Un hombre se acerca a Las Canteras para correr un poco y darse un baño y encuentra una moneda española del siglo XVIII, acuñada durante el reinado de Felipe V. Quizás lo más extraordinario no sea el descubrimiento de la moneda, semienterrada en la arena, sino el hecho de que quien la descubre (casualmente) es un historiador, cuyo padre, además, tiene para colmo aficiones numismáticas. Es como si la moneda hubiera elegido a su descubridor. El encanto mayor de la anécdota deriva de todos los pretextos narrativos al que el hallazgo puede dar lugar. ¿Cómo llegó la moneda hasta la playa? El historiador es un romántico. Opta por imaginar un naufragio, quizás a miles de kilómetros de distancia, y un largo recorrido de la moneda por el océano hasta quedar atrapada en las arenas de la Cícer. La vieja moneda no habría conocido otras manos en más de 300 años y llegaría directamente del pasado, desgastada y borrosa pero firme, como un pacto entre Coalición Canaria y el Partido Popular.

Canarias fue la primera economía monetaria surgida en el Atlántico. Es mucho más posible -aunque ya harto improbable- encontrar más monedas aquí que en el Magreb o en Río Muni. Ese maravilloso recorrido durante generaciones mecida por las corrientes marinas tiene menos verosimilitud que una moneda arrojada en su día al mar en el Puerto de La Luz o en las costas de Fuerteventura. ¿Y un coleccionista airado que decide que su colección es suya y solo suya y no está dispuesto a cederla, por ejemplo, cuando en la guerra civil las autoridades golpistas ordenaron requisar a los vecinos todas las monedas y utensilios de plata que pudieran acumular? Es una mañana de verano de 1936. El coleccionista, enfebrecido por su osadía, toma la falúa de un amigo y comienza a bogar. En las proximidades de la Cícer se detiene. No va a ceder un valioso fragmento de historia a aquellos que quieren que la historia termine mal. Abre una caja y arroja unas cuentas monedas. La más valiosa, una pieza de ocho reales en circulación durante el reinado de Felipe V, que parece flotar por un instante y luego se hunde lentamente.

En esa moneda en la que apenas se puede adivinar ya el escudo y una pocas palabras latinas está encerradas, en realidad, todas las historias del espíritu humano, por lo que no solo viene del pasado, sino también regresa del futuro. Es la cifra del mundo y como todos los símbolos poderosos habla y a la vez guarda silencio, puede pasar siglos bajo tierra y simular ser una anécdota playera para distraer el aburrimiento dominical. Amenaza del olvido definitivo y melancolía de recuerdos que nunca ocurrieron. Un trocito de plata colmado de batallas, llantos, dolores, risas y silencios. Jamás la hubiera recogido de la playa, si no es para palparla, sentirme deslumbrado por un instante y luego devolverla de nuevo al mar con todas mis esfuerzas, pagando así por todo lo que ese mar y esa playa me ha dado y me ha quitado.