La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

'Tierra de cárteles'

Justicias paralelas

Sobre la presente edición de Ibértigo, y a falta de tres jornadas para su clausura, hemos de resaltar que está cumpliendo con sus modestas pero muy plausibles expectativas al mostrarnos un puñado de películas, escasas porque el presupuesto no da para más, que, con mayor o menor acierto, representan las actuales derivas estéticas del joven cine iberoamericano. Se echa en falta, sin embargo, una sección complementaria que afronte el importante capítulo que representa en cualquier cita cinematográfica el tema de las retrospectivas, ampliamente recogido en otros festivales con mayor dotación presupuestaria.

Explorar la obra de las grandes figuras históricas de cines con tanta tradición como, pongamos por caso, el mexicano, el argentino, el brasileño o el chileno sería, sin ningún género de dudas, una interesante oportunidad para poder enfrentar el presente con el pasado en un diálogo apasionante de rastreo e investigación que ofrecería algunas curiosas sorpresas, como que un maestro de la envergadura intelectual de Manoel de Oliveira pertenezca, por un lado, a la historia más gloriosa del cine portugués y por otro a la modernidad más actual y viva. La obra del cineasta brasileño Glauber Rocha sería otro ejemplo que demostraría su absoluta vigencia cuando el pasado 22 de agosto se cumplió el 35 aniversario de su desaparición. Y qué decir, por ejemplo, de la obra del chileno Miguel Littin, aún en activo, por cierto.

También hemos constatado que, pese a todo, casi todas las películas incluidas en la programación de este año han sido realizadas en régimen de coproducción con países tan diversos y culturas tan distintas como Grecia, Francia, Estados Unidos, Catar, Alemania o España, poniendo así en evidencia el contexto de precariedad industrial en el que se siguen produciendo estas interesantes películas, en medio de un escenario internacional cada vez más sometido a los incontestables designios de las grandes multinacionales del sector. Aunque, naturalmente, ello no ha sido óbice para reconocer ampliamente su meritoria labor como creadores de importantes tendencias en el arte cinematográfico de nuestros días, sí refleja cierta debilidad ante el hecho de carecer, en su mayoría, de conexiones con el mercado internacional.

Pero la muestra más clara de estas eventuales alianzas comerciales se da precisamente hoy con la proyección de la coproducción mexicano norteamericana Tierra de cárteles (Cartel Land), del estadounidense Matthew Heineman. Aunque pasa por mexicana, estuvo nominada al Óscar al Mejor Documental en Hollywood, su producción ejecutiva ha corrido a cargo de la oscarizada directora y productora Kathryn Bigelow, Heineman ha nacido en Washington y su forma de contar el conflicto está mucho más cercana al poder de persuasión del mejor cine norteamericano que con los planteamientos conceptuales de los modernos cineastas mexicanos.

Bien es cierto, por otra parte, que el asunto que aborda está estrechamente relacionado con una de las realidades más lacerantes del México actual, la guerra abierta entre los sicarios de los cárteles de la droga y las milicias de civiles armados que intentan imponer el orden en una batalla mucho más cruenta y compleja que como nos la cuentan en los telediarios. Heineman, sin embargo, nunca toma partido abiertamente por ninguno de los actores de esta sangrienta contienda que arrastra ya más de 35.000 muertos, la mayoría civiles, y más de 8.000 desaparecidos desde que el Gobierno del expresidente Felipe Calderón comenzó su guerra contra el narcotráfico; su misión, por el contrario, es representar el conflicto a través del realismo sin paliativos que muestran las propias imágenes del documental. Crueldad, dolor, muerte, frustración, pasividad del sistema, engaño, oportunismo y desesperanza ante un auténtico callejón sin salida.

La película duele, molesta, hiere profundamente, pero se trata, sin duda, de uno de los testimonios más cruentos e impactantes que se han visto en una pantalla desde hace muchísimo tiempo sobre un conflicto social enquistado en el tiempo. Así pues, verla es casi como un deber para cualquier espectador que, además de valorar sus irrefutables valores artísticos, pueda calibrar el horror que se vive, en pleno siglo XXI, a las puertas de uno de los países más poderosos del planeta.

Compartir el artículo

stats