Lo fundamental es encontrar una explicación básica, elemental, sencilla, soluble como el colacao y que respete todas las percepciones convenientes, apele a las emociones convergentes y no atienda a las razones argumentales. Es lo que lleva a convocar manifestaciones contra las cianobacterias y a favor de los alisios y de un gobierno alternativo, si es que no son lo mismo. Lo digo como ejemplo. Lo de menos son las razones, el análisis científico, los saberes e informes de los biólogos marinos. Si finalmente alguno de los responsables de la protesta reconoce que no existe una relación causal entre microalgas y vertidos de aguas residuales en aguas atlánticas esboza un gesto de cansancio y murmura que vale, pero que lo principal son los vertidos, y ya si tal. Es lo que me dijo uno de los organizadores de la manifa: ya si tal. Marianismo de izquierda. Después explican que miles de personas se manifestaron por las calles de Santa Cruz de Tenerife. ¿Que no eran miles? Porque lo diga usted. Somos millones si hace falta, lacayo del régimen.

En Cataluña ha coagulado una enorme gota de impaciencia e ilusión en la que se han sumergido la mitad de los ciudadanos. Es la independencia: una respuesta universal a todos los duelos y quebrantos, la promesa de una aurora inmarchitable, la oportunidad de hacer las cosas realmente bien, sea unos presupuestos generales, un Estado de Bienestar dinamarqués, unas butifarras incontaminadas o una revolución comunista, ya se verá, damas, caballeros, camaradas. El goce de endilgar a los foráneos la pútrida raíz de todos tus conflictos, impotencias, dificultades: la exclusión como principio regulador en la refundación de la convivencia. No se dirá que no es estimulante. La única emoción épica que le queda a un viejo pueblo europeo. Por supuesto se trata de una fantasía irresponsable y majadera, un sumidero de ensoñaciones y complejos ideológicos, cinismos en fuga, ignorancias ensoberbecidas e irresponsabilidades entusiastas. Como decía hace pocos días Félix Ovejero, el problema catalán es creer que existe un problema catalán.

Aquí, afortunadamente, no se nos ha ocurrido todavía una solución definitiva a nuestros males. Aunque sí se está forjando un relato según el cual Coalición Canaria es la fábrica de todos los males, fracasos, insuficiencias y contradicciones que nos afligen. Lo han descubierto el PSOE, el PP, Nueva Canarias y, por supuesto, los nuevos agentes políticos, Podemos y Ciudadanos. CC gobierna para los empresarios pero no permite la actividad presidencial, quiere acabar con el territorio, llena de microalgas las costas, es autora del actual régimen económico, ha impedido que circule la creatividad artística en el archipiélago, en fin, todo un cúmulo de patologías políticas y sociales en las que ni socialistas, ni conservadores, ni la izquierda, ni las burguesías locales, ni las organizaciones sindicales, ni nadie más tiene responsabilidad. Si se desplaza a CC de las administraciones públicas todo irá mucho mejor. Ese es el programa de mínimos que entusiasma a la izquierda y a la derecha política, a los nacionalistas progres grancanarios y a los seguidores de Albert Rivera en Tenerife. Es una curiosa y plural concidencia. Cualquiera diría que no se trata de sanar una democracia malherida, sino de repartirse los dividendos editoriales, y si hay que soltar sandeces, crear alarma social o prometer a algún empresario que no perderá siete u ocho millones de euros al mes, se hace y en paz.