Cuando los números salen de estadísticas y estudios económicos van sin nombre y apellidos. Por eso son números. Es la forma de medir lo importante sin remangarse en pormenores, sin que te afecte mucho y, además, a los periodistas siempre nos resuelve el titular.

Los números son también un escondite perfecto. El preferido de gobernantes y aspirantes porque hablando de cifras de paro, mini sueldos o miserias se ahorran hablar de personas.

No me veo yo a la vicepresidenta Soraya en la rueda de prensa de cada viernes contando las virguerías de nadie para llegar a final de mes o las noches que lleva de insomnio cruzando los saldos del banco.

Y no digamos, los muy puñeteros, cuánto de útiles son para que cada cual los amolde, hasta retorcerlos, con el fin de cuadrar su discurso. Todo un invento, que para eso están. Para manosearlos y sobarlos bajo el elegante vestido del rigor. Porque, ya saben, si lo dice una cifra, todo el mundo al suelo y no hay nada más que hablar.

Pero cada cifra que escupe la crisis se estampa en la cara de quien la padece. Una cosa son los datos macro, como los crecimientos del PIB al 3% en los que dicen que estamos, y otra que los grandes números pasen delante de ti, sin rozarte.

O cuando sale el paro registrado, ese listado de método discutible vomitando números que interpretan los gobiernos según resultado: si baja, a colocarse la chapa de campeones y si sube, a repetir aquel eslogan tan recurrido de solo nuestras políticas harán que las cosas mejoren.

O cuando el INE sentencia que el 28% de los canarios está en riesgo de pobreza. Manera rápida de despachar una situación cuando, una a una, le toca de lleno a casi 600.000 personas de las que vivimos aquí. Agradecidos que son los números para evitar los detalles.

Y también cuando los hogares que pasan muchas dificultades para llegar a final de mes se han duplicado en un año en las Islas, superando el 34%. Todo un señor porcentaje cuando el único número que importa a esas familias es el 20, día del mes donde, estirando, el sueldo termina muriendo.

Lo mismo que el estratosférico porcentaje de los que no pueden afrontar gastos imprevistos (67%) o aquellos que no pueden permitirse una semana de vacaciones fuera de casa (58%). Modo de vida que busca consuelo en dios proveerá o ya vendrán tiempos mejores.

Pero los números también nos valen para comparar. Nada es perfecto. Y así, cotejando, nos sale que de la crisis no salimos todos por igual. Mientras los beneficios de las empresas se han incrementado un 2,4% en relación a 2007, las rentas salariales han disminuido un 3,2%.

Esto, con nombre y apellidos, se llama trabajar más horas sin cobrarlas, rebajas para esquivar un despido o subastas de sueldos miserables para ocupar un puesto.

Realidades que no caben en un gráfico, una curva, unas barras de colores o en un excel repleto de datos puñeteros.