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Cine 'Infierno azul'

Se la llevó el tiburón

Fue una de las mejores sorpresas de 1975. Me refiero a la película Tiburón de Steven Spielberg, basada en la novela homónima de Peter Benchley. Aquel verano miles de espectadores (entre los que me incluyo, aunque yo, al menos, tengo la excusa de que era muy joven) se quedaron sin darse un baño en la playa por culpa del escualo gigante que sembraba el terror en una pequeña comunidad costera de Nueva Inglaterra nada más asomar su característica aleta dorsal en la superficie del agua. Hacía años, muchos, que no me había parado a pensar en las imágenes de Tiburón. Pues bien, la última película del cineasta catalán afincado en Hollywood Jaume Collet-Serra, Infierno azul, me la ha hecho recordar de principio a fin.

No resulta sorprendente que Collet-Serra haya aceptado el encargo de llevar a la pantalla el guión escrito por Anthony Jaswinski, porque en el pasado hizo lo mismo con los guiones de Carey Hayes y Chad Hayes (La casa de cera) y de David Johnson y Alex Mace (La huérfana), cuyas historias eran cualquier cosa menos sutiles y originales. El argumento de Infierno azul tampoco da para mucho, resumiéndose en la lucha por la supervivencia de una surfista malherida que se queda atrapada en un islote a apenas unos metros de la costa y, aunque la distancia no es para tanto, tiene en su contra a un enorme tiburón blanco que se interpone entre ella y la salvación.

Consciente de las limitaciones del producto, Collet-Serra resuelve el encargo tirando de cinefilia, o lo que es lo mismo, de su adicción al cine desde que con 18 años se trasladó a Los Ángeles, concentrando aquí sus mayores esfuerzos en subrayar que cualquier tiempo pasado, perdón, historia, fue mejor. Todo en Infierno azul es un déjà vu. Pero da igual. Con suerte muchos de los espectadores que vieron Tiburón en 1975 seguramente hace mucho que habrán muerto a causa de un cáncer de piel, de un corte de digestión o simplemente despedazados por un tiburón.

En Infierno azul parece que una vez expuesto el conflicto en los primeros siete minutos no sepan como llenar los ochenta minutos restantes. El resultado es tan aparente como superficial (¿será porque en la superficie uno está más seguro que en las profundidades marinas?), pero por lo menos no resulta ofensiva como El gran tiburón (1983) o Tiburón, la venganza (1987), y acredita el oficio de uno de los escasos directores españoles que se mueven en Hollywood como pez en el agua. Lo que sorprende un poco es que, para este inconfesado revival, no encontrase Jaume Collet-Serra una historia mejor. Tal vez, como dice la letra de la canción del grupo neoyorquino Proyecto Uno: Se la llevó el tiburón, el tiburón, el tiburón.

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