Asistí ayer tarde a su funeral en la Iglesia de Santiago en Gáldar que sigue esperando su condición de Templo que no llega.

Fue antes de que lo llevaran a enterrar al Cementerio de San Isidro, a cuyo Ángel de la Trompeta le dio por hacer sonar la a veces inesperada llamada a la Eternidad.

Aunque éramos muchos allí entre los rezos del párroco don Manuel Reyes con su humanidad desbordante y sus compañeros oficiantes entre quienes se encontraba el Rector del Seminario Canariense, puedo decir y digo que éramos menos que los que no estando en el templo compartían la lamentación de la pérdida, desde sus casas como en la calle, porque raro será el vecino del Norte que no conectara con él alguna vez en sus problemas por la instalación de la casa y sus electrodomésticos.

Su hija y algún empleado más los atendía, primero en aquel rinconcito de casa frente a lo que fue local de la Policía Municipal, y cuartelillo o calabozo. Y, más tarde, en lo que fue el más importante proveedor de toda clase de material eléctrico.

Y no dejó nunca de seguir el camino ascendente de los adelantos de la electrónica. Estaba al día, porque estaba enamorado de su trabajo.

Gracias a él muchos de mis trabajos magnetofónicos y conexiones con la radio en los años 50 y 60 salieron a la luz pública.

Ha vivido 86 años. Los suficientes para conocer el trepidante cambio de vida, costumbres, respetos y ambiciones de las gentes. Y también para tener y educar a Yaquelín y Félix, hijos que tuvo con su esposa Josefa Guerra Padrón, fallecida hace bastantes años.

De los cinco nietos que tiene (Ángela Victoria, José Félix, Jesús, María José y Aurora) uno de ellos, José Félix, cercano ya a la condición de sacerdote, participó activamente en la misa funeral del abuelo, poniendo su serena emoción y pesar junto a los de amigos y vecinos; y ha sido una especie de mezcla con las tamborradas del Carnaval de la Vida y la Muerte. Sabido es que la gente es así.

No hay muerte, tormenta ni tormento que silencie la algarabía, destino y consecuencia del Carnaval

Tampoco hay tambores o disfraces que impidan men- sajes de despedida y recuer- do para oír oraciones, ni caretas que tapen las lágrimas de los ojos que lloran despidien-do a aquellos a quienes ya no verán más.

Ayer tarde-noche cerca de la Plaza de Santiago en Gáldar hubo de todo

¡Adiós, Félix, amigo!

El jueves a ti, que arreglabas la de todos los demás se te fue la luz, tu luz, y no la pudiste arreglar. Esa es cosa de Dios. Descansa en paz.