La Provincia - Diario de Las Palmas

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PIEDRA LUNAR

Ruina fervorosa (Acusa)

Se cumplen por estas fechas cincuenta años de que una antigua ermita franciscana del siglo XVII cerrara sus dos únicas puertas y quedara su sencilla estructura de piedra arrumbada en el fondo del barranco del Silo, en los barrios artenarenses de Acusa. Fue en octubre de 1967, cuando la construcción de la presa de Candelaria hizo que este edificio religioso quedara afectado por el vaso del embalse. Con lógica previsión, en las cercanías ya se había construido una nueva iglesia, de tres naves, que dio origen al nuevo barrio de la Vega de Acusa, al borde de la carretera que conduce a la Aldea de San Nicolás. La historia, por su propia naturaleza, nunca se detiene y los diversos acontecimientos acaecidos en cadena en aquella comarca a lo largo de la década de 1960 constituyen un modelo de lo que significa el cambio económico-social en el mundo rural de nuestra Isla. Al margen de una valoración de las infraestructuras (carretera, presa, iglesia, escuela, aljibes, regadío en tierras de secano...), ahora, con motivo del cincuenta aniversario, la memoria de los vecinos y de peregrinos llegados de otros ámbitos ha vuelto a revivir en torno a aquella vieja ermita, construida en 1669, y que al final de cada verano, con la bajada del nivel del agua, luce su esquelética estructura en el fondo del barranco. Hemos podido constatar que la sequía que asuela la Península en estas fechas de fin del estío ha puesto al descubierto muchos de los pueblos que quedaron hundidos por la construcción de embalses. Durante el franquismo se construyeron en España unos quinientos pantanos, y la inauguración se celebraba a golpe de solemne reportaje en el No-do. La ironía popular no dudó en llamar al ínclito promotor de este alarde hidrológico como Paco el rana. Cuando las ruinas de muchos pueblos inundados quedan al descubierto se generan visitas de sus antiguos habitantes y de sus descendientes que pasean por sus calles cenagosas, por puentes de piedra, por torres de iglesias sumergidas, y reaccionan con distintos sentimientos ante el seductor paisaje urbano que les dio cobijo. Películas, narraciones, recuerdos, nostalgias y olvidos son expresiones de una memoria apuñalada. Aquí en la Isla, en menor escala de ocupación, la ermita de Acusa y unas cuevas del entorno, destinadas a corrales y pajeros, quedaron anegadas por las aguas del primer invierno. Ahora, al cumplirse cincuenta años del evento, la memoria de algunos lugareños ha vuelto al lugar que servía de cobijo a sus devociones: el Cristo, la Candelaria y san Blas. Las fiestas eran sencillas, con ventorrillos de productos locales (carne de cabra, uvas negras, bollos de cuajada, vino de la tierra...), a la sombra de unos muros santificados. Ahora son piedras paganas, que el batir de las aguas ha derrumbado y cubierto de légamo y barro. La destrucción de la ermita de la Candelaria de Acusa es el tributo que una fervorosa tradición acuñada durante trescientos años tuvo que pagar para que la historia local escribiera nuevas páginas en su devenir.

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