La Provincia - Diario de Las Palmas

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Inventario de perplejidades

Dallas, ciudad sin ley

Los escolares de mi generación supimos de Dallas gracias a las películas del Oeste. Y, fundamentalmente, recordamos dos muy buenas. Una, Dallas, ciudad sin ley, de Howard Hawks con el estirado Joel McCrea en el papel masculino principal. Y otra, Dallas, ciudad fronteriza, con Gary Cooper (que rodaría dos años después Solo ante el peligro) y Ruth Roman, una morena muy atractiva. La Dallas del cine era una ciudad en un periodo frenético de construcción acelerada todavía sin ayuntamiento, sin iglesia, sin tribunales de justicia, y sin escuela. Eso sí, en el centro de la calle principal había un amplio saloon donde una tropa masculina desatada entraba en busca de bebida, juego, violencia y sexo. Las peleas eran frecuentes y con tanta gente armada muchas de ellas terminaban a tiros. La funeraria era un negocio floreciente y un solo médico (en ocasiones demasiado aficionado a la bebida) no era bastante para atender de manera solvente a los heridos o a los lesionados en brutales disputas. Aquello iba camino de convertirse en un caos, hasta que ciudadanos beneméritos, que aspiraban a ser en el futuro inmediato habitantes de una comunidad civilizada, ponían la defensa de sus intereses en manos de un pistolero con una habilidad insuperable en el manejo de las armas. Nadie le preguntaba al pistolero (el pistolero bueno, para entendernos) por su pasado, ni se interesaba por otras facetas de su personalidad que no estuvieran relacionadas con su velocidad para sacar la pistola y con su puntería. Una vez vistas y constatadas esas virtudes se le hacía jurar el cargo de sheriff sobre una Biblia, se le imponía sobre el pecho una estrella plateada que acreditaba su nueva condición y se le entregaban las llaves de la oficina y de los calabozos. Como era previsible, muy pronto los buenos oficios del nuevo sheriff se hacían notar rápidamente, el uso de las armas se prohibía a borrachos, alborotadores y visitantes sin filiación conocida, el castigado mobiliario del saloon dejaba de volar por los aires y las señoritas de alterne acentuaban su respetable faceta de artistas de cabaré al ritmo de unas alegres notas de piano. Desgraciadamente, no todos los habitantes de Dallas estaban de acuerdo con el nuevo y pacífico rumbo de los acontecimientos e imbuidos por un ideario parecido al que más tarde habría de reivindicar la Asociación Nacional del Rifle conspiraban para eliminar al sheriff. Por supuesto, no lo lograban y al final de la película acababan muertos a tiros o encerrados en un calabozo. Concluido el bachillerato no volvimos a tener noticias de Dallas, hasta que el 22 de noviembre de 1963 se produjo el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, abatido a tiros cuando viajaba en un coche descapotable durante una visita oficial. Sobre aquel atentado y sobre las sucesivas muertes de su supuesto autor, Lee Harvey Oswald, y de su justiciero vengador, Jack Ruby, se ha especulado mucho, pero pasado el tiempo todavía no se sabe nada con certeza. Con todo y eso, bastó para seguir relacionando el nombre de Dallas con la violencia armada, la conspiración y el crimen. Todavía ahora se añaden otros incidentes trágicos como la muerte por la policía de dos ciudadanos negros y la muerte de cinco policías a manos de un antiguo militar negro.

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