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Música

"Una cinta con Charlie Haden me hizo firmar con Blue Note y lanzó mi carrera"

"Temo enamorarme de un periodo de mi carrera porque tengo apetito por explorar y borrar fronteras", reconoce Gonzalo Rubalcaba, pianista y compositor cubano de jazz

El pianista cubano Gonzalo Rubalcaba en una imagen promocional de su discográfica. LP/DLP

¿Cuáles son sus principales referentes o maestros?

Yo vengo de una familia muy relacionada con la música y, de alguna manera, con las artes, porque si bien hay una mayoría de músicos también hay otros dedicados a la danza, la pintura o las artes plásticas. Por eso mi casa siempre fue un escenario de ensayos y encuentros con artistas y músicos. Yo crecí en un barrio de La Habana que se llama Cayo Hueso, muy pintoresco y lleno de expresiones populares y folclóricas en lo social, en lo religioso y en cuanto te puedas imaginar. Esto lo viví en paralelo a una formación académica de carácter clásico, por lo que se dieron en mí una serie de contrastes que yo siempre digo que ha sido mi salvación.

¿En qué sentido?

Veo muchos prejuicios. No solo a la hora de hacer música, sino de percibirla o relacionarte con ella. Si te desprendes de esto logras borrar las etiquetas o los títulos para buscar la satisfacción que te brinda la buena música sin importar si viene de lo clásico, del jazz o lo folclórico. En mi casa se acumuló una discografía que era bastante ecléctica y eso me sirvió para dar con algunas referencias importantes, sobre todo del jazz. Recuerdo discos de Cachao, Benny Moré; de la música danzón o distintas expresiones de la música cubana, como el bolero o el chachachá; Enrique Jorrín, la Orquesta Aragón... Pero también encontré discos muy viejos de Benny Goodman, Jimmy Dorsey, Baden Powell o Charlie Parker, que ser convirtieron en libros de texto. También recuerdo pianistas importantes como Peruchín o Frank Emilio, referentes en la pianística cubana y claves para que después contáramos con Chucho Valdés, Emiliano Salvador y otros nombres. A parte de Bebo, existen estos que sembraron la semilla del latin jazz. Otro fue Mario Bauzá.

Con nombres tan grandes en el jazz cubano, ¿qué siente cuando ahora se le señala como uno de los referentes principales?

Ha sido y sigue siendo una responsabilidad. Más allá de los elogios, el simple hecho de hacer música es una responsabilidad que adoro y que me ayuda a vivir, independientemente de que sea mi medio de vida. También ha sido la forma en que he crecido en lo profesional y como persona. Y sigo siendo muy respetuoso con todo lo que nos antecede y aquellos que han creado las bases y el camino. Es lo que nos permite afrontar una transformación de ese legado.

Menciona a la Orquesta Aragón, fundada en 1939, y con los que vivió una de sus primeras giras. ¿Cómo lo recuerda?

Fue un accidente, pero me gusta pensar que tenía que pasar para mi crecimiento musical. Yo tenía 20 años, ocurrió en 1984, y ocurrió porque el pianista habitual estaba enfermo. Decidieron llamarme por alguna razón que desconozco, porque no estaba preparado para asumir esa responsabilidad en una institución de este nivel. Pero me llamaron unos días antes de salir. Tuvimos pocas sesiones y el repertorio era enorme. Nos fuimos al Congo y después a París. Es una de las experiencia que me permitieron un acceso a lo práctico, no solo lo teórico o el audible. Pude poner en práctica muchas cosas y fue una gran oportunidad, como la que tuve cuatro años antes en Colombia con la cantante Beatriz Márquez.

Después llegó el Grupo Proyecto y Dizzie Gillespie. ¿Cómo surgió esta relación?

Dizzie llegó a Cuba, por segunda ocasión, en 1984 al Festival de Jazz de La Habana y lo llevaron a tomar unos tragos a Le Pariesien, un cabaré, que estaba en el emblemático Hotel Nacional. Yo actúe con Proyecto cuando llegó Dizzie. Al finalizar, me invitó a actuar con su banda en el Festival. Fue el comienzo de una relación que me hubiera gustado que tuviera mucha más frecuencia, como la tuvo más tarde la de Charlie Haden. Regresó en 1985 y lo hizo sin pianista, para que fuera yo el que tocará. En el 88 me invitó al Festival de Montreal pero me denegaron la visa. Lo ví por última vez en 1989 y falleció en el 92. Pero, por el camino, se había convertido en un divulgador tremendo de mi existencia, cosa que hizo con muchos músicos jóvenes con especial atención a los latinoamericanos: Danilo Pérez, Michel Camilo, Giovanni Hidalgo, Ignacio Berroa, Paquito D'Rivera. Airto Moreira o Arturo Sandoval entre otros muchos de una lista interminable. Tenía una fe enorme y abrió una puerta a músicos latinos pero que creyó que podían aportar cosas a su propia cultura musical. Lo hizo también con Bauzá.

Otro gran nombre en su carrera es el contrabajista Charlie Haden, a quien dedicó un tributo, Charlie ,y con quien comparte escenario en Tokio Adagio.

Charlie llegó a Cuba en el 86 con la Liberation Music Orchestra y me pasó como con Dizzie. Yo tocaba cuando Charlie estaba presente. Le sorprendió y después se presentó. Me dijo que teníamos que sacar tiempo para tocar juntos. Al día siguiente alguien hizo posible que nos viéramos en los estudios de Egrem. Estuvimos dos o tres horas tocando sus temas e hizo que lo grabaran en un cassette, que después presentó en la oficina Capitol Records, a cargo de Blue Note Records. Ahí comenzó el proceso para ver si me firmaban y en el 90 se hizo posible mediante una compañía japonesa porque al ser cubano no estaba permitido firmar con una compañía de Estados Unidos. Charlie logró que me firmaran, aunque creo que ya me conocían por Dizzie. Sin duda esa grabación fue la que me lanzó. A partir de ahí son innumerables los conciertos, las giras, colaboraciones y discos que hemos hecho juntos. Tenemos una relación muy humana.

¿Felizmente se dio con Charlie lo que no pude ser con Dizzie?

Exacto.

Este apoyo está muy unido a una tradición del jazz, en el que el maestro promociona los nuevos valores. ¿Sigue ocurriendo?

Ojalá siga siendo una constante. Para mí, habla de la humildad y la grandeza de los que son considerados grandes. Para mí, les hace mucho más grandes. Habla de su seguridad y confianza y de la conciencia de lo importante que es convertirse en promotores y gestores de una nuevas generaciones que hacen posible que perdure y siga expandiéndose el legado que ellos han creado.

¿Cómo definiría su estilo?

Me considero un trabajador de la música, porque es lo que hago todos los días. Yo me siento al piano o delante de un cuaderno de música para concretar y desarrollar ideas. Lo hago siempre abierto a la exploración e investigación. Y temo enamorarme de un periodo específico de mi carrera, porque eso me convertiría en un ciego respecto a lo que tengo delante. Tengo apetito por explorar y borrar las fronteras genéricas. Lo importante es asumir con seriedad y profundidad cualquier vocabulario musical que caiga en tus manos.

¿En que momento creativo se encuentra?

Uno de mucha ilusión. Me encanta hacer música. Lo necesito. Me ayuda a entender la vida. No solo a verme a mí, pero a entender a los otros. Además, pienso que la práctica y el entrenamiento para la música me ha hecho mejor persona. Me ha ayudado a disciplinarme, organizarme, planificarme y a ver las cosas a largo plazo. He logrado mejor juicio a la hora de criticar, si es que se puede criticar. Beneficios psicológicos y espirituales.

Ahora llega a Canarias con dos directos centrados en la obra de Charlie Haden.

Sí. Coincide en algunas piezas con Tokio Adagio, un concierto que ofrecí con Charlie en el Blue Note Club de Tokio, pero sobretodo con Charlie, un disco de estudio con una mayoría de canciones suyas y otras de Metheny o Bill Evans que tocó como parte de su repertorio. Además, una canción que compuse con él que se llama Transparence. Esto es lo que brindaremos al público canario.

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