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Crónicas galantes

Ventajas del Gobierno interino

Insensible a la ausencia de Gobierno, el Producto Interior Bruto ha crecido un 0,8 por ciento en España durante el primer trimestre del año: más de lo que las propias autoridades provisionales esperaban.

La mano invisible del mercado sigue funcionando como si tal cosa y, aún mejor que eso, el personal se goza en la tranquilidad de saber que hasta dentro de unos meses -o con suerte, un año- no habrá Consejo de Ministros que le amargue la vida cada viernes. Nadie parece echar de menos, desde luego, la ausencia de un jefe al mando del tenderete; y menos que nadie las fuerzas que mueven la economía.

Esta debe de ser la única vía de aplicación del liberalismo en este país, tan amante del paraguas del Estado. Al no haber gobierno, se reducen drásticamente las posibilidades de que los gerifaltes al mando saquen decretos, promulguen leyes y reglamenten aún más de lo que ya lo está la vida de sus administrados. Tampoco tienen ocasión de meter la pata, como a menudo suelen hacerlo. No es exactamente el "laissez faire, laissez passer" al que apelaban los fisiócratas franceses contra la intrusión del Estado en la economía; pero aun así, nos vamos apañando.

Algo así había sucedido antes en Bélgica, que al comienzo de esta década estuvo más de 500 días sin gobierno por un embrollo electoral semejante al que ahora acaba de forzar la repetición de las votaciones en España.

Durante ese año y medio largo de interinidad en el mando, los buenas noticias económicas se sucedieron para felicidad de los belgas. El paro bajó del 8,2 al 6,7 por ciento; la producción creció casi cinco puntos y el PIB por cabeza batió su récord histórico, lo que supone un mérito añadido si se tiene en cuenta que tales mejoras se produjeron en plena crisis financiera internacional.

La explicación a esta paradoja es asombrosa, de puro sencilla. Consiste en que la Comisión Europea, que entonces ordenaba recortes y otras penitencias a los países de la UE, no pudo imponer su catecismo del ahorro a Bélgica por la mera razón de que estaba sin gobierno.

El Estado siguió funcionando, naturalmente; pero la economía marchó a su aire con las benéficas consecuencias que los belgas constatarían al cabo de esos 500 y pico días de inesperada bonanza. Nada que ver, por supuesto, con la caída del PIB y el aumento del paro que sufrieron en aquel momento la mayoría de las demás naciones europeas, como bien sabemos -sin ir más lejos- en España.

A este caso digno de estudio habría que sumar aún el más cercano de Portugal, que vivió una situación parecida en los meses que siguieron a la restauración democrática del 25 de abril. Harto de que nadie atendiese a sus decretos y órdenes, el Gobierno presidido en 1975 por el almirante Pinheiro de Azevedo decidió declararse en huelga. Cuentan los nostálgicos de aquella época que el mes y medio en que Portugal tuvo a sus gobernantes de brazos caídos coincidió con una bajada de precios, una subida de sueldos y hasta una mejora general del clima (aunque en esto último tal vez exagerasen un poco).

La regla no escrita parece repetirse ahora en España, donde el PIB crece incluso a mayor ritmo del previsto por el Gobierno que no puede gobernar. No queda sino confiar en que la interinidad del poder dure al menos hasta el año 2018. A ver si se nos pega la buena suerte de los belgas.

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