La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

En voz alta

Demagogia y populismo

La economía tiene que crecer", ese es el principio que mueve los resortes del mundo y que toma forma en la falacia de que solo el trabajo da de comer y colma los anhelos. Por eso nos creemos esa otra mentira: que el trabajo dignifica, y es mentira porque no es digno cuando evita el bienestar, la salud, la alegría y la felicidad que todo ser humano merece por el hecho de serlo, cuando roba tiempo a la vida, cuando rompe la familia, cuando obliga a los niños a crecer en brazos de extraños, cuando regula y legisla la opresión, cuando iguala en sometimiento, cuando anula, cuando explota, cuando no es más que un derecho lejos de la satisfacción del desarrollo humano. Pero ahora es populista y demagogo hablar en estos términos, o referirse a élites y oligarquías, porque estamos enfermos, ciegos de conformismo; tanto, que nos resulta inalcanzable lo que debiera ser natural y aceptamos lo que otros señalan como única opción hasta narcotizarnos de tanta mentira consumida; zombis del siglo veintiuno, que mantenemos el palo en la mano del amo al grito inconsciente de "esclavíceme, por favor", porque no sabemos vivir sin el miedo metido en el cuerpo.

También es populista y demagogo decir esto, como lo es hablar de derechos, y de cambio, y de libertad, porque eso no es de ahora, porque esas son aspiraciones utópicas retrógradas y radicales y nos alzamos con rabia y crítica feroz e insultante contra quienes nos recuerdan que la vida es otra cosa. ¡Y cómo necesitamos ser radicales?!; porque no es posible estar en dos circunstancias a un tiempo. O se ama o no se ama, no hay más. Está pasando; lo estamos viviendo, por eso es tan difícil hacer andar a este país, porque preferimos la farsa de los gobiernos corruptos que mienten en aras del interés general que siempre es, en realidad, particular; que se pliegan a esas élites y alimentan su hambre voraz; que son temerosos del dios dinero, anunciando como cataclismo el posible fin de su mundo de tropelías y maldades; que lamentan los conflictos en los países a los que han vendido hipócritamente sus armas; que glorifican a los empresarios criminales, explotadores de las manos inocentes de los más débiles en las naciones en las que la vida humana no vale nada. Preferimos el miedo de los políticos que buscan maquillajes y caminos intermedios, no vaya a ser que abrir la mano del todo, con total generosidad, conduzca a ver mermado su propio confort; y preferimos también la inercia cotidiana y destructiva de la sociedad de consumo, que evita el movimiento imprevisto por si acaso sale mal. Y encima nos tragamos los embustes de los medios de comunicación, que dibujan un mundo lejano con sus colores suavizados para que nos pase desapercibido el inmenso dolor que causamos a la mayoría de la humanidad con nuestra forma de vida, para no espantarnos de una imagen que nos revela a una especie esclava y pobre, porque quienes viven en el tercer y cuarto mundo lo son, esclavos y pobres; quienes vivimos en el primero y en el segundo, si lo hay, somos esclavos y pobres con cosas, pero lo somos también. ¿Demagogia y populismo? Y la única justificación del inmovilismo, del llamado voto útil, de la defensa ciega de una ideología, del veto a lo novedoso y de otras excusas es la pregunta trampa "cómo se hace", y como este sistema podrido no da la respuesta, elegimos soportar lo imposible porque lo posible nos lo arrebataron y ya ni lo respetamos ni lo amamos ni nos importa. Hoy miramos a otro lado ante el dolor humano que supura por todos los rincones del planeta por causa de la puta economía de mercado y el sacrosanto crecimiento que sostiene el primer mundo. Pues yo me cago en el primer mundo en el que vivo, al que sin querer, inconsciente de mí, habré alimentado cientos de veces a lo largo de mi vida y al que solo puedo definir de un modo: la vergüenza. Yo también soy culpable.

Compartir el artículo

stats