Se emociona cuando habla de sus padres, de lo que se quisieron, de lo felices que fueron siendo muy pobres. Dice que nunca ha sido bien querida, que los hombres que han pasado por su vida no la quisieron nunca como se adoraron ellos. "Me conformaría con un hombre que me quisiera un 5 % de lo que se amaron ellos". Una reciente amanecida contó en un banco de Santa Ana pasajes tan hermosos de su vida que los amigos la escuchamos sin atrevernos a interrumpir lo que decía secándose alguna lágrima furtiva. Eran familia numerosa, siete hijos. Entre las mil escenas que vivieron en la casa familiar que marcó su vida hay algunas que guarda como un tesoro.

Una. Cuando los niños, sus hermanos y ella misma, estaban preparados para el colegio sus padres se acurrucaban de nuevo en la cama y desde allí los veían partir y en esa serenidad mañanera cantaban. Cantaban en la cama, canto al se unían los chiquillos y con los años los nietos. Todavía hoy ella es capaz de cantar las canciones que cantaban juntos y hacerlo con una emoción conmovedora.

En aquella casa faltaba de todo menos amor. Nada hacía más feliz a los chicos como cuando sus padres anunciaban que se iban de excursión. Ese día se ponían muy contentos. Su madre era pequeña y frágil y esa fragilidad convirtió a su padre, un hombretón, en su protector. Por ejemplo, cuando un hijo le alzaba la voz el hombre de la casa le pedía que a mamá la tratara con dulzura, que a mamá no le gustaban las voces altas, que mamá no sabía manejar esas situaciones. Eso le entristecía mucho y él no quería verla triste. Fue un pacto que cumplieron todos hasta sus últimos días.

Siempre sospecharon que en esas escapadas sus padres buscaban un lugar donde quererse. La amiga recordó esa noche a la mamá infantil, frágil, mimosa y feliz contar de vuelta a casa, pícara y risueña, lo bien que lo habían pasado viendo el mar, los árboles o simplemente el transcurrir de las horas recostados a la sombra de un castaño de Indias. O hablando acurrucada a su marido. Eran tan pobres como felices. Vivieron en una casa con estanque en el que se bañaron todos los chiquillos del pueblo; la risa infantil se escuchaba a lo lejos.

Y en silencio, a la sombra de unas ramas, ellos. Sus padres.