La Provincia - Diario de Las Palmas

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Vientos de cambio y celebraciones

La gala de los 30os Premios Goya empezó con un número musical que en su arranque recordaba al programa de televisión Un, dos, tres? responda otra vez. Hacía presagiar lo peor. El género musical es patrimonio del cine de Hollywood, los grandes números en las buenas películas, además de exhibir virtuosismo, están integrados en el guión para hacer avanzar la historia. El programa de Chicho Ibáñez Serrador recurría a ellos, básicamente, para tener una excusa de poder mostrar las carnes del cuerpo de baile femenino. Incluir números musicales en las ceremonias de los Goya es un riesgo, no suelen ser virtuosos ni en letra ni en música y llevan adheridos una etiqueta que pone "casposo" a la espalda que difícilmente se despega. Ese número con que arrancó la ceremonia de los Goya, no obstante, mejoró en su segundo tramo.

La gala fue irregular como siempre. Con Twitter y vino se ve mejor. Dani Rovira aguantó el tipo sin la frescura de su primera intervención el año pasa-do y Joan Manuel Serrat interpretó Los fantasmas del Roxy en la actuación principal. A mí me gustó, pero también es cierto que la Academia pide a gritos desde la crisis un relevo generacional al que la propia institución se resiste. Al oportuno recuerdo a Luis Buñuel del final le sobró la puesta en escena con tamborileros, con permiso del genio de Calanda. ¿No hubiera sido mejor poner en valor su cine editando fragmentos de sus obras maestras?

Los académicos deberían cambiar el punto de vista y pensar más en el espectador al que aspiran a llegar. El discurso presidencial siempre me recuerda a las juntas de propietarios de los edificios. Con Antonio Resines de presidente, identificar el momento con series como La que se avecina es casi inevitable. El tiempo de los discursos ha sido este año especialmente polémico. Ricardo Darín lo lamentó sobre el propio escenario al recoger su Goya. La decisión de obligar a los premiados a terminar sus discursos a golpe de música y plano general televisivo es discutible. Más cuando no se aplica a las primeras entregas y sí a las últimas, donde quienes suben al escenario son los premiados considerados más importantes. En este contexto, no es raro escuchar voces que afirmen que lo más emotivo fueron los discursos de Miguel Herrán y Daniel Guzmán, actor y director de A cambio de nada. Cierto que fueron emotivos, pero es que los demás hablaban con la guillotina de la música lista para caer sobre sus cabezas.

Han tenido que pasar 30 años para que Canarias ocupe una parcela de protagonismo en la gala de los Premios Goya. Así que hay que congratularse sin tirar voladores. Hoy soplan en las Islas esperanzadores vientos de cambio respecto al desarrollo de su sector audiovisual. No es algo nuevo en la historia de la Comunidad Autónoma y, por ahora, solo son palabras. Canarias vive su mejor momento de rodajes desde la invención del cine en 1895. Muchos de los que hemos escogido trabajar en el cine desde las Islas pedimos a los políticos que se exijan a sí mismos y sus técnicos en las administraciones públicas un alto nivel de competencia profesional. Trabajar siempre con el horizonte de favorecer el cine en Canarias y a los más cualificados profesionales de las Islas es el único camino con garantía de éxito y progreso para una actividad con enorme potencial de crecimiento y beneficios para los canarios.

El productor de Las Lagunetas, Andrés Santana, se ha llevado su cuarto Goya. Veintiséis años han pasado desde sus dos primeras nominaciones y veinticuatro desde su primer premio. Muy pocos cineastas españoles pueden presumir de haber sido nominados quince veces. Las diecinueve películas de Santana como productor -en otras funciones ha trabajado en unas cien- han estado nominadas un total de ochenta y un veces. Con los cuatro Premios Goya por Nadie quiere la noche de la gala del sábado, sus filmes han recibido ya un total de treinta Premios Goya.

Compartido con Santana, Marta Miró también subió a recoger el premio a la Mejor Director de Producción por el filme de Coixet. Un primer Goya merecidísimo para una profesional de bandera, madre de artistas (Kira, Ciro y Sara Miró), que empezó su carrera en 1992 de la mano de su hermana María Miró, ayudando en tareas de producción de Los baúles del retorno (1994), y que al poco se trasladó a Madrid para no dejar de trabajar en el cine y la televisión hasta hoy. Marta Miró se trae producciones a Canarias cada vez que encuentra la oportunidad.

El otro canario con Goya en la 30 edición fue Paco Rodríguez, autodidacta de la peluquería de cine, que empezó en el sector de la mano del Colectivo Yaiza Borges a mitad de los 80. Rodríguez, que suma cinco nominaciones, ve así recompensado por fin su trabajo gracias al filme de Coixet, que empezó rodando en condiciones extremas de nieve y frío en Finse (Noruega) y terminó plácidamente en su isla, Tenerife. De Canarias a Madrid en 2001 para filmar Hable con ella, de Pedro Almódovar, y, en los últimos años, de Madrid al mundo en producciones internacionales, la más grande hasta ahora Los 33, sobre los mineros sepultados en Chile en 2010, pendiente de estreno en España. El lagunero no descarta trasladarse a vivir fuera de España si le surge la oportunidad.

Finalmente, las dos estatuillas para Palmeras en la nieve, a la Mejor Canción (Pablo Alborán, Lucas Vidal) y la Mejor Dirección Artística (Antón Laguna) no hacen justicia a la película comercial más ambiciosa del cine es-pañol en 2015. Palmeras en la nieve es un trabajo histórico para las Islas, pues ha sido el filme español más caro rodado en el Archipiélago, con diez millones de euros de presupuesto. Pero la película producida por el gran-canario Adrián Guerra puso su primer objetivo en la taquilla. Y con cerca de quince millones de euros de recaudación hasta hoy, ha superado la prueba con sobresaliente.

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