Durante cinco años, cinco maravillosos años, viví en Barcelona. Parlava català amb accent canari. "Escolta nen, parles catalá una mica raru". Esta frase la escuché, con agrado, en bastantes ocasiones. Y a mis interlocutores les agradaba que un tipo de fuera hablara su lengua. Estaba tan identificado con Barna que renové el DNI para que Barcelona figurara en el carné.

No me gusta lo que está pasando ahora. Ni en Cataluña ni en España. Más allá del referéndum, más allá de que el Estado no permitirá la independencia que no quiero, como algo más de la mitad de la población de Cataluña, hay un divorcio claro. Miles de catalanes no quieren ser españoles y muchos españoles están molestos porque esos catalanes no quieren ser ciudadanos del Reino. A esos españoles les digo, ahora más que nunca, consume fuet y cava y presume de ello en tu facebook. ¿Eres español? Ppues disfruta con esos productos ibéricos.

Hay que tender puentes si queremos la unidad. Y el Gobierno está obligado a ello. La ley, la Constitución, a rajatabla con Puigdemont, Junqueras y la presidenta del Parlament, pero simultáneamente negocia y ofrece prestaciones, Mariano. El asunto no es el 1 de octubre; la clave es la gestión del día después. Y en Cataluña, incluidos miles de ciudadanos que no quieren la independencia, hay mosqueo con Madrid. Y yo también estoy mosqueado. Con Madrid y con Barcelona.