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AMALGAMA

España invertebrada

Ortega fue un filósofo en tiempos aciagos, pero cuando escribió lo que ahora vamos a recordar, todavía tardaría en llegar la catástrofe fratricida, el estallido de violencia

España Invertebrada es el título de una obra de José Ortega y Gasset, de 1921, diez años antes de la II República y quince antes de la guerra civil. La historia, como la bolsa, nunca es lineal, sino que se construye atravesando altibajos. Ortega fue un filósofo en tiempos aciagos, pero cuando escribió lo que vamos ahora a recordar, todavía tardaría en llegar la catástrofe fratricida, el estallido de violencia. Uno de los capítulos cruciales de este texto de Ortega se titula Imperio de las masas, y comienza: "Una nación es una masa organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos? la forma jurídica que adopte una sociedad nacional podrá ser todo lo democrática y aún comunista que queda imaginar, no obstante, su constitución viva, transjurídica, consistirá siempre en la acción dinámica de una minoría sobre una masa. Se trata de una ineludible ley natural que representa en la biología de las sociedades un papel semejante al de la ley de las densidades en física. Cuando en un líquido se arrojan cuerpos sólidos de diferente densidad, acabarán éstos siempre por quedar situados a la altura a que por su densidad corresponden. Del mismo modo, en toda agrupación humana se produce espontáneamente una articulación de sus miembros según la diferente densidad vital que poseen". Estos asertos de Ortega están sabrosísimos, sobre todo para estos tiempos de la denominada corrección política, en los que, aunque se discutan las leyes de la física, éstas seguirán funcionando. Entonces Ortega sigue elucubrando y señala: "Así, cuando en una nación la masa se niega a ser masa, esto es, a seguir a la minoría directora, la nación se deshace, la sociedad se desmiembra y sobreviene el caos social, la invertebración histórica". Más en román paladino, es consuetudinario hoy día el ver que todas las figuras representativas de la sociedad, hasta ahora, englobadas en políticos, altos funcionarios, o incluso la jefatura del estado, la familia real, sean ahora objeto de chota: los políticos son equiparados, en su mayoría, a burros con ropa, los altos funcionarios, a personajes de prevaricación y cohecho, la familia real, a delincuentes aprovechados. Y no para la estulticia. Que haya razón o no, es lo de menos. Probablemente en la antigüedad había más razones, pero la autoridad era indiscutida, y ese principio es inevitable, todos los cuerpos tienen que tener cabeza, aunque sea muy fea. Por eso, en el Código Penal el rey es inimputable, aunque asesine. Y si no es así, si no es inmune, ya no es una autoridad. Probablemente el estado perfecto sea el de que ningún elemento de estos sea jefe de nadie, pero la naturaleza de las cosas no lo permite, sencillamente no lo permite. En consecuencia, la quiebra de la autoridad, resquebrajada por un sistema educativo exageradamente democrático advenido tras la dictadura, como natural reacción histórica, pretende que todos seamos iguales, iguales por abajo. Quienes organizan esa ordalía igualitaria son, sin embargo, más líderes que a quienes sustituyen, empantanados en el barro de la corrupción y el irrespeto, y cuando decimos más líderes significa: dirigentes dispuestos a todo, desde la seducción hasta la violencia. Son los nuevos gobernadores, los sustitutos de los estafermos actuales. Ortega seguía, al hablar de la enfermedad social de la "inmoralidad pública": "No dudo de que padezcamos una abundante dosis de inmoralidad pública; pero al mismo tiempo creo que un pueblo sin otra enfermedad más honda que esa podría pervivir y aún engrosar. Nadie que haya deslizado la vista por la historia universal puede desconocer esto: si se quiere un ejemplo escandaloso y nada remoto, ahí está la historia de Estados Unidos en los últimos cincuenta años. Sin embargo, la nación ha crecido gigantescamente, y las estrellas de la Unión son hoy unas de las mayores constelaciones del firmamento internacional. Podrá irritar nuestra conciencia ética el hecho escandaloso de que esas formas de inmoralidad no aniquilen a un pueblo, antes bien, coincidan con su encumbramiento". La enfermedad de aquella España, y de la de hoy, no es la corrupción, es otra más grave: la inanición en valores, en voluntad de poder. El país está presto, pues, para ser usurpado por los nuevos líderes, y si no ejercitan la violencia institucional no pervivirán. Se trata de la dinámica de las masas. Pues eso. Vienen curvas.

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