Rondaba el año 1995 cuando muchos de los niños de mi generación nos tomábamos el desayuno viendo el programa de Leticia Sabater: Con mucha marcha. Un programa que duraba treinta minutos en los que una polifacética Leticia cantaba, bailaba, nos daba una sesión de aeróbic o una clase de cocina. No recuerdo bien por qué dejé de ver ese programa, supongo que crecí y -aunque a veces cuesta abandonar el país de Nunca Jamás- uno debe renunciar a ciertos patrones de conducta infantil que en la edad adulta no nos llevarán por buen camino. Sí, lo sé. Quizá aún haya demasiados Peter Pan o demasiadas Leticia Sabater, pero no es lo aconsejable. La psicología clínica dice que el cerebro del ser humano termina de madurar a los veinticinco años -el que madura- y que uno de los factores imprescindibles para que el cerebro se desarrolle de forma satisfactoria es establecer relaciones sanas con los demás. No sé qué le habrá ocurrido a esta mujer, pero desde luego que nunca maduró y dada las circunstancias no creo que las relaciones que haya establecido sean precisamente sanas.

Mi abuela siempre decía que la esperanza es lo último que se pierde. Sinceramente, abuela, veintidós años después de desayunar cantando al ritmo de la que fuera un "referente" infantil de la época y teniendo en cuenta cómo ha ido destrozando poco a poco aquella imagen jovial y divertida que tenía de ella, la esperanza la perdí cuando vi su vídeo de: "La salchipapa". Un hecho que intenté olvidar por cuestiones de salud mental. Pero nuestra querida Leticia Sabater es una mujer todoterreno y, como he mencionado más arriba, bastante polifacética. Después de pasar por el programa First dates -donde conoció a un chi-co que resultó no ser su tipo pero con el que terminó comiéndose a besos- y de operarse el himen para recuperar su virginidad, regresa con un nuevo single: Pepinazo, con versos tan logrados como los que transcribo literalmente: "Siete gin tonic/ dos tequilas y un buen pedo/ pa' demostrarte que ya no eres el que quiero/ te he puesto cuernos/ chico la has cagado/ y me enrollé con un colombiano y son mejor que tú". No voy a realizar un análisis morfosintáctico de las "oraciones" de la canción, pero -quizá por deformación profesional- no puedo evitar querer entender qué sucede en la mente de una mujer de cincuenta años para exhibirse como un trozo de carne. Para cantar letras que la denigran y la desvaloran. ¿Estará viviendo una segunda juventud? ¿Será que tal vez no hay una edad para madurar y es simplemente un mito? ¿Será error de las redes sociales y de la sociedad del continuo like? ¿Somos en función de la polémica que generamos? No sé qué será de mí cuando tenga cincuenta años. Tengo un plan perfectamente trazado de quién me gustaría ser y en quién no quiero convertirme bajo ningún acontecimiento. ¿Sucederá tal como lo tengo proyectado? Es bien sabido que cada vez son más las personas de una edad madura que no se comportan como se espera de ellas. Y sé que cada cual es libre de hacer y deshacer a su antojo, y que ahora se estila mucho esto de romper moldes y reglas. Pero, ¿puede un hombre o una mujer de cincuenta años comportarse como un joven de veinticinco? ¿Acaso no debemos restar en errores a la vez que sumamos en años? ¿Quizá el secreto está en ser felices como nos dé la real gana? ¿Tendremos el problema los que juzgamos porque vivimos bajo la presión de multitud de prejuicios y de etiquetas sobre lo que está bien y lo que no?

Sinceramente, empecé a escribir este artículo desde un punto de vista crítico y casi con vergüenza ajena por el show que monta la protagonista de este texto en su vídeo del Pepinazo; sin embargo, noto que lo termino con cierto halo de compasión, porque, ¿acaso soy yo un ejemplo a seguir? ¿Me ha dotado Dios con el poder de saber discernir entre lo que es apropiado o inapropiado? ¡No! Desde luego que no. Tan solo me ha dado una cierta habilidad para expresar mis opiniones, pero he de reconocer que son solo eso, opiniones.