¿Por qué empezó a escribir?

Creo que todas las personas hemos escrito en algún momento de nuestra vida, una carta a un amigo lejano, una nota a la compañera de banco del colegio, un poema al llegar a la adolescencia, en un diario? La cuestión es que algunos seguimos haciéndolo al llegar a la vida adulta y de una manera formal y dirigido a más de un receptor y entonces le damos el formato de libro. Ahora, después de más de 30 años de profesión como psicóloga infantil y con todas las historias de vida que los niños, niñas y adolescentes han compartido conmigo, escribo por una razón y es en beneficio de la infancia. Unas veces, como es el caso de los cuentos, mis libros van dirigidos directamente a los menores y, otras como en las novelas, pretendo contribuir al bienestar infantil a través de transmitir conocimientos a la población de adultos para modificar actitudes o sensibilizar ante determinadas cuestiones que afectan directamente a los menores. Estoy convencida, y soy una ferviente defensora, de que los conocimientos científicos no nos pertenecen a los profesionales. Por el contrario, estamos obligados a introducir en el tejido social todos los avances de la ciencia. Una crítica que hago al mundo del conocimiento es su endogamia en el sentido de que se transmite el saber de profesional a profesional ignorando la incuestionable importancia de que ese saber llegue también a la ciudadanía. Por ejemplo, en la novela monográfica sobre el abuso sexual infantil, Palabras prohibidas, a través de la historia de los diversos personajes que integran la trama voy explicando al lector lo que viven los menores víctimas de abuso, cuál es la alta prevalencia de esta lacra social, la dinámica que establece el abusador con su víctima, incluso refleja las razones por las que el abusador llega a convertirse en tal. Hubo un momento importante en mí como escritora y fue la lectura del III Plan de Calidad de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía que habla de la importancia de que los profesionales innovemos en el desarrollo de herramientas que acerquen el saber a la población en general. Y esto me llevó a escribir novelas como instrumento, a través de las historias que relatan, de sensibilizar a la población y conseguir cambios en beneficio de los más pequeños.

¿Son sus libros una herramienta para sanar a los niños que han pasado por las situaciones que narran sus cuentos?

Más que sanar, a través de los cuentos, pretendo adelantarme y prevenir su dolor y también hacer de ellos ciudadanos tolerantes y solidarios. Por ejemplo, el cuento Yo también estuve aquí pretende preparar a los menores que han sido víctimas de maltrato para declarar ante los Tribunales de Justicia. El paso por los Juzgados puede dañarles tanto o más como el maltrato que ya han sufrido. El cuento de Simón, el topo narra la historia de un pequeño topo que es rechazado por su familia, sus amistades y su entorno por el simple hecho de no ser cómo los demás. A Simón no le gusta el fútbol ni las cosas de chicos, a él le gustaría vestirse como sus hermanas y ser una de ellas. Es un cuento que facilita a los padres y educadores hablar con los niños acerca de la diversidad sexual. Kiko, el perro que no podía ladrar se centra en la discapacidad y se dirige tanto a los niños discapacitados como a todos los demás. Este cuento es también un llamamiento a toda la sociedad para que dirija su mirada hacia la situación que viven las personas con capacidades diferentes y empatizar con sus necesidades. Sólo así, a través de la sensibilización social, seremos capaces de construir sociedades más justas y solidarias. Y nada mejor que comenzar esta labor de sensibilización y empatía en la infancia. Es el momento idóneo para inculcar valores y actitudes en nuestros niños y niñas. Sin embargo, el poder del cuento no está en sus páginas. El cuento es sólo un medio para acercarnos a la infancia. El auténtico poder reside en la relación entre el niño y el adulto favorecida por el cuento. Cualquier cuento, de los llamados "terapéuticos", en manos de un niño solo no cumplirá las funciones para las que fue escrito si no participa un padre, una madre, una abuela o un educador.

¿Cree que los abusos a menores han aumentado en los últimos años?

No, no lo creo, aunque la cantidad de casos que nos presentan diariamente los medios de comunicación puedan dar a entender lo contrario. Los profesionales no creemos que el número de niños víctimas de abusos sexuales esté aumentando, lo que sí está aumentando es el número de casos de abusos que salen a la luz. Cada vez es mayor el número de niños y niñas que lo cuentan y el de padres, madres y profesionales que lo denuncian. Hasta hace escasas décadas, nuestra sociedad se ha comportado como si el abuso sexual infantil no existiera. Los niños no lo contaban por temor a no ser creídos, y de hecho así ocurría, y también debido a las amenazas del abusador o abusadora. Sin embargo, no podemos afirmar rotundamente ni una cosa ni la contraria porque hasta la fecha no hemos contado con registros que nos permita ver si en 2017 hubo más casos de abuso que en 1950. Y en todo caso, siempre serían registros que compararan el número de menores abusados que ha sido detectado. Yo me preguntaría mejor por todos los niños y niñas víctimas de abusos sexuales que los adultos no llegamos a detectar y, por tanto, a proteger. Y la pregunta correcta sería ¿se detectan ahora más casos de abusos que en el pasado? Rotundamente sí. Y este es un avance importante de la sociedad actual.

¿Cómo podemos los padres y profesores detectar que un niño es víctima de abusos sexuales?

Lo primero que deben hacer es tomar conciencia de que el abuso sexual infantil existe y que es un fenómeno mucho más frecuente de lo que se piensa. Los estudios aportan cifras de prevalencia preocupantes: entre el 10 y el 20% de los menores europeos son víctimas de abusos. Y en segundo lugar estar atentos a cualquier cambio de conducta en los niños y niñas. Son múltiples los indicadores de abuso (físicos, sociales, conductuales, psicológicos) pero en general son inespecíficos, ya que pueden ser debidos también a otras causas. Padres y educadores deben saber que no siempre hay lesiones físicas. Existe un indicador importante al que se debe prestar especial atención y es el testimonio del niño. Es decir, que cuando un niño cuenta que le tocan, que le hacen, que le dicen? no miente casi nunca. Pero en general, recomendaría a padres y madres establecer una relación cálida y de confianza con sus hijos para que los niños cuenten lo que les ocurre. Sin olvidar que es necesario preparar a los niños para que sepan defenderse de esta terrible realidad. Necesitan aprender habilidades para poder identificar, rechazar e informar de la presencia de conductas sexualizadas en su entorno. ¿Cómo debe reaccionar un padre o una madre si su hijo le cuenta que ha sido víctima de abusos? Ante todo deben escuchar a su hijo, dejar que hable y cuente todo lo que le ha ocurrido. Y escucharle con atención, sin prisas, sin interrumpirle. Manteniendo la calma para no angustiar al niño. Aunque esto será muy difícil para sus padres. El primer paso para ayudar al niño y que no le vuelva a ocurrir es que lo cuente. El que los padres se queden bloqueados o se alarmen en exceso son reacciones muy comprensibles pero que no ayudan al niño. Además, los padres tomarán todas las medidas necesarias para que el abusador no tenga acceso al niño y se vuelvan a repetir los abusos, le amenace por haberlo contado o le presione para que diga que era todo mentira, que se lo había inventado. Unas últimas cuestiones de gran importancia. Los padres llevarán al niño a su pediatra o a su médico, según la edad, y le contará lo ocurrido para que pueda explorar los daños físicos y/o psicológicos que hubiere y solicitar las pruebas que crea pertinentes. Y, paralelamente, pondrán los hechos en conocimiento de las autoridades, juez, fiscal o policía. El abuso sexual infantil es un delito tipificado por la ley. El niño abusado merece que se le haga justicia.

¿Cumplen todos los pederastas el mismo perfil?

Se han descrito una serie de elementos comunes entre los pederastas. El principal es haber abusado sexualmente de uno o varios menores de edad. Por lo general, no suelen ser enfermos mentales ni delincuentes como las creencias populares nos han hecho pensar. Al contrario, en muchos casos nos encontramos con abusadores socialmente bien adaptados que incluso hacen gala de una moral intachable y son considerados por su entorno como "personas de bien". En este sentido, Palabras Prohibidas describe a Ricardo, el abusador principal de esta novela, como alguien respetable sin lugar a dudas. Por eso, cuando se descubre el abuso nadie da crédito y cuesta creerlo. Los abusadores conservan sus capacidades mentales y son capaces de distinguir entre lo que está bien y de lo que no. Tanto es así que despliegan una serie de recursos para someter a su víctima y no ser descubiertos porque son plenamente conscientes de que sus actos son delictivos y penados por la ley. Por ejemplo, engañan a los niños y niñas diciéndoles que lo que hacen es un secreto que no deben contar a nadie o les amenazan con dañarles a ellos o a sus seres queridos si lo cuentan. Además cometen sus tropelías cuando nadie puede verles. Son plenamente conscientes de sus actos y, por tanto, responsables e imputables ante la justicia.De lo que no son conscientes es del daño real que infringen a sus víctimas. Podemos decir que carecen de empatía ante el dolor de los niños y niñas. Es más, lo ignoran o minimizan. Cuando se les contrasta con los hechos, consideran que no es para tanto, que exageramos. Incluso algunos afirman que a ellos también les pasó algo parecido cuando eran pequeños y que no les ha afectado en su vida posterior. Recuerdo a un padre que había abusado de su hija que decía "Mejor es su padre que un desconocido quien inicie a la niña en la sexualidad". Otra característica habitual es que con frecuencia los abusadores han sido a su vez víctimas de abuso en la infancia o de otras formas de malos tratos. El agresor suele ser un familiar o conocido de la víctima y de su familia. Lo menos frecuente es que sea un desconocido. Sin embargo, las creencias erróneas sobre el abuso sexual a menores han considerado siempre que son personas desconocidas quienes abusaban de los niños, de aquí que padres y madres hayan alertado a sus hijos diciendo "Si un desconocido te ofrece caramelos, no te vayas con él". Respecto a la edad, se trata de personas entre los 30-50 años aunque sabemos que la mitad de ellos cometieron su primer abuso en la adolescencia. Y pertenecen a cualquier estatus social. No pensemos que, por ejemplo, el incesto sólo se da en clases sociales desfavorecidas.Hasta ahora hemos venido hablando de abusadores pero ¿hay también abusadoras? La mayoría de las veces el abusador es varón aunque existe un porcentaje de mujeres abusadoras pero este es mucho menor. Se estima que entre el 10 y el 20% de los casos son mujeres. Cuando son ellas varía el perfil de la víctima que suelen ser niños o niñas muy pequeños o adolescentes. En el caso de los hombres la víctima tiene una edad entre los 8 y los 13 años.

Acaba de publicar Los Malqueridos , un libro que pretende dar voz a todos esos menores que viven en un hogar teñido por la violencia de género. ¿Están los niños desamparados ante este tipo de violencia?

La violencia de género es una lacra social que nos golpea a todos diariamente, a pesar del cambio social acontecido en los últimos años que ha hecho más visible este problema tanto en su magnitud como en la gravedad. Una de las formas de violencia contra la mujer ocurre en el hogar, a manos de sus parejas. Y esto ha despertado el interés por las consecuencias que ocasiona en sus hijos e hijas. Sin lugar a dudas, estos menores son también víctimas de esa violencia y, por tanto, necesitan protección y atención específicas. La violencia contra la mujer no sólo tiene consecuencias en ella aunque hasta la fecha todos los esfuerzos se hayan centrado en la mujer como víctima central. Es preciso ampliar nuestra mirada a todas las víctimas de la violencia de género, a la mujer y a sus hijos e hijas.

¿De cuántos niños y niñas estamos hablando?

En 2006, el Estudio sobre la violencia contra los niños del Secretario General de Naciones Unidas, estimaba que entre 133 y 275 millones de niños y niñas de todo el mundo vivían expuestos a este tipo de violencia. La ONG Save the Children estima que en España son cerca de 800.000 los niños afectados por esta clase de violencia. Sin embargo, no podemos aportar cifras exactas y esto es ya un dato sugerente sobre el poco interés que nuestra sociedad ha puesto en estos menores. Los niños sufren cuando viven en un entorno de violencia como el que se da cuando el padre o la pareja de la madre maltrata a esta. En la violencia de género coexisten ambas formas de malos tratos: a la mujer y a seres muy vulnerables como son sus hijos e hijas. Pero es que además, los menores pueden ser víctimas directas de una doble violencia, contra sus madres y contra ellos mismos. Tal y como le ocurre a Joselito, protagonista de Los Malqueridos, que sufre el maltrato de su padre a su madre pero su padre también le maltrata a él de una forma cruel. Y esto tiene un doble impacto porque ante su dolor Joselito no cuenta con el apoyo y la protección plena de su madre debido a que la disponibilidad materna está comprometida por la violencia que sufre. Además, este entorno no facilita que un niño pueda crecer en todas las áreas de su desarrollo. La violencia contra la mujer se extiende inevitablemente a los hijos e hijas y origina secuelas sociales, conductuales, cognitivas, psicológicas y físicas en ellos. Estos menores son, además, utilizados como instrumento de dominio y violencia sobre su madre. En algunos casos, llegan a asesinarlos con el objetivo de dañar a su madre. Por supuesto que los niños están desamparados ante la violencia de género por el simple hecho de que la sociedad adulta no es capaz de protegerlos adecuadamente y siguen viviendo en ese entorno tan hostil.

Este verano hemos sido testigos de la lucha de una madre para no entregar a sus hijos a su expareja "presunto maltratador". ¿Qué es lo que realmente les conviene a los niños?

Agradezco mucho esta pregunta porque pone el foco en los menores. ¿Qué es lo mejor para los niños? Aquí está la clave. Lo prioritario no es lo que sea mejor para los intereses de la madre ni para los intereses del padre, ni para los de los abogados, ni para los medios de comunicación, ni para la justicia que busca cumplir las leyes, ni para las leyes internacionales ni de otros países. Ni tampoco es lo más importante los derechos del padre o de la madre porque nada hay por encima de los derechos de los niños y de las niñas. Y esto se olvida con frecuencia. Debe primar el interés superior del menor en cualquier actuación. ¿Alguien les ha preguntado a los hijos de Juana? No caigamos en el error ancestral de pensar que como son niños no tienen nada importante que decir. ¿Alguien se ha preocupado por saber cómo están, qué es lo que han vivido y qué es lo que quieren? Recuerdo en estas líneas cuál es el principal instrumento normativo internacional en cuestión de derechos de la infancia y que fue ratificado por el Parlamento Español en 1990, la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Este es el tratado internacional que más países han ratificado en la historia, todos los países del mundo menos dos (EEUU y Somalia). Dicho tratado recoge entre los derechos de los menores el de la participación en las cuestiones que les afecta. Es preciso hablar con los hijos de Juana pero esta misión no puede llevarla cualquiera, deben ser explorados por personal cualificado en materia de infancia. Y tomar decisiones después y no al revés. Considero que un padre maltratador a la madre de sus hijos no cuenta con las competencias parentales apropiadas para cuidar adecuadamente de los menores .

Los menores víctimas de cualquier tipo de violencia, ¿consiguen sobreponerse?

La esperanza es una cualidad importante en el ser humano, sin ella no hubiéramos logrado tantos avances. Hablo de conservar la esperanza de que los niños maltratados se recuperen. Y lo consiguen. Y muchos se convierten en personas resilientes que han hecho de la adversidad vivida un trampolín para crecer, madurar y convertirse en individuos justos y solidarios. Pero para conseguirlo es necesario un entorno adecuado que les reconozca en primer lugar como víctimas.