No es imposible ganar las elecciones después de muchos años en el poder y todavía es más fácil conseguirlo o conservarlo (es un decir) a través de una estrategia inteligente de alianzas políticas. Pero en ningún caso te acompañará el éxito haciendo lo mismo al cabo de un cuarto de siglo, sin variar el mensaje, reajustar tus objetivos programáticos, dibujar un perfil político propio, reinventar tu interlocución con la ciudadanía, modificar tus criterios de selección de personal político. Y nada de eso está haciendo Coalición Canaria, víctima de una constante erosión en las encuestas electorales. Quizás las cosas hayan sido peores para los dirigentes coalicioneros porque, en lugar de una hostia fulminante que lleva a la reflexión dolorida, se ha tratado de un descenso inicialmente lento y que solo ahora está ganando velocidad, y eso ha facilitado cierto avestrucismo más o menos suicida. De la ilusión de la hegemonía a mediado de los noventa a la mayoría de votos en el tránsito del siglo y de la mayoría de votos a una mayoría de escaños cada vez más menguada. En política te pueden perdonar siempre lo que has sido, pero jamás lo que eres. Como CC no controla ni gestiona un relato propio no puede defenderse con eficacia de las caricaturas ajenas, justas o injustas, acertadas o fantasiosas, pertinentes o estúpidas. La crisis económica y los límites del modelo de crecimiento del país -con un desempleo todavía superior al 24% de la población activa y que se ha mantenido siempre por encima del 10% en la última década- han cuestionado la utilidad de CC como instrumento político, la reducción de su presencia en las Cortes la debilitan como proyecto nacionalista con capacidad negociadora aunque coyunturas excepcionales como la actual enmascare esta circunstancia y esa estrambótica decisión de presentar al Ejecutivo como un equipo de técnicos que se pela los manguitos en el despacho informa uno de los espectáculos más sorprendentes en los nacionalismos periféricos españoles. Para colmo CC ha optado por ensimismarse en el Gobierno y renunciar a articular y mantener un pacto con el PSOE o el PP, lo que lo ha convertido en el enemigo común a abatir por todas las fuerzas parlamentarias. Coalición es, por supuesto, el régimen y todos los demás (el PSOE, Nueva Canarias, el PP, Podemos) los representantes de las víctimas, las fuerzas de choque dispuestas a encabezar una revolución purificadora y liberar a la patria.

Con todo, la euforia del PSC-PSOE al deleitarse en las encuestas no debería llevarles a una borrachera interpretativa. Primero porque globalmente los votos de la izquierda no suman, precisamente, una mayoría aplastante frente a CC, PP y Ciudadanos. Segundo, porque su crecimiento afecta al de sus socios inevitablemente. Y tercero, porque la subida socialista en las encuestas electorales de Canarias tiene muy poco que ver con su gestión política, y mucho con el desgaste del adversario y, sobre todo, con el efecto de la elección de Pedro Sánchez como secretario general. Es, por tanto, y como suele ocurrir con el PSC-PSOE, una recuperación por vía exterior, y puede desaparecer si se marchita el muy resistible encanto del líder socialista.