Si no creo en la nostalgia en asuntos sentimentales no voy a creer en la nostalgia en asuntos políticos. Hablar de degradación política y oratoria en el Parlamento de Canarias es ya una tradición y la Cámara apenas acumula 35 años de vida. Esto de ahora es un horror pero, seamos sinceros, Lorenzo Olarte no era Pericles ni la bombonera de Teobaldo Power recordó jamás al Senado romano. Soy lo bastante anciano para recodar el pánico que nos sobrecogía cuando Manuel Hermoso tomaba -estrujaba- la palabra y la estampida que se producía entre los periodistas cuando Augusto Brito perorataba sobre el REF para convertirlo en una suma de Santo Tomás de Aquino y la necesidad de contar con un dialectólogo cuando intervenía Adán Martín y los temblores de Juan Carlos Alemán en la tribuna y José Luis Álamo dormitando en un sofá, con los pies recogiditos, y Domingo González Arroyo, en fin, mostrando una pistola en la sobaquera e invitando a todo el grupo parlamentario del PP a comer a El Coto de Antonio. Si esto nos parece peor, no es porque los oradores sean peores o los discursos más aburridos, sino por la distancia entre la burbuja política y la monda realidad y, sobre todo, por los severos límites que ha demostrado el artefacto político-administrativo de la autonomía para mejorar la situación del país en la última década. No es que no aguantemos a los actores: es que la comedia se cae a pedazos.

Sí, Fernando Clavijo lee su amazacotado discurso como un prebístero dispuesto a perdonar los pecados veniales, Asier Antona es tan espontáneo e ingenioso como un maniquí de Zara Kid, la nueva portavoz socialista no se llama Corujo por casualidad y Noemí Santana se empeña en representar la Lara Croft de la nueva izquierda canaria, equivocándose en la mitad de las preguntas y sin respuestas viables que proponer. Casimiro Curbelo hace de Casimiro Curbelo en el parlamento, en el cabildo y en las saunas. Nada que objetar. Lo que ocurre es que persisten un conjunto de problemas y crisis que se han convertido en estructurales: un disparatado desempleo por encima del 20% de la población activa y una economía sustentada en el turismo, los servicios y la construcción que necesita salarios bajos para la reproducción del modelo. Porque los condiciones laborales en Canarias no son fruto de la maldad de empresarios desalmados, sino una variable del modelo de crecimiento regional. ¿Por qué se va a pagar más a una limpiadora de pisos, a un camarero, a un dependiente o un recepcionista? ¿Conocen ustedes en España a muchos camareros instalados en la clase media? Un camarero en Canarias nunca ganará 2.000 euros al mes. La inmensa mayoría no ganará jamás la mitad. Es surrealista que el presidente Clavijo reclame a los empresarios salarios más generosos, porque sus empresas se basan en salarios mínimos y amplían o mantienen sus márgenes gracias a la precariedad laboral. No hablemos ahora de que la escuela canaria se encuentra entre las que mayor segregación de clase presentan en España, por lo que, en lugar de servir como ascensor social, contribuye a perpetuar situaciones familiares de pobreza, marginalidad y exclusión social. O de nuestros semicolapsados servicios sanitarios. O de la siempre aplazada reforma de la administración autonómica. O de una sociedad resignada, pazguata, recipendiaria, que solo espera salvación desde una clase política a la que desprecia.