Un jugador de fútbol no es un deportista cualquiera. Son los más afortunados. En ningún otro deporte, al menos en España y en otros muchos países del mundo, existe semejante nivel de identificación entre aficionados y sus respectivos clubes. La pasión se desborda. Rebasa los límites cada fin de semana. Y sobre esos sentimientos se ha edificado un negocio multimillonario. Uno de los más lucrativos del planeta. Los clubes más potentes del mundo, e incluso los mejores jugadores, son auténticas multinacionales. Gracias a ello los futbolistas de élite cobran semejantes sueldos, por lo que deben asumir desde el primer día que no son un ciudadano más. Son modelos para la sociedad. Deben ser ejemplares, tanto dentro del campo como fuera de él. Ellos no lo han elegido así, pero es el precio a pagar por tener una vida tan llena de lujos. Y en la UD Las Palmas hay muchos que no lo tienen asumido.

La juerga de Tana del pasado domingo es solo un ejemplo más. El mediapunta de Las Palmas, uno de los principales activos de la entidad, fue cazado a las siete de la mañana en plena discusión a la salida de una conocida discoteca de la capital. Fue denunciado por la Policía Local por alteración del orden público y tendrá una sanción administrativa. El incidente en sí no es tan grave como otros en los que han incurrido jugadores del equipo amarillo en los últimos años. Positivos por alcoholemia al volante, puñetazos y puntos en el rostro son algunos de los capítulos más vergonzantes que ha vivido la entidad desde su regreso a Primera División, una categoría que lo magnifica todo.

Que un jugador de la UD sea sancionado por una discusión es casi lo de menos. La cuestión, y lo que de hecho sancionará el club, según palabras de su presidente Miguel Ángel Ramírez, es que estaba en la calle a las siete de la mañana. Era su día libre, pero el código interno marcado por la entidad deja bien claro que deben estar en casa, salvo en vacaciones, a las dos y media de la madrugada como máximo, una hora ya bastante agradecida. A buen seguro no afectará en su rendimiento del siguiente partido de turno, pero su comportamiento no se ajusta con su salario, con los valores del club y con el lugar que ocupa en la sociedad. De hecho la entidad ya ha abierto un expediente informativo y ha anunciado que le sancionará.

A estas alturas de la película la UD Las Palmas ya debe asumir que tiene un problema con el comportamiento de sus jugadores. No es ninguna casualidad que cada año, incluso cada menos tiempo, salgan a la luz casos de este tipo. Y hay muchos factores que lo provocan. Primero hay que mirar a la cabeza de los jugadores protagonistas de estos episodios. Su falta de madurez es muy llamativa, sobre todo en los reincidentes. Deben asumir que para conseguir estar a tope físicamente tienen que cuidarse: entrenar al máximo, comer sano y descansar bien. Todo lo que no sea cumplirlo a rajatabla es una irresponsabilidad. Viven del cuerpo. Para que mantengan la compostura no ayuda que las amistades que les rodean no suelen ser las mejores influencias. Pero si tanto se repiten estos episodios es porque algo no funciona en la forma de actuar de la UD Las Palmas. Ya sea en el código interno o en las relaciones entre club y plantilla.

El vestuario amarillo nunca ha sido fácil de controlar. Así ha ocurrido en la última década. Tiene tanto talento como tendencia al descontrol. Los precedentes hablan por sí solos. Y eso que sus últimos entrenadores han sido de armas tomar. Paco Herrera y Quique Setién han tenido mano dura con los indisciplinados. De hecho al cántabro no le tembló el pulso a la hora de dejar fuera de la convocatoria a la estrella del equipo, a un Jonathan Viera al que, en sus propias palabras, mandó "al rincón de pensar".

Ese vestuario que tantos episodios extradeportivos ha protagonizado es el mismo que ha logrado los objetivos de las tres últimas temporadas, algo que nunca hay que perder de vista. Pero también el mismo que participó en una 'guerra civil' en los últimos meses de la temporada pasada, que se fue de vacaciones antes de tiempo e hizo el ridículo en muchos campos de España. Con su dejadez dentro del campo tiró por la borda un comienzo de temporada extraordinario. Por todo ello puede que la clave no esté en la autoridad del entrenador de turno. No les controló Sergio Lobera, que fue devorado por su ternura en los banquillos, tampoco la experiencia y el aval del ascenso de Paco Herrera y ni siquiera Quique Setién, cuyos resultados, estilo de juego y golpes sobre la mesa tampoco fueron suficientes.

Manolo Márquez, que de momento no ha destacado por su autoridad, tiene ante sí un reto de altura. Por si los rivales de Primera División no fueran lo suficientemente complicados, tiene que manejar un vestuario fortalecido que acaba de ganar la batalla al mejor entrenador de los últimos años. La irresponsabilidad de Tana, a la primera de cambio, no ayuda en nada. La afición se irrita especialmente con estas situaciones. La de la UD Las Palmas y todas. Se genera ruido y el club debe centrar esfuerzos en lo que no debe. Y encima, la vergonzante derrota contra el Atlético agrava la situación.