Cuando lo conoció sabía hacer exactamente lo mismo que ahora, peinarse. Bueno, no es cierto, ahora también sabe abrocharse los cordones. Pero eso sí, el pandillero de barrio se ha entrenado con ahínco en la conquista de mujeres de vidas resueltas, con capacidad económica para mantener sus caprichos. Le atraen las que piden a gritos un brazo fuerte para exhibir hombre en actos sociales y no más. Para eso es un crack. Regalitos, compañía y falsa admiración. Han sido muchos años de aprendizaje para dejar un cabo suelto: ponía y pone el ojo en mujeres por encima de los 45 años, a las que les lleva unos cuantos. Es su caladero. Con una tuvo un hijo, el segundo de ella, a la que, por supuesto mandó a la mierda desde que ella dejó de ser la mujer divertida y despreocupada que era. Ya no le divertía. Los destrozos con faldas que ha dejado a su paso son numerosos, entre las que debemos incluir a su muy despistada esposa que vive en el mundo de la burla en el que la instaló su amorcito. Dos de ellas compartieron relación al tiempo; ambas le servían para disfrutar de grandezas de medio pelo, hoteles, viajes, cenas y el mundo Gucci o Armani. Un tipo que lo más lujoso que había lucido era una guayabera reversible, eso le volvía loco. A una pobre la arrastró; la utilizó de tal manera que la llevó a la ruina profesional. Ahora, con pose de cantante antiguo, busca en las redes mujeres susceptibles de ser impresionadas por su varita mágica. Lo último: ha puesto el ojo en dos señoras experimentadas vinculadas a la política que no saben el peligro que corren. Para epatar cuenta intimidades de sus relaciones con una y otra y otra y otra. Pronto contará las de ellas. Lo tenemos calado.

Lo que se dice un caballero.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com