ha sufrido un desplazamiento radical. Hoy las significaciones cambian todo el tiempo de sentido.

Ahora bien, quizás estemos asistiendo ahora a una nueva vuelta de tuerca en la historia universal de los gestos (jugando con un título de Borges). Y esto puede resultar apasionante desde el punto de vista de los comportamientos sociales. ¿Hicieron los gestos de Podemos en el hemiciclo el mismo recorrido vacuo de las cuatro últimas décadas? ¿Es posible que Errejón esté en lo cierto, y que unas estéticas alternativas -correlatos de éticas políticas- que habían estado saliendo de la calle para entrar casi de inmediato en las pasarelas de moda o los anuncios de coches durante décadas, estén recobrando su potencial revulsivo y librándose del desnatamiento mercantil que las secuestró? Por seguro eso no puede darse. Pero tampoco sería descabellado pensar que la crisis de 2008, al revelar el dolor tan grande que puede infringir un modelo de economía (mercado sin Estado) que se alzó sin rival tras la Guerra Fría, cuyos mentores reafirman de nuevo enrocados y al que no se le opone límite exterior alguno que lo regule, comience a crear contrapesos interiores. Por puro instinto de supervivencia. Aunque no estén pensados como tales contrapesos por sus actores, que se oponen, sino como alternativas al modelo. Y eso no está exento de su propia teatralidad.