La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Danza Residencias SIT

Hacer, deshacer, y a veces, rehacer

Es una verdad como una templo que a todos no nos cunde el tiempo de la misma manera. Como muestra tomemos el partido que los bailarines Samuel Déniz y Mar Rodríguez han sacado a la residencia artística que durante algo menos de dos semanas y a un ritmo de nueve horas diarias los ha mantenido recluidos en la Sala Insular de Teatro. Habían decidido dividir la residencia en dos partes: una semana para indagar y la otra para seleccionar y pulir los descubrimientos que hicieran a lo largo del proceso de creación. El propósito era tomar conciencia de las propias rutinas corporales y sacarles el mejor partido posible. Requiere valor. Diez días eran poco tiempo para dos bailarines que no habían trabajado juntos antes, pero sin embargo, en Habitus se respiraba escucha mutua; había belleza, significado.

Importa decir que estas residencias artísticas no solo brindan a los bailarines la oportunidad de centrarse en la creación; además, ofrecen al público la posibilidad de conocer una obra cuando está en proceso de gestación. En estos casos podemos ilusionarnos tanto como cuando conseguimos uno de esos documentales del tipo "así se hizo" tal o cual clásico del cine o del rock, pero con el añadido de que nosotros podemos, además, disfrutar intuyendo qué instantes quedarán, qué movimientos de los que hemos visto serán descartados y cuáles serán, por el contrario, rehechos.

El solo de Mar Rodríguez que precedía a la inolvidable entrada de Samuel Déniz comienza como un día cualquiera para alguien que tiene que ajustarse a horarios implacables. Se incorpora, se viste en escena y luego... se mecaniza a sí misma, pero tensionándose, violentándose incluso. Parece que son estas rutinas cotidianas las que ella coreografía cuando hace con sus brazos veloces movimientos que a veces se vuelven espasmódicos. Tras estos, en ocasiones se quedaba inmóvil durante un instante, antes de volver entregarse a un dinamismo imposible de disfrutar. Cuando sacudía frente a nosotros sus manos alzadas recordaba a quien apoya con un gesto su deseo de borrar viejos hábitos inútiles. Imagino que durante aquellos primeros minutos la pregunta que se iba articulando en las entrañas del público era, ¿y cuándo llegará la parte amable?

Esa parte llegó precedida de un poco de silencio y la amplificó la música de Miguel Bellas. En claro contraste con el áspero metrónomo que antes impulsaba a la bailarina a seguir adelante sonaron los acordes de una guitarra acústica. Ese era el momento de responder con la danza a la pregunta clave que ella misma había recordado durante el valioso coloquio que siguió a cada una de las funciones. "¿Qué pasa cuando no tienes nada que hacer y eliges estar en el estar, sin hacer nada?" Anduvo un rato girando sobre sí misma con las manos en los pequeños bolsillos de sus pantalones estrechos. Se dejaba estar, permitiéndose ceder en parte al peso de la gravedad; y también pareció suspender su efecto por un instante, haciendo retroceder una pierna detrás de la otra y a continuación volviendo a girar con la misma inercia, pero esta vez ralentizando inesperadamente ambos movimientos. Si la memoria visual no me falla, la parte en la que ambos bailaron juntos respondía al mismo esquema. La misma expansión al final, la tensión al comienzo y la calidez en medio. El intercambio de miradas entre ambos, al entrar él, fue mágico también. Luego ella le marcó el ritmo y él obedeció sin esfuerzo. La centenaria historia de la danza se renovaba cuando él la levantaba para que volara y cuando ella probó a hacer lo mismo con su partenaire.

Compartir el artículo

stats