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Crónicas galantes

'Ninis' a la fuerza

Ni punks, ni góticos, ni rockeros ni skaters. La tribu urbana (y rural) que probablemente más abunde en España es la de los ninis, término con el que se conoce a los jóvenes de entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan. Su número sería de un millón y pico según los datos del último informe de la OCDE, que cifra en un 22,8 por ciento la tasa de rapaces españoles completamente desocupados.

Hombre: es normal. Las oportunidades de trabajar son más bien escasas, si bien hay que admitir que los mozos -y mozas- con títulos superiores encuentran empleo con mayor facilidad que los que no los tienen. Aun así, la generación mejor instruida en toda la historia de este país tropieza con un mercado laboral en el que no abunda la oferta. Será que no hay demasiadas empresas disponibles y las que existen no militan precisamente en la vanguardia de la tecnología. Quién sabe.

El caso es que los jóvenes sobradamente preparados no encuentran empresas preparadas a su vez para ofrecerles contratos mínimamente aceptables: ya sea desde el punto de vista económico, ya desde el profesional, ya de ambos. Muchos de ellos han de resignarse a buscar empleo fuera del país, con la flagrante paradoja de que naciones ricas como Alemania se beneficien de la formación que las pobres o mediopensionistas como España les han costeado.

Peor lo tienen todavía aquellos que para su desgracia no han tenido ocasión de formarse adecuadamente. Quizá sea esta una de las resacas que nos dejó la era dorada del ladrillo, cuando media España y parte de la otra se dedicaron a especular con el precio de la vivienda en la creencia de que aquel becerro de oro iba a ser inagotable.

Sostienen los expertos que muchos chavales optaron entonces por abandonar los estudios, tentados por los empleos de baja cualificación pero buen sueldo que ofrecía el mercado inmobiliario. Al derrumbarse el castillo de naipes de la construcción, esos jóvenes se encontraron sin trabajo y, a la vez, sin estudios. Toda una cantera para los ninis.

Aboga a favor de esta hipótesis el dato de que la mocedad sin faena ni aulas creciese siete puntos -del 16 al 23 por ciento- durante los años de la crisis, que aquí coincidieron con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Y la confirma, seguramente, el hecho de que los jóvenes españoles se independicen de sus padres a los 29 años de edad por término medio. Tres años más que la media de la UE y casi una década después de que lo hagan sus coetáneos de Suecia, Dinamarca o Finlandia.

Sería exagerado -y sobre todo, injusto- pensar que los mozos siguen hasta la treintena en casa de sus progenitores por mera comodidad o falta de iniciativa. No se trata de que estén aplicando, algo tardíamente, el lema: "Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos" popularizado por los hippies en la década de los sesenta del pasado siglo.

Simplemente, la falta de trabajo en un país que lidera todos los índices de desempleo de Europa y parte del extranjero, convierte a muchos jóvenes españoles en ninis forzosos. No trabajan porque carecen de ofertas y, a menudo, de formación suficiente; y quizá no estudien en la creencia un tanto errónea de que eso no les va a servir para encontrar trabajo. Es la pescadilla que se muerde la cola, resumida por la OCDE en ese 22,8 por ciento de ninis que atribuye a España.

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