En el quinto punto por este repaso por capítulos a la historia de las Islas hago una aproximación a la economía mundial en el siglo XIX. Hasta la apertura del Canal de Suez en 1889 la única vía para conectar el mundo civilizado de la época ( Europa, Asia, África y el Caribe y el imperio español en las Américas ) era el mar canario y los principales puertos para abastecer a la navegación a vela primero y, luego, a los buques de vapor con el carbón como combustible básico, eran los dos puertos isleños: el de Las Palmas de Gran Canaria y el de Santa Cruz de Tenerife.

Las actividades de los piratas y corsarios se habían reducido ya que las principales potencias coloniales europeas -Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica- se habían ido posicionando en numerosas islas y territorios próximos a las costas americanas. Las Bermudas, las Bahamas, las Antillas holandesas son ejemplo de esta ocupación paulatina para convertir dichos territorios en refugios de todas estas actividades ilegales, muchas veces con autorizaciones expresas de los gobiernos de las metrópolis.

Primero la Revolución Francesa de 1793, luego la Revolución Industrial con la máquina de vapor y el desarrollo de las electricidad capitaneadas por el Reino Unido, y finalmente el triunfo de librecambio en ese país con la derogación de las política proteccionistas que beneficiaban a las clases terratenientes, propiciaron el establecimiento del Nuevo Orden Económico Mundial. Y ello se tradujo en la aparición de las clases obreras con protagonismos crecientes y de los nuevos imperios en la Europa y Asia de la segunda mitad del XIX.

En ese escenario insospechado aparece la actualización del papel de Canarias a través del Real Decreto de Bravo Murillo de julio de 1852. Se componía de un conjunto de medidas económicas que suponían la liberación de la entrada y salida de mercancías del Archipiélago, creándose un importante incentivo fiscal para el comercio con y desde las Islas.

Todo ello favoreció los intereses de ingleses y franceses, que jugaron un papel destacado en la economía regional. Conviene, incluso, recordar que el propio cónsul francés en Canarias, Sabino Bartelot, participó en la redacción del decreto histórico. La sensibilidad de los redactores de este decreto se confirma en el artículo 5, en el que se preveía que los aranceles aduaneros se podrían establecer en las Islas para la defensa de la producción básica local, los cereales en aquel entonces, pero sin superar la cuantía vigente en la Península.

A todo esto hay que añadir de pasada que fue el comienzo de la ocupación de gran parte del África subsahariana por los países europeos, extendiéndose así los imperios europeos en este continente con el apoyo directo o indirecto de los puertos canarios. Esto produjo una inmigración creciente de mallorquines, catalanes y otros empresarios peninsulares que llegaron atraídos por oportunidades de negocios. En los censos de finales de siglo se relacionan los nombres de esta nueva generación de peninsulares que se incorporan a nuestra economía.

Aparecen otras cuestiones en el horizonte regional: los movimientos independentistas de los distintos virreinatos sudamericanos. Si a ello se une la quiebra de la hacienda pública española, por los elevados gastos que se produjeron por dichos acontecimientos, nos encontramos que el gobierno español sale al mercado internacional a liquidar los restos del imperio. Así, se vende Puerto Rico a Estados Unidos en 1898 y las Islas Carolinas a Alemania por unos importes similares ( mas de 25 millones de dólares).

Se pone incluso en venta estas islas ofreciéndoselas al Reino Unido, quien se negó a entrar en la negociación -aunque según me documento se negó la sencillísima razón de que en aquel entonces el Archipiélago era una verdadera colonia británica-. Me limitaré a reseñar los hechos más relevantes: en 1890 los británicos instalan el primer campo de golf en territorio español en la parte alta de la ciudad de Las Palmas; se fundan en Ciudad Jardín -lugar de la ciudad en que residía, en edificios coloniales, la clase inglesa dominante- la primera iglesia anglicana y el primer Club Británico, en donde se realizaban eventos sociales con asistencia de los cargos civiles y militares españoles. A esto habría que añadir los hoteles con sabor inglés, que sus empresas navieras y portuarias concedían créditos a empresarios regionales o que la agricultura y las exportaciones estaban en manos de Compañías inglesas. De hecho, la primera entidad financiera que comenzó a operar en Canarias fue el Banco de la British West Africa (BBWA), los firmantes de ese proyecto fueron Alfred L. Jones y los representantes de la naviera Elder, ambos personajes de peso en las políticas isleñas en pleno siglo XIX.

A este entorno internacional tengo que aludir al sentimiento independentista que había llegado con los isleños que habían emigrado hacia los restos del imperio español. Dos personajes grancanarios salen a la palestra para defender nuestras islas: don Benito Pérez Galdós y Don Fernando León y Castillo.

Don Benito nació en Las Palmas en 1843 y muy joven se fue a Madrid a estudiar y allí desarrolló su vida pública y profesional. Ya en el año 1900 había publicado más de 50 novelas y era miembro activo de todos los centros culturales. Varias veces le negaron el Premio Nobel de Literatura por ser demasiado liberal y anticlerical, según las malas lenguas. Fue una voz autorizada y su mayor aportación, en mi opinión, al tema en cuestión, fue su texto de 20 líneas que publicó el año 1900 en donde desarrollo la "igualdad existente entre canariedad y españolidad" y que debería ser difundido e impreso en muchos lugares públicos para su conocimiento y difusión. Se sentía profundamente canario.

De don Fernando poco pue-do añadir en esta ocasión: na- ció en Telde en noviembre de 1842, se fue joven a Madrid a estudiar Derecho y su vocación política le hizo entrar en el Parlamento español como diputado por el municipio de Guía en 1861. Incorporado al partido liberal fue nombrado gobernador civil de Granada y de Barcelona, ministro de Interior y ministro de Ultramar, etapa en que lidió los conflictos con Filipinas, Cu-ba y Puerto Rico. Por su competencia y preparación fue nombrado embajador en París, centro de las políticas más diversas entre los principales potencias europeas.

El 12 de noviembre de 1887 fue nombrado embajador en París y tuvo que asumir el fin de las colonias y la nueva política africana. Su tacto, perseverancia, ductilidad y decisión fueron factores decisivos en los casi 15 años en que con gobiernos diversos en Madrid gestionó con éxito la defensa de los territorios españoles en África, desde Canarias, el Sahara y los del Golfo de Guinea -Fernando Poo y Muni o Guinea Ecuatorial-.

6.- La Ley de Puertos Francos de 10 de julio de 1900. El entonces ministro de Hacienda y gran político, Raimundo Fernández Villaverde, actualizó, modernizó y publicó esta ley que va a estar vigente hasta 1972.

La norma amplía las exenciones fiscales, prohibe los impuestos estatales sobre el consumo y establece los llamados arbitrios de Puertos Francos con una doble particularidad: nunca podrán superar los aranceles peninsulares y tendrán una gran influencia social al gravar artículos de lujo y potenciales productos que se podrían producir en las Islas con la finalidad de mantener y crear empleo. Propicia retomar el cultivo de la caña de azúcar después de la independencia de Cuba así como fomentar el desarrollo de las pesquerías y añade, como novedad, la prohibición de los monopolios estatales sobre el comercio exterior. Recordemos que en aquel entonces en muchos países se habían implantado monopolios estatales por motivos fiscales y proteccionistas.

Volveré sobre esta ley en el próximo trabajo. Me limitaré a señalar que en 1962, año en el que publiqué mi primer artículo como técnico comercial del Estado en la Revista de Información Comercial Española que publicaba en aquel entonces el Ministerio de Comercio bajo la dirección y responsabilidad de Enrique Fuentes Quintana, con posterioridad vicepresidente del Gobierno, denominé a esta ley como "la Constitución económica canaria". Era así por su extraordinario contenido y por las corrientes dominantes en la Europa de entonces con la Escuela Económica Alemana de Francfort, patrocinadora de la "nueva economía social de mercado" que el gobierno alemán aplicó después de la II Guerra Mundial. El profesor Fuentes me advirtió del riesgo por emplear esta terminología que rechazaba el régimen político existente. Confieso que a mí no me estropeó mi carrera profesional.