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El Goncourt cumple 120 años

Creado por Edmond de Goncourt en 1896 y concedido por primera vez en 1903, el premio Goncourt es uno los galardones literarios más importantes de Francia

El Goncourt cumple 120 años

En el testamento del escritor francés Edmond de Goncourt en 1896, hace ahora 120 años, se recogía la proposición de crear un premio literario en memoria de su hermano pequeño Jules Huot, con quien comenzó en 1851 a escribir un Diario (que Edmond continuó en solitario después de su muerte en 1970), lleno de curiosidades, anécdotas y juicios perspicaces sobre artistas, escritores y personajes de su tiempo. La batalla judicial de los descendientes de Goncourt, que se opusieron al testamento (por algo dice el refrán español: "parientes y trastos viejos, pocos y lejos"), impidieron que el premio llegara a concederse en 1896 y tuviera que esperar hasta 1903, año en el que el premio Goncourt se otorgó por primera vez a Force ennemie (Fuerza enemiga) de John-Antoine Nau, seudónimo del escritor y poeta simbolista francés Eugène-Léon-Édouard-Joseph Torquet.

El testamento de Edmond de Goncourt estipulaba que los miembros del jurado debían reunirse a cenar una vez al mes para discutir sobre las últimas creaciones literarias. Estos encuentros se celebraban en el restaurante Drouant, situado a dos pasos del Ópera de París. A partir de 1912, la cena pasó a ser un almuerzo tras el cual se anuncia oficialmente desde entonces el premio más importante de los cerca de 1.500 premios literarios que se otorgan en Francia cada año. El restaurante Drouant alberga también a los miembros del premio Renaudot creado en 1926 por críticos impacientes, nerviosos e incluso algunos aburridos, para distraer la espera del anuncio de la proclamación del Goncourt. Al igual que éste último el jurado está compuesto por diez miembros que se reúnen en el salón Renaudot del restaurante a principios de noviembre.

Hay quienes sostienen que el premio Goncourt goza de mayor prestigio que el premio Nobel. Desconozco cuánto sabe o ha leído esa gente, pero lo que es cierto es que por el Goncourt ha desfilado en estos 120 años un variadísimo números de escritores de los que hoy no sabemos nada o casi nada: Léon Frapié, Claude Farrère, Jérôme Tharaud, Emile Moselly, Francis de Miomandre, André Savignon, Marc Elder, Adrien Bertrand, René Benjamin, Henri Malherbe, René Maran, Henry Béraud, Lucien Fabre, Henry Deberly, Maurice Bedel, Maurice C. Weyer, Marcel Arland, Henri Fauconnier, Jean Fayard, Guy Mazeline, Joseph Peyre, Charles Plisnier y Marius Grout, por citar sólo algunos nombres de una lista interminable de desconocidos que comparten un mismo premio.

Siempre me pareció que el Goncourt, como el buen vino, necesitó del tiempo para mejorar o, si quieren, acertar. Esta frase no es, como pudiera pensarse, un reproche sino una constatación de que la obra literaria es y ha sido siempre artísticamente autónoma, más allá de las modas. Es lo que vio el jurado del Goncourt en El fuego (1916) de Henri Barbusse y A la sombra de las muchachas en flor (1919) de Marcel Proust, segunda entrega de En busca del tiempo perdido, que había recibido previamente el rechazo de André Gide, fundador de La Nouvelle Revue Française; también Éditions Fasquelle dijo que no, y Alfred Humblot, editor del sello Ollendorff, escribió una nota de rechazo que hoy produce sonrojo y vergüenza ajena: "No puedo entender como un hombre puede emplear 30 páginas en describir como se vuelve y se revuelve en la cama antes de lograr dormirse".

El Goncourt es un premio que todavía tiene cosas importantes que decir, cuando no han sido dichas ya por Maurice Druon en Las grandes familias (1948), Julien Gracq en El mar de las Sirtes (1951), Simone de Beauvoir en Los mandarines (1954), Romain Gary en Las raíces del cielo (1956), André Pieyre de Mandiargues en Al margen (1967), Michel Tournier en El rey de los alisos (1970), Patrick Modiano en Calle de las tiendas oscuras (1978), Marguerite Duras en El amante (1984), Jean Echenoz en Me voy (1999), Jonathan Littell en Las benévolas (2006), Michel Houellebecq en El mapa y el territorio (2010), Jérôme Ferrari en El sermón sobre la caída de Roma (2012) o, más recientemente, el último flamante ganador del Goncourt, Mathias Enard, quien debería tener presente estas palabras de Raymond Chandler: "Cada cosa que uno alcanza elimina un motivo para querer alcanzar algo más". Esperemos que no. Démosle un voto de confianza.

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