Octubre finalizó en El Museo Canario con un reencuentro marcado por los focos y las cámaras. Pepe Dámaso retornó al centro museístico a raíz de la filmación de un documental que, bajo la dirección de Sigfrid Monleón y la producción de Andrés Santana, recorrerá los hitos más significativos de su trayectoria vital y artística. Los restos óseos humanos -especialmente los cráneos, tan recurrentes en la obra del pintor de Agaete-, las momias -como expresión de la muerte, temática muy presente en su poética personal- y la gran fuerza plástica de la cerámica decorada, cuya esencia fue interiorizada por el pintor en sus años de juventud, fueron objeto de una nueva mirada. Ahora esa contemplación se produce a través de los ojos de la experiencia, de la madurez y, sobre todo, desde la perspectiva del indiscutible gran artista que en la actualidad es Pepe Dámaso.

Pero no es esta la primera ocasión en que Dámaso ha visitado El Museo Canario. En el pasado, como ya habían hecho antes otros artífices, el pintor grancanario recorrió sus salas, se inspiró, dibujó e hizo trascender a la categoría de arte los restos materiales de nuestra cultura indígena. Además, su vínculo con el museo le llevó a exponer su obra de juventud en su salón de exposiciones temporales. Corría el año 1958 y la sala de arte de El Museo Canario, que llevaba 10 años de andadura, se había convertido en un referente en la difusión de las artes plásticas. En 1948 este salón polivalente, inaugurado dos años antes, había acogido por primera vez una muestra artística protagonizada por Manolo Millares Sall, otro ilustre pintor que dio sus primeros pasos en el mundo del arte bajo la atenta mirada del pasado prehispánico. Millares y Dámaso representan el comienzo y final de una década (1948-1958) en la que el arte estuvo muy presente en El Museo Canario. Y no un arte cualquiera, sino el inspirado por hombres y mujeres que, con el paso del tiempo, se convertirían en protagonistas indispensables de la escena plástica insular. Eduardo Millares Sall (1948), Felo Monzón (1948 y 1958), José Julio Rodríguez (1950), Alberto Manrique de Lara (1952), Tomás Gómez Bosch (1952 y 1955), Antonio Padrón (1954) y Rafael Bethencourt Rafaely (1958), entre otros, colgaron sus cuadros sobre las paredes de aquella nueva sala. Todos, desde los más modernos y jóvenes hasta los maestros consagrados, tenían cabida en este espacio expositivo, promoviéndose así un fructífero diálogo estético que trascendía las paredes de la propia institución, convirtiéndose en ocasiones en polémico tema de debate en la prensa local y en los más diversos entornos sociales y políticos. En este sentido, mucho dio que hablar en 1948 la exposición de Felo Monzón, tanto por su calidad artística como por su repercusión social. Monzón -que había permanecido encarcelado por ra- zones políticas- dio a conocer en la sala de El Museo Canario sus 40 Esquemas de síntesis canaria. Lo que debía ser una exposición más, aunque marcada por la modernidad, se transformó en un verdadero quebradero de cabeza tanto para el autor como para la institución que la acogió. Los directores de los periódicos se negaron a publicar reseñas sobre el evento a raíz de la prohibición que en este sentido había decretado la Delegación Provincial de Educación Popular. Ésta ordenó la clausura del acto inaugural aduciendo que los organizadores no habían solicitado la censura previa de dicha actividad. A pesar de todo, aun con la oposición gubernamental y con las tensiones propias de la compleja realidad imperante, la muestra abrió sus puertas en la fecha prevista (11 de diciembre de 1948), ya que el fuero especial de que gozaba El Museo Canario como miembro del CSIC permitía la celebración de actos sin ser sometidos a la censura. Además, a Felo Monzón se le permitió disertar en el transcurso de la exposi- ción, bajo el título de Elogio del arte vivo, sobre arte nuevo, presentándose el museo fundado por el doctor Chil como un espacio de libertad, autonomía y contemporaneidad.

Pero no fue ésta la única muestra de modernidad, progreso y tolerancia mostrada por aquel museo a mediados del siglo XX. La presencia en su sala de arte durante esta primera década de andadura de la mujer-artista es una buena muestra de ello. Porque no todos fueron hombres. En el museo tuvieron cabida todas las orientaciones estéticas, pero también todos los géneros. Josefina Cusí (1948), Gina Bertson (1948), Josefina Maynade (1949), María Revenga (1952), Elvireta Escobio (1952), Jane Millares (1957) y Lola Massieu (1958) tuvieron la oportunidad de mostrar su trabajo en unos años en que las artistas -y en general todas las mujeres, cada una en su ámbito profesional- empezaban a luchar por ocupar el espacio que les correspondía en una escena plástica que hasta entonces había estado dominada por los hombres.

Esas categorías -modernidad, libertad e independencia- de que gozó El Museo Canario son valores que podemos proyectar sobre la obra y figura de Pepe Dámaso, que se ha reencontrado con El Museo Canario 58 años después de que su obra fuera expuesta en su sala de arte. Ahora es el actor protagonista de un documental, porque él vivió -y fue un intérprete real- de aquella interesante etapa en la que la innovación y experimentación artísticas empezaban a proporcionar extraordinarios destellos. La Sociedad Científica sirvió como escenario de todo aquel movimiento cultural. Fueron numerosos los artistas -como Lola Massieu- que dieron comienzo a su carrera en la sala de El Museo Canario. Algunos, como Juan Ismael, Manolo Millares, Felo Monzón o el propio Dámaso, estarían llamados a dibujar relevantes páginas de la plástica contemporánea. En definitiva, El Museo Canario, mediante su experiencia artística, no sólo se convirtió en un eslabón fundamental, sino en un medio propiciatorio a través del que favorecer el enriquecimiento cultural de nuestro archipiélago.

(*) Archivero - El Museo Canario