El premio Nobel de Literatura de 2016 otorgado al cantautor Bob Dylan no cesa de estar en boca de todos. Sin ir más lejos, el novelista Alberto Olmos escribió, en El Confidencial, que "todo aquel que se alegre del Nobel de Literatura a Bob Dylan no lee, a buen seguro, ni una novela al mes". La verdad, no entiendo las razones del enfado de Olmos, pues en su Alabanza, publicada en 2014, ambientada en un futuro cercano, Dylan recibía el premio Nobel de Literatura: "A fin de cuentas, muchos escritores llevaban décadas ponderando los méritos literarios de Bob Dylan. [...] La fenomenal polémica que se desarrolló en los medios de comunicación duró semanas y, al cabo, se dio por buena la tesis de que todo era literatura (la música, el cine, los cómics) por lo que la Academia Alfred Nobel había hecho bien en certificar esa verdad horizontal acerca de un arte que parecía anticuado pero que sólo sufría la tiranía de un soporte".

No obstante, creo que es conveniente decirlo ya mismo, las primeras noticias sobre la candidatura de Bob Dylan al Nobel de Literatura comenzaron a escucharse en 1996 cuando en Suecia se organizó un comité de campaña, encabezado por el más mediático de los miembros de la generación beat, el poeta Allen Ginsberg (que en 1971 grabó con Dylan su primera colaboración musical, First Blues, aunque el álbum no apareció hasta 1983) y Gordon Ball, profesor de la Universidad de Virginia. Desde entonces, no hay año que el nombre del autor de Blowin' in the Wind, Like a Rolling Stone y Mr Tambourine Man no entre en las apuestas de la casa londinense Ladbrokes, casi tantas veces como los nombres de Haruki Murakami, Philip Roth y Joyce Carol Oates.

Ginsberg tenía claro, en aquel año ya un tanto lejano de 1996, que si la poesía fuera una disciplina olímpica, Dylan coleccionaría medallas: "Dylan es uno de los más grandes bardos y juglares norteamericanos del siglo XX y sus palabras han influido en varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo". Del mismo parecer es el prestigioso profesor de la Universidad de Oxford Christopher Ricks que, en su ensayo, Dylan poeta: visiones del pecado (hay edición española en la editorial Langre, 2007), no duda en comparar a Dylan con T.S. Eliot, Alfred Tennyson, John Donne y, por si poco, con William Shakespeare. Al igual que el arte de estos poetas, "el de Dylan es un arte en el que los pecados se desnudan (y se los resiste), las virtudes se valoran (y se manifiestan), y las gracias se devuelven a casa".

Aunque el Nobel de Literatura hace ya tiempo que es política, más que literatura, su mayor logro sigue siendo el mismo desde Sully Prudhomme (1901) hasta Svetlana Aleksiévich (2015): premiar un arte que no puede distinguirse de la vida del artista que lo crea. En la canción I Shall Be Free nº 10, del álbum Another Side of Bob Dylan, el cantante reconoce: "Soy poeta, y lo sé... / Espero no cagarla". Cualquier escritor se daría por satisfecho con eso. Aun así, Jonathan Franzen, Gary Shteyngart e Irvine Welsh se han manifestado en contra del Nobel de Duluth, Minnesota. Lo que me lleva a pensar que el poeta William Blake tenía razón: "Es necesario un Juicio Final porque los tontos florecen".