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Opinión

Renovando viejas emociones

Baaah, eran otros tiempos! Viejas cosas sentimentales, dirán no pocos. Y seguramente tienen razón. Pero, ¡qué tiempos y sentimientos!

A uno, que es de los menos universitarios, menos neutros y más de ceder la acera al prójimo que lo necesite, le consta que hay viejas emociones que hicieron llorar, y al ponerlas en la memoria emocionan aún más que cuando fueron generadas hace 65 años. Por ejemplo, la llegada del Málaga (ya está aquí), que destapa con su presencia el más importante capítulo de la historia amarilla, un incendio que necesitamos mantener vivo en el seguidor canario por lo que para Canarias representó y representa.

Todo lo demás, hasta hoy, que ha sido bueno y malo, se ha vivido a la sombra del club, nacido entonces, en el trecho que va desde las desaparecidas arenas, bendición para los menos pudientes, hasta el espléndido, por grande, Estadio de Gran Canaria, exigente de más arrestos para ser rebosado hasta la bandera. Falta le hace.

Y será un pecado no alcanzar esa meta en terreno que supieron labrar saltando miserias, jugadores ahora con desbordantes tarjetas bancarias, después de aquellos principios en que hasta conocí y aconsejé a portadores de vales de comida de fonda para reunir las requeridas fuerzas físicas del jugador, y a aficionados que llegaron a roer pan duro reservando unas pesetas para entrar al viejo y entonces Gran Insular, o buscar acomodo como gato a cuatro patas sobre la montaña de arena en lo más alto de la Grada Curva con vistas parecidas a los palcos VIP del 7 Palmas. Qué distinto, ¿verdad?

Pues bien, recordar eso es lo que, si se revive, hace llorar de emoción en el recuerdo a gentes de alguna edad con quienes lo viví. Obliga a la emoción esto de proclamar que está aquí otra vez el Málaga, último cerrojo que tuvo que descorrer la UD el 8 de julio de 1951 para entrar a Primera División con todo lo que significó y aún significa para Canarias.

Aún no jugaban entonces los que más adelante han ido fijando el signo de su generación respectiva. Ni, por supuesto, los que hoy se ponen las botas para, venciendo o no, honrar y defender aquel gran legado deportivo nacido en la decisiva final de la liguilla ante el Málaga (4-1, goles canarios de Peña, Manolín, Tacoronte y Polo) de la que fueron autores, y es sano repetirlo: Montes, Castañares, Juanono, Yayo, Tatono, Elzo, Manolín, Polo, Tacoronte, Peña y Cedrés, y su entrenador, Luis Valle, que han venido falleciendo hasta ahora, todos menos Ignacio y Padrón, quienes aún siendo miembros habituales de la plantilla no actuaron ese día y que por eso son, creo, los más llamados al recuerdo y emocionado abrazo de amistad y agradecimiento que les brindamos.

Se alumbra la memoria con el Málaga, que una vez vino a taponar nuestro acceso a Primera, otra para librarse del descenso, otra para meternos en él y, ahora, según sospechamos, para salir de la cola e impedir que sigamos en el pelotón de cabeza.

Son cosas de la vida que se han vivido a la sombra del club en el trecho que va desde las desaparecidas arenas hasta la construcción de un Estadio simbólico sembrado de triunfos resonantes y vergonzosas derrotas, pero siempre incapaces de borrar la sed de permanencia y superación de una fiel afición de veteranos que vivimos.

Deben ser muchos los viejos jugadores y aficionados haciendo el suma y sigue de esta historia añadiendo lo bueno y malo de cada periodo donde vírgenes y demonios igual te ayudan que obstruyen aunque te den la razón. Como esta vez que te dan el perdón de Bigas pero dejan el excremento del error. Un penalti que produce la derrota en Sevilla.

De cualquier forma, el Málaga nos recuerda que ante ellos nació la UD en Primera y se hace preciso ganar para mantener vivo el histórico recuerdo.

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