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Música Orquesta Filarmónica

Maestro Iván Martín al piano y la dirección

Con un atractivo programa clásico volvió el pianista grancanario Iván Martín al podio de la Filarmónica. Dirigir desde la ejecución solística dos conciertos de Mozart implica una doble tensión que no es fácil procesar de manera tan satisfactoria.

La respuesta del conjunto al criterio del pianista-director fue magnifica en la sostenida vitalidad de tiempos y ritmos, la coherencia de planos y volúmenes en plantilla post-Mannheim y la precisión de la lectura, con difíciles momentos contrapuntísticos en el Concierto núm. 13 en do mayor K.415. Sencillo en ideas y encantador en carácter, brillaron en él las cuerdas con pares de maderas, trompas, trompetas y timbal, mientras Iván Martín desplegaba en el teclado articulación insuperable, sonido cien por cien mozartiano y estilo idóneo en los motivos cantabile, con excelencia ornamental en grupetos, mordentes, trinos y apoyaturas.

En el Concierto núm. 15 en si bemol mayor K.450, mucho más comprometido en exigencias virtuosas, escuchamos con deleite el mismo diálogo entre un pianismo aéreo, estilizado, exigente de pulsación perlé para un concepto más cálidamente expresivista, y una masa instrumental impecable. Mostró Martín sin vacuos alardes una técnica perfecta y un pensamiento de las proporciones que se extiende en su carrera internacional a todos los retos del piano concertante.

Comenzó el concierto con la ceremonial obertura Amadis de Gaula, de Juan Cristian Bach, que tanto influyó en el Mozart juvenil. Una página concisa y de admirable contextura orquestal para su época. El solista, en este caso, obtenía desde el cémbalo una sonoridad orquestal densa, heroica y llena de vida. La excepción de época fue el Collage sobre B-A-C-H de nuestro contemporáneo letón Arvo Pärt, que especula con sonidos de hoy en una escritura de las muchas nacidas sobre las equivalencias en notación germánica de las letras de Bach, citando incluso alguno de sus temas.

Pieza muy interesante y versátil sobre tres formas barrocas (Toccata, Sarabande y Ricercar) muy bien entendidas y ejecutadas por el director-solista desde el cémbalo y el piano, con un joven oboísta que bordó el canto de la pieza central. Auditorio abarrotado y ovaciones entusiastas.

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