La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Breverías 18

En la redacción de los periódicos es sabido que la crónica de sucesos suele ser la sección que se asigna a los periodistas noveles para que vayan haciendo sus pinitos. Por ello no ha de extrañarnos que por ejemplo en la reseña de un incendio donde el vecino escapa de milagro, y su familia es felizmente rescatada de los restos humeantes, el plumífero novato cierre su artículo con la manida fórmula: "Menos mal que al final todo quedó en un susto".

Pues chiquito susto, usted.

Empiezan a proliferar en nuestro entorno los desfibriladores, para atención de posibles infartados: en los puestos de socorro de las playas, en aeropuertos, etc. En países como Suecia incluso están presentes en algunos taxis, o en la coronación de monumentos sin ascensor visitados por turistas.

Pero todavía no he visto ninguno donde más falta harían; a la salida de las oficinas de Hacienda, o de los talleres de reparación de coches.

Fui testigo el otro día de una escena que no sabría exactamente cómo definir, pero que por sus componentes de ternura y surrealista humor negro me trajeron a la memoria alguna secuencia de cintas magistrales como Plácido o El cochecito. Vi arribar al cementerio próximo a mi casa una comitiva mortuoria, cuyos deudos acompañando al féretro eran a las claras de extracción modesta. Consciente del código de luto riguroso, uno de los allegados lucía una camisa del preceptivo color negro. Lo malo es que, posiblemente por falta de medios, la única que había encontrado en su fondo de armario ostentaba en su dorsal un aparatoso murciélago de Batman, de un clamoroso amarillo chillón.

(De haberle visto a tiempo le habría sugerido que se la pusiera del revés).

No recuerdo las coordenadas de la siguiente anécdota, pero pongamos que los rusos le remiten a un laboratorio americano un filamento de acero, para ver si éstos son capaces de reproducir un hilo tan extraordinariamente fino, fruto de la más avanzada técnica soviética. Como respuesta, les es devuelto el objeto al cabo de poco tiempo, corroborando con ello los rusos el fracaso de la tecnología yanqui. Hasta que proceden a pasar la hebra de acero por el microscopio, y observan estupefactos, que ha sido convertida en un queso de gruyere, perforada en multitud de puntos, con agujeros de los más variados calibres.

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