La Provincia - Diario de Las Palmas

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OPINIÓN

Como los pinos canarios

Nadie duda de que el oficio de entrenador de fútbol es un oficio de pura aventura. Y digo "oficio" porque calificarlo de carrera podría incomodar a quienes sí la han cimentado en las Universidades del saber, aunque sepamos que hay escuelas oficiales de entrenadores donde éstos estudian cuestiones relacionadas con ese deporte en tono físico, resistencia, talento (como dicen) e instinto de trampa y mala leche de los protagonistas, que también. Y, como cobran tanto, cada vez tienen que aprender más. Antes, tan corta era su exigencia didáctica, que me viene al pelo recordar haber tenido aquí en Gran Canaria, y que pude conocer como entrenador, en tan viejísimos tiempos que no todos de entre ustedes recordarán, a quien, entre otras deficiencias, estimulaba a sus jugadores gritándoles en los entrenamientos: "¡Venga, venga, ánimo!", "¡muevan la 'sentura'!, ¡muevan la 'sentura'!". O aquel otro isletero que cuando a su equipo (el Racing) le iba mal, y sobre todo cuando el rival jugaba duro, gritaba a sus pupilos "¡bandera negra!", y era entonces cuando salían a dureza por dureza. Y el temperamento les igualaba.

Ahora saben más y les hacen aprender, aunque nunca tanto como para poder calentar el mismo nido durante años porque si no hoy, mañana, el fútbol les da un coletazo y les tumba, arreglan sus cuentas y le hacen firmar el finiquito.

Quiero decir que, salvo Carmelo Campos, que nunca quiso ser primero sino segundo hasta en silla de ruedas, como acabó tambien el ascensor Roque Olsen, ningún entrenador se hace viejo en el mismo equipo. Tarde o temprano son engullidos y por una mala racha despedidos aun estando en la lista de los de élite. Menos mal que, eso sí, dejan tras ellos el recuerdo de su saber y esfuerzos. Todos ellos, cuando se dispersan, tienen una explicación o un por qué para justificar a la espera de otro banquillo para hacerse ricos con buen viento o vivir lo justo a tropezones, que es así.

Y no se calienten mucho la cabeza para encontrarlo, que su triunfo y su fracaso están contenidos en tres o cuatro ángulos fundamentales: marcar mas goles, sumar más puntos y tener contentos a sus socios. El resto, como el jugar bonito, elegante, ordenado, etc, etc, es circunstancial. A tal efecto digo que no en todas partes se juega más bonito como he visto jugar en Canarias desde que lo hacía sobre tierra con balón de cuero animal, con vejiga de goma, hinchado con bombín de bicicleta, cerrado con rústica cordonadura de zapato o bota de campesino. Y aún así, ya ven que el paseo de entrenadores amarillos nativos -que bastantes hubo- y de distinto origen y pelajes que nos ha tocado para bien o para mal es abundante, como en todos los equipos. En todos. Porque, ¿conoce usted a alguno que jubile o entierre por edad a su entrenador? No, ¿verdad? Y, desde otro ángulo, ¿conoce usted algún entrenador diplomado en estos tiempos que no haya sido despedido alguna vez y se encuentre como los cazadores, ahora que están sin veda, aguaitando la aparición de alguna plantilla a la que ayudar, ayudándose a sí mismo si acaso está en paro?

La UD estuvo unas fechas sin entrenador por despido, o lo que sea. El aluvión de ofrecimientos recibidos con el rezo en varios idiomas declarando viejos amores al club con la promesa de conquistas seguras fueron como una barranquera. Y todo quedó tras estudio. Quizás como con una corazonada los arquitectos amarillos pensaron tentar a la suerte y sin traspasar las fronteras de Siete Palmas echaron mano de Manolo, que acababa de ascender a la chiquilleria del filial. Podría ser una solución tan barata como gloriosa, casera y modesta. Pero acabó siendo espejismo y se desvaneció en cuatro partidos. El mismo técnico pidió la baja y dejó la responsabilidad. Por eso es que el club trió de entre la carpeta de ofrecimientos a Pako Ayestarán, experto, sin un pelo de tonto y estrella opacada en la inactividad. Sin saber todavía dónde está la puerta del vestuario de Siete Palmas, se convirtió en dueño y señor del mismo para debutar nada menos que contra el Barcelona, sin público pero a la vista de todo el mundo en la pantalla con interés especial por el contenido que podía tener semejante choque alejado de injurias y presiones públicas. Y lo hizo con tanto decoro y aplomo que, si como estaba supuesto, no ganó el partido, sí ganó en este debut una presencia que, aún imposible de haber sido inoculada en las pocas horas compartidas entre el mister y sus chinijos, sí trae un aliento nuevo que puede reajustar el buen juego amarillo, que es lo bueno y bonito, pero compartiéndolo con la función de meter y evitar que te metan goles, esencia fundamental de este juego entre millonarios y aspirantes a serlo.

Y pienso que, si en pocas sesiones y bandera española al lomo encendió una vela delante del Barcelona sin "aco... ngojarse", vamos a ver si con el poquito más de tiempo que ha tenido por delante es capaz, con la gente que tiene, no de encender una vela si no una gran hoguera de curiosidad, entusiasmo y emoción en el Gran Canaria frente al Celta que llega.

Con eso y ganando esta mano, tendríamos margen para pensar y decir que la UD Las Palmas es como el pino canario, que "aunque alguna vez se le prenda fuego siempre rebota y crece".

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