Cerca de la fecha en que unos 8.500 estudiantes canarios afrontaban los exámenes de la nueva selectividad, se conocían los resultados del ranking más popular para medir el rendimiento a escala global de los centros de enseñanza superior, el Times Higher Education (THE). ¿Puede aspirar la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) a estar situada en el top de las excelentes, o tiene que resignarse a ser un centro superior marcado por las consecuencias de la insularidad y la coyuntura de una escasa financiación y el alto abandono académico? No cabe el derrotismo ni echar la culpa a la causa externa. Debe conocer con meticulosidad extrema sus fortalezas y debilidades. Uno de los medios para el conocimiento de su nivel de calidad proviene de los rankings, todos ellos discutibles pero aceptados por una amplia mayoría.

Canarias se lo juega todo con la educación. Los avances tecnológicos, con las impresoras en tres dimensiones, la deslocalización industrial y la rápida incorporación a la fabricación de países en vías de desarrollo hacen que los costes ya no constituyan un factor determinante ni para producir ni para competir. Cualquiera está en condiciones de sacar al mercado productos atractivos y a bajo precio. El verdadero hecho diferencial reside en el conocimiento y en la enseñanza, en el valor añadido que cada sociedad sea capaz de aportar a su economía en diseño, investigación, tecnología y desarrollo. Por su localización geográfica, la ULPGC tiene la oportunidad de avanzar en el liderazgo de los estudios vinculados al mar, a la astrofísica, al futuro de África, a la colaboración con Marruecos, a la vulcanología... En algunos de ellos ya somos líderes, en particular con equipamientos como el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) o la Plataforma Oceánica de Canarias (Plocan), centros a la vanguardia científica que deben estrechar lazos con el sistema universitario, que peca de exceso de endogamia frente a la novedad.

Bajo el rectorado de Rafael Robaina, la ULPGC ha reconocido sin dramatismos la necesidad de hacer una lectura de los rankings y aceptar que los mismos -son innumerables- han adquirido un estatus en el mundo universitario global y en la identificación de la excelencia por parte de los actores del mercado laboral, un segmento cada vez más habituado a fijarse en la puntuación de la universidad del peticionario. Indicadores en las áreas de docencia, investigación, innovación y desarrollo tecnológico como los de la Fundación CYD, el U-Ranking del BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), los tres de reciente publicación, insisten una vez más en la búsqueda de soluciones, y que las mismas se mantengan en el tiempo con el objeto de que los éxitos se consoliden. A veces hay que mirar otros ejemplos, pero otras no: según el U-Multirank, Ciencias de la Salud de la ULPGC consiguió estar entre las diez mejores de España en 2016. Un nivel obtenido gracias a una elevada nota de corte -una de las más altas del país- que le permite hablar de estudiantes de alta cualificación.

El Rectorado de la ULPGC acaba de anunciar un plan de choque dirigido a escalar posiciones en los rankings. Entre las medidas a adoptar, la reducción de las altas tasas de abandono del alumnado, un problema crónico que no se puede atajar sólo con métodos de aprendizaje. Hace falta que el centro superior exija excelencia a sus alumnos y que se establezca una penalización extrema -si la que hay no es suficiente, hay que buscar otra- para repetidores y para los que alargan sus estudios sin justificación. Cuestan dinero al erario público y malogran con su absentismo el trabajo de otros de cara a los indicadores. Los profesores deben cumplir sus horarios, someterse al control universitario, pero lo mismo les corresponde a los alumnos, tanto en asistencia como en formación.

El ranking anual Conocimiento y Desarrollo, el mayor informe nacional sobre las universidades españolas, subraya males para las universidades colistas, como son su escasa contribución al despegue económico del territorio en que se encuentran asentadas. Es decir, carecen de utilidad práctica. Las bajas tasas de graduación, el escaso número de estudiantes posdoctorales, la falta de profesorado extranjero y de tesis internacionales son otras carencias graves apuntadas. La Universidad no resulta atractiva fuera del entorno canario, cierra su horizonte y perpetúa la endogamia. Pero no todo es culpa de la estructura universitaria. La Fundación BBVA hacía hincapié en los estragos causados por la larga crisis económica en forma de recortes y vaticina una lenta recuperación para la ULPGC. El aspecto de la financiación universitaria en Canarias conforma un debate que viene de antiguo: los gobiernos regionales insisten en no reconocer cuáles son las prioridades o carencias de la ULPGC y de La Laguna con crecimientos y necesidades diferentes, siempre desde la óptica de evitar el pleito universitario. El reparto por igual no va a ningún lado. Hace falta planificación, establecer sinergias entre los dos centros superiores, apurar las oportunidades de movilización profesoral, frenar las duplicidades y sobre todo crear una estrategia global capaz de alterar el malogrado mercado de trabajo.

Hay que aplaudir que la ULPGC reaccione frente a las malas noticias. Sobre todo que muestre su mayor disponibilidad para saber qué ocurre. Que la propia Univer- sidad, su Consejo Social y la Con-sejería de Educación creen una comisión para frenar el fracaso cons-tituye un paso adelante. Lo mismo hay que decir sobre la voluntad para crear un departamento que tenga por objeto interpretar todos los datos provenientes de la propia universidad y que serán los que finalmente manejen los rankings. Los vicerrectores deben tener in-formación fiable de la calidad y el funcionamiento de los centros, y la misma es también la mejor defensa para saber si la que utilizan los indicadores responde a la verdad o es falsa.

Canarias (y España) necesita un pacto de verdad por la educación, al margen de ideologías y partidos, que comprometa a todos con el esfuerzo y el sacrificio como valores imprescindibles para la formación. Los padres ya no van al colegio como antes a reclamar un listón alto para sus hijos, sino a todo lo contrario. Lo vimos recientemente con las insólitas huelgas de deberes o con el boicot a las reválidas instigado por los propios progenitores, dos mensajes terriblemente perniciosos porque socavan el principio de autoridad y de exigencia. Porque equiparan la docencia con un capricho cualquiera y no con su finalidad esencial: dotar a cada cual de las herramientas con las que navegar con solvencia por el mundo. Y eso requiere estudiar.

El crecimiento de una nación depende de la preparación de su gente y de sus logros científicos. La sociedad canaria debería volcarse en analizar con detenimiento la mala experiencia de sus etapas instructivas y de su Universidad para ponerles coto. Si Canarias no apuesta por el conocimiento, está perdida. El Gobierno autonómico anunció hace unos días un aumento presupuestario para la educación. Bienvenido sea, pero no debe ser el único remedio: lamentablemente, la burocratización reina hoy entre unos profesores que empiezan a ver cómo se difumina la vocación. El saber ha pasado a un plano terciario y secundario. El dinero no lo es todo.