Gran parte del futuro de Las Palmas se fraguó en la Desamortización de Mendizábal y Madoz (1836 y 1855). Las tierras de Santa Catalina, que se extendían desde el barranco de la Ballena hasta La Isleta, pertenecían al Estado -he leído a algún descolocado y aprendiz de historiador decir que no tenían dueño-. Los terrenos estaban entre los municipios de Las Palmas y San Lorenzo divididos por una hipotética recta que partía desde la Peña la Vieja al reducto de San Felipe. Por allá del Barranco de la Ballena empezaba el Cortijo de Guanarteme que llegaba al barranco de Guanarteme o Tamaraceite. Uno de los poseedores del Cortijo fue Sebastián Pérez, padre de Benito Pérez Galdós.

Al venderse en subasta pública, como tal bien del Estado, se atentó, inconsciente pero gravemente, contra el futuro de nuestra ciudad. Una vez más, el rastrillo acaparador de ingresos no tuvo en cuenta el futuro de Gran Canaria. La Hacienda era una guadaña que arrancaba con todo lo que fuera dinero. Las tierras fueron compradas en 1860 por Nicolás Apolinario en 1.400 reales de vellón (5,6 pesetas la hectárea). Un verdadero regalo pues a principio del siglo XX se vendían ya a una peseta el metro cuadrado (10.000 pesetas la hectárea). Destacó en estas ventas Manuel Apolinario Rodríguez -padre de Pino Apolinario Placeres- quien con el general Pedro Bravo de Laguna Joven de Salas, propietario de La Isleta, consolidaron y amasaron una gran fortuna. Los linderos de la hacienda eran: por el este la carretera del Puerto de La Luz; por el norte, La Isleta; al sur, la falda de las montañas de arena que llegaba al Barranco de la Ballena, y al noroeste, el mar. En ese mar atlántico y nuestro es donde se ha ocasionado el mayor perjuicio a Las Palmas, en el alma de la playa de Las Canteras donde disputaban sus favores el mar, el sol, el viento y la arena. Arenas en las que me rebozaba en mi infancia y juventud -viví a 200 metros de ella- y que por azar de la especulación se convirtió de gigante en enana lisiada.

El mar, oscilando constantemente en bajamar y pleamar, marca su feudo al igual que un barranco lo marca en su cauce, que invade y desborda cuando Alcorán se lo ordena. Igual ocurre con el mar, pero este pone, además, en su apretada agenda, los días extras en que explora, comprueba y repasa sus dominios sobre la playa y las orillas en las mareas del Pino, tormentas, rebozos, etcétera. En esos días muestra sus enojos en forma de formidables olas que, pasando por encima de la Peña de la Vieja, rompen ferozmente contra los muros de la ignorancia y la especulación que taponan el paso a sus dominios... Muros del final de la calle de Los Martínez de Escobar, el Muro de Marrero... Generales avanzados de la irrupción en la playa seguidos de muros más retrasados, soldados sin galones de la fácil conquista.

El expolio empezó cuando Manuel Apolinario en 1900, ¡cuarenta años después de la compra de los terrenos!, quiso hacer constar la línea superior hasta donde llegaba la movible orilla en la pleamar, sabiendo que el límite era la máxima subida que el mar podía alcanzar. Comprendía en ella las casas, ya construidas, de Cristóbal Cabrera y Lorenzo Curbelo Espino, fundador de la Compañía de Vapores Interinsulares Canarios (Viera y Clavijo, León y Castillo, La Palma, Gomera, Lanzarote, Fuerteventura, Hierro) y hermano del destacado comerciante del Puerto Miguel Curbelo Espino.

Don Manuel allá se fue con el notario (para dar fe) y varios obreros cargados de estacas. La primera estaca la puso a ocho metros del extremo de poniente del muro frente a la casa de Cristóbal Cabrera, perpendicularmente al muro. La segunda estaca se plantó a 22 metros de la casa del cable (máxima distancia, pues de las seis estacas que se plantaron lo fueron a 19,13 y 14 metros de los muros, según la línea irregular de la pleamar). Al ingeniero aruquense Orencio Hernández Pérez (fue presidente del viejo Club Náutico) se le dijo que la mayor marea del año era el 3 de marzo a las 1 horas 58 minutos, subiendo solo 1,76 metros.

El primer culpable de lo ocurrido fue el Estado, que no asumió su obligación con los linderos; los segundos culpables fueron los responsables de la administración por pecar de negligencia, tanto en conocimientos como en permisos y vigilancia. El caso cierto es que cuando Apolinario hizo el deslinde había casas construidas con muros para defenderse de las subidas del mar, con lo que se reconoce que este llegaba mas allá de donde se construyeron las viviendas, en terrenos vendidos por los Apolinario.

Este dato también sirve de demostración de que las mareas más altas no son las de marzo, obviándose así las mareas del Pino, tormentas y rebozos. Sin ir mas allá, en febrero de 1912 las olas rompieron muros y obstáculos llegando a la carretera del Puerto que, a causa del mal estado en que se encontraba, pasó en septiembre de 1914 al cuidado de Obras Públicas, reconociendo su ubicación en zona marítimo-terrestre. Mientras, LA PROVINCIA se erige en fiel defensora de la playa sobre la que denuncia: en febrero de 1912, "abusos de extracción de arena"; en septiembre, que es un "depósito de estiércol y escombros" y, en agosto de 1913, "que las sirvientas de los alrededores de la playa arrojan en la orilla las inmundicias a plena luz el día". (Todavía algunas personas se orinan en el mar). LA PROVINCIA no se recata en destacar las bellas puestas de sol y las limpias aguas del mar a través de un personaje que firma: el Brujo de Las Canteras.

Tengo un plano de 1686 de Pedro Agustín del Castillo donde no aparecen casas cercanas a la playa. Otro de 1889, firmado por el ayudante de Obras Públicas, Francisco Herrera, en el que sólo aparecen en las cercanías de la playa dos casas de varios, otra ruinosa y la caseta de telégrafos. El plano de Francisco Coello (1849) mostraba también una playa sin casas cercanas a la orilla. El plano del ingeniero José de Lezcano (1906) ya plasma casas en las cercanías de la playa, como también las del plano de Fernando Navarro (1910), quien sigue una alineación uniforme desde La Puntilla hasta llegar a su final, frente a la Barra Grande y los Lisos. Pinto de la Rosa (1942) dibuja los edificios en la misma alineación de Navarro, pero llegando ya a la caseta de amarre del cable. Afortunadamente no se siguió el plan de urbanización de Secundino Zuazo (1943), con dos espigones perpendiculares a la orilla.

En cuanto al dibujo de la Barra es más propio de la fantasía que de la realidad; Pedro Agustín del Castillo dibuja una serie de peñas de tamaño similar; Coello una Barra continúa y otros pasan de la Barra. A principios del siglo XX Punta Brava era un lugar solitario, tanto que en él se celebró un duelo entre un oficial de Intendencia y el paisano Antonio Benítez Álvarez.

Y encima se comete la tropelía de colocar la fábrica de Unelco (1929), como un puñal, dentro de la playa, cerrando el paso a la zona del Barranco de la Ballena y a las factorías de pescado donde hoy se ubica el Auditorio. Todavía en los años sesenta del pasado siglo quedaban solares amplios con arenas en los alrededores de la calle Pelayo y entre Punta Brava y la Cicer. Se debieron expropiar esos terrenos para ampliación de la playa, como se debió mantener la primera línea de playa a menos a 30 metros de la actual Avenida de las Canteras, lo que hubiese significado, primero, un cambio sustancial en la urbanización de Las Palmas y, segundo, un mayor disfrute de una gran superficie, holgada, sin agobios, con zonas de servicios tales como aparcamientos.

La ignorancia, la falta de visión de futuro, la negligencia de los políticos -al igual que con los cauces de los barrancos y otras playas de Gran Canaria- y la especulación han puesto chalecos de fuerza, que se notan ya progresiva y lamentablemente, los fines de semana. Acojo, alegremente, la incorporación de 2.500 metros cuadrados en la Cicer, un enyesque, aperitivo, con buen sabor de boca, pero advierto que la mayor posibilidad de expansión de nuestra playa está en el Confital, lo que hay que realizar responsablemente.

Escribo para que la experiencia, a través del conocimiento histórico, impida que se repitan los errores en otras playas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. Que primen los intereses públicos sin desatender los derechos privados. No permitamos playas constreñidas y raquíticas. No queremos tener que estar de pie por no tener sitio para sentarnos ni tumbarnos. No olvidemos que nuestra penúltima oportunidad es el turismo y que nuestras materias primas principales son el sol y la playa. Tampoco olvidemos que ahí enfrente de nuestras costas está África, con playas grandes y vírgenes que en cualquier momento pueden entrar en franca competencia con las nuestras.