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La defensa de la palabra

El éxito del escritor francés Jean-Paul Didierlaurent con el ´El lector del tren de las 6.27´, dedicado a leer en voz alta textos dispares

Publicada en veinticinco países y salvaguardada por los parabienes de la crítica, la novela Jean-Paul Didierlaurent (Les Vosges, 1962) El lector del tren de las 6.27 se ha convertido en un fenómeno editorial que se propaga poco a poco desde su Francia natal. Guibrando Guiñol, su personaje principal, realiza diariamente un trayecto de veinte minutos hacia su lugar de trabajo mientras lee en voz alta publicaciones dispares como un premio Goncourt o un recetario de cocina. Su jornada laboral consiste en operar con una trituradora libros, una máquina Zerstor a la que le autor francés le otorga una condición maligna bautizándola como "La Cosa". La fábrica arrojará su hostilidad contra Guiñol en un oficio que le desagrada y que él describe como "escenario del crimen".

Ante todo, cabe recordar que también existe "un mundo donde los libros tenían derecho a terminar sus días plácidamente ordenados en esos puertos verdes a lo largo del pretil de la orilla, envejeciendo al ritmo del enorme río bajo la protección de las torres de Notre-Dame". En medio de un lugar poblado por las ratas el protagonista entablará dos relaciones con compañeros laborales. La primera será cómplice y fraternal con Giuseppe, que perderá sus piernas a causa de la acción de "La Cosa" y las encontrará en el colmo de los imposibles gracias a Jardines y huertos de antaño de Jean-Eude Freyssinet, un libro fetiche para constatar que "el tiempo actuaba sobre los libros como el hielo sobre las piedras enterradas, que tarde o temprano acaban por salir a la superficie". La segunda con Yvon Grimbert, recitador de pareados en una obra que Didierlaurent consigue atravesar de citas literarias.

El día a día anodino y rematadamente gris de Guibrando Guiñol, cuya única compañía en casa es la de un pez rojo, irá troquelándose y cobrando intensidad vital a medida que se va entusiasmando con sus lecturas a sus compañeros de vagón.

El protagonista se siente progresivamente partícipe de la historia intrínseca de la vida. El tren constituirá un espacio habitable de felicidad, e incluso será reclamado para declamar en una residencia de ancianos. Todo un sentido romántico de búsqueda que radica en la palabra: "Amo los libros, aunque me paso la mayor parte del tiempo destruyéndolos". El hallazgo de un pendrive firmado por Julie con textos de raigambre literaria, acabará por poner la piedra angular del amor y rotular la existencia de Guiñol.

El lector del tren de las 6.27 acaba por sumergirnos en el mensaje transparente y meridiano de que un día sin literatura puede ser un día perdido.

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