Mami, tu barriguita es rara". Los niños no mienten, son como notarios, bueno, como notarios con un chute bestial de suero de la verdad en las venas. Si es blanco, es níveo, y si es negro, pues será como el carbón. Mi hijo, que normalmente me considera una diosa del Olimpo, me soltó hace unos días esta perla en el probador de una tienda de Triana. Él, despreocupado, sentado en el suelo, jugando a ser el malvado Harvey Dos Caras por la contraposición de los espejos, se me quedó mirando un rato, con esos ojos azules como dos turquesas, y esa fue su descripción de mi tripa, que, desde que di a luz, ya solo tiene un abdominal.
Ni siquiera me atreví a decirle: "Luis, define 'rara", no quise ahondar en la herida. Eso fue la semana pasada, momento que marcó el origen de la llamada 'Operación Barriguita Rara', que es una adaptación luisana de la ya manida 'Operación Bikini'.
Lo primero que ha de tener en cuenta el individuo que se proponga bajar unos kilitos es que quizá no pase más hambre que el perro de un hippie, pero nadie le libra de sufrir desconsuelo. Esas modelos que dicen que comen de todo mienten como bellacas. "No... es que es mi metabolismo, jijiji", tienen la desfachatez de asegurar mientras se les marcan las clavículas, que parecen dos naifes en ristre. Si es el metabolismo métete un cochinillo entre pecho y pellejo, y de postre un coulant de chocolate con helado de vainilla, para que veas cómo te funciona el metabolismo. Además está comprobado, y tengo pruebas empíricas, que hasta que uno cumple los 30 basta con evitar las grasas y los dulces... Pero después el peso es numantino, coge cariño, se hace de confianza.
La segunda regla de la 'Operación Barriguita Rara' es que siempre hay alguien que te dice: "Ahora eso va con ejercicio". Y así es. Y es el trance en el que te apuntas a eso del aeróbic o la zumba o el spinning o alguna otra cosa de esas en las que una señora o un señor, embutidos como una morcilla de Teror, gritan mucho y la música es pa' cortarse las venas o dejárselas crecer. Y cuando estás echando las vísceras por la boca te das cuenta de que te has gastado una pasta en unas mallas cucas y una camiseta a juego, pero para nada, porque a las tres clases ya no sabes ni dónde tienes el carné de socio.
Así que aquí estoy, con mi michelín de mamá, comiéndome una latita de atún, que dicen que va de miedo para perder calorías mientras ves el último de Juego de Tronos ;)
@CiraMorote
