Opinión | Punto de vista

Marta García Miranda

Chagall, guerra y la barbarie

Vivió la Revolución rusa, dos guerras mundiales, la persecución a los judíos, el Holocausto, el desarraigo, el exilio y fue incluido por los nazis en su catálogo de artistas degenerados. Pasó a la historia de la pintura del siglo XX con una obra expresiva y colorista, de corte onírico, poblada de acróbatas, arlequines, rabinos, un universo burlón, fantasioso y popular con el que, dijo André Bretón, «la metáfora hizo su entrada triunfante en la pintura moderna».

Pero Marc Chagall (1887-1985) fue, además, un creador de vocación humanista, defensor de la paz, la tolerancia y los derechos humanos, un artista profundamente crítico que denunció las atrocidades que marcaron la primera mitad del siglo XX. La suya fue también una obra política, y esa lectura, que no se había planteado hasta la fecha, es la que propone, por primera vez, la exposición Chagall. Un grito de libertad, comisariada por Ambre Gauthier y Meret Meyer, una gran retrospectiva que acoge en Madrid la Fundación Mapfre y que reúne más de 160 obras del artista y 90 documentos traducidos del yidis o del ruso y seleccionados entre los miles de archivos de Marc e Ida Chagall.

La muestra, organizada en colaboración con La Piscine-Musée d’Art et d’Industrie André-Diligent de Roubaix y el Musée National Marc Chagall, propone una ruptura del estereotipo y el lugar común, una mirada distinta a partir de «una confrontación entre la producción artística de Marc Chagall y sus propias palabras porque quién mejor que el artista para contarnos cómo percibió las cosas, cuáles fueron sus emociones, sus sentimientos, sus enojos», según Meret Meyer, una de sus comisarias y nieta del pintor, que sostiene que esa faceta de artista comprometido con su tiempo era muy poco conocida porque Chagall solía optar en sus declaraciones y entrevistas por mostrar «opiniones generalistas y consensuadas», que construyeron la imagen de un artista «pacífico que no quería agitar demasiado las tinieblas».

Organizada de forma cronológica, la exposición se abre con La Commedia dell’arte, ese cuadro monumental que Chagall pintó para el vestíbulo del Teatro de Fráncfort con una pista de circo habitada por músicos, acróbatas, saltimbanquis y malabaristas, un universo circense que el pintor usará de forma recurrente a lo largo de su obra como metáfora de los cambios políticos y sociales, como escenario en el que conviven el drama y la comedia, la guerra y la humanidad. A lo largo de la muestra veremos sus autorretratos, en los que Chagall se concibe siempre como alguien más joven, su obra El saludo o sus dibujos en los que plasma el drama de la Primera Guerra Mundial con imágenes de reclutas, pero también sus retratos de rabinos tras regresar de Palestina, sus ilustraciones para El diario de Ana Frank o esas obras de enorme dimensión trágica y pulsión militante como La guerra o Incendio en la nieve.

Y, junto a sus dibujos y pinturas, vitrinas que alojan su pasaporte francés, un artículo en el que declara que es «halagador ser despreciado por los alemanes de Hitler», un telegrama a Ben Gurión en 1948 en el que celebra «la nueva República judía» o un manuscrito en el que reclama un castigo por el genocidio nazi: «Si los pueblos se niegan a castigar a los alemanes por los cinco millones de judíos asesinados, serán ellos quienes cargarán con esos crímenes», escribe Chagall. La exposición, que podrá verse hasta el 5 de mayo, dialoga también, de forma trágica, con las guerras en Gaza y Ucrania.