La continuidad de José Miguel Barragán como secretario general de Coalición Canaria no es una apuesta por la continuidad, sino una expresión de impotencia. Simplemente las conversaciones y contactos y propuestas precongresuales entre los dirigentes de CC no han conseguido un consenso lo suficientemente amplio y sólido como para ensayar ningún liderazgo o definir -siquiera aproximadamente- un nuevo modelo de dirección. Y ahí está Barragán -que hace año y medio soñaba con retirarse para regentar un restaurante vegano o una tienda de camisas- para asumir su enésimo sacrificio por la supervivencia y cohesión del proyecto nacionalista. Desde hace lustros los señores (y señoras) de CC insisten en considerar y publicitar que su modelo de dirección política es el Partido Nacionalista Vasco, pero jamás se lo han tomado en serio. Admirable, sin duda, que el presidente del partido esté fuera del Gobierno, pero esas cosas solo ocurren en Bilbao. O en Vitoria.

Circularon dos propuestas para la Secretaría General, supuestamente movidas o promovidas desde la Presidencia del Gobierno: Narvay Quintero, el consejero de Agricultura y Pesca, hijo o más bien nieto de la AHI, y Pablo Rodríguez, ascendido a los cielos de la Vicepresidencia tras la ruptura del pacto de gobierno con el PSC-PSOE por la meritoria circunstancia de ser el único diputado grancanario con el que cuenta Coalición en la Cámara regional. A don Narvay le cortaron las quesadillas en su propio partido y nadie encontraba a don Pablo siquiera verosímil para dirigir una organización tan compleja, isloteñizada y potencialmente arriscada como CC: fuera de Gran Canaria -e incluso más allá de los límites municipales de Telde- absolutamente nadie sabe quién es el señor Rodríguez. Por lo demás, y según se escucha en los mentideros coalicioneros, se pretendía que una u otro continuaran en el Ejecutivo regional, lo que no deja de ser pasmoso. El secretario general de un partido no puede estar al albur de ser destituido por el presidente del Gobierno. Su autonomía política -por no hablar de su autoridad- se reduciría entonces a cero. Ya es asombroso lo que ha ocurrido durante esta legislatura con José Miguel Barragán, secretario general desde 2012, primero viceconsejero de Presidencia, y ahora consejero de Presidencia y Justicia, una situación anómala sobre la que los dirigentes de CC han pasado de puntillas. Barragán ha presentado su candidatura -casi parece un chiste- afirmando que CC está en tan buena forma política y organizativa que no necesita de un liderazgo, como ocurre con el PP, el PSOE, Podemos, Ciudadanos o cualquier partido imaginable. En lugar de liderazgos robustos y renovación de estructuras de dirección se ofrece una combinación entre equipo gerencial y comunidad de santos apósteles que al llegar el Pentecostés, es decir, el día del Congreso Nacional de CC, reunidos todos en el plenario, escucharán una estruendosa ráfaga de viento y aparecerán unas lenguas de fuego que descenderán por separado sobre cada uno de ellos y comenzarán a hablar de tal manera que se les entenderán en todas las islas y pueblos, excepto, quizás, en Tuineje.

Coalición se ha enredado en la madeja de su éxito como partido de gobierno. El modelo del PNV concede al presidente, como máxima autoridad del partido, un poder considerable, y eso es fruto de una organización política potente, cohesionada y con raíces profundas en la sociedad civil vasca. En CC no es así. El partido es una variable del control del Gobierno: en el mejor caso una maquinaria electoral, en el peor, una música ambiental en el ascensor del poder. Que ese ascensor les esté llevando al sótano desde hace tres legislaturas no parece asustar mucho a los dirigentes coalicioneros.