La Provincia - Diario de Las Palmas

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Viaje al interior de Fuerteventura

El tiempo se paró en La Vega

Hay pueblos sin alma que apenas dejan huella. Sobre ellos hay poco que contar. En la Vega de Río Palmas existen tantas historias que hasta el tiempo decidió detener el paso y se quedó a escuchar

Ermita de La Vega, donde se encuentra la patrona de Fuerteventura. C. D. G.

Las hermanas Padrón son seres excepcionales. Pertenecen a ese grupo de personas singulares, sabias, capaces de encandilar, no por sus juegos malabares, ni siquiera por poseer extrañas cualidades de esas que dejan con la boca abierta. Las Padrón son mujeres sencillas, amables, de sonrisa fácil, siempre dispuestas a regalar historias. Y con la suerte de haber aprendido, con grandes dosis de soltura, la mejor manera de detener el tiempo mientras se habla de cualquier cosa, desde una puesta de sol, un poema, o las distintas variedades de higuera que crecen en El Membrillo, la puerta de entrada al pueblo de La Vega, en la isla de Fuerteventura, donde florecen manantiales y las palmeras parecen dibujos de postal.

Chonita, como en realidad le gusta que la llamen, se ha levantado temprano, una vez más. Con el sombrero de ala ancha y el rastrillo con el que adecenta sus canteros de tomates, y papas, se ha pasado la mañana cuidando de sus tierras. Las mima sin esfuer-zo, con la delicadeza de quien disfruta con cada gesto, con cada nuevo brote. Ella dice que con este trabajo nunca se cansa, "al revés, me divierte y me llena de energía". Apasionada del campo, de la tierra roja de La Vega y de las higueras: "hay muchos tipos, está la que llaman la gomera, la blanca, la negra miel, estos higos sueltan una gotita de miel y soy muy dulces, muy ricos, ahora en agosto empiezan a salir".

Sin pretenderlo logra dar una lección magistral sobre este árbol, que en lugar de hojas "parece que tiene dedos de la mano, y hay manos con tres y cuatro dedos, fíjate y lo verás".

En lugar de perder años, Chonita Padrón recupera vitalidad y sabiduría. Hablar con ella resulta gratificante, abre nuevas posibilidades de conocimiento. Cualquier mata, por pobre y simple que parezca, cualquier pájaro guarda secretos que ella conoce.

Más allá, justo en la otra loma, sobre un camino empinado, salpicado de palmeras, Amaranto Martín sigue sentado debajo de la parra que cubre parte de su jardín. Desde que los años lo apartaron con razón del trabajo duro del campo se pasa los días así, mirando y pensado en sus cosas. Las manos de Amaranto tienen surcos tan grandes como caminos, como veredas.

Sus dedos pueden coger tunos sin guantes, erizos de la mar, sin llevarse un pinchazo. La piel está tan dura, que parece una coraza, y ya nada puede atravesarla, por mucho que lo intente, por muy fiero que sea el pico.

Con parsimonia se levanta, y entra dentro de la casa. Desde la cocina, ya le anuncian que llegó la hora de comer.

Sin reloj ni escuela

En la Vega, sus vecinos ya no pueden contar las horas por el reloj de la escuela. Antes era fácil poner la comida al fuego, todos sabían que cuando los chiquillos salían al recreo era el momento preciso, el bullicio marcaba exactamente las 11 de la mañana, más o menos; después, apartado el guiso, había que acercarse hasta el centro para recoger a los niños y seguir con la vida. Desde que cerraron el colegio por falta de alumnos, y tras la incertidumbre inicial que generó este contratiempo, los vecinos han recuperado nuevas formas de controlar el paso lento de las agujas del reloj. Eva Padrón, por ejemplo, sólo necesita mirar la sombra de una de las palmeras que hay cerca de su casa, así sabe si puede seguir imaginando sus historias, los poemas que guarda en la memoria o tiene que ir en busca de Amaranto, que siempre espera sentado en su cómodo sillón, bajo la sombra de la parra.

También ayuda mucho la hora habitual en la que Chirla pasa con su furgoneta repartiendo el pan. No hace falta dejarle una nota, ella sabe cuántas barras quiere cada uno. Los jueves viene el chico con la verdura y otro que trae refrescos y helados. La vida en la Vega tampoco resulta tan difícil de sobrellevar, siempre hay gente dispuesta a traer hasta la puerta de la casa aquello que necesitas y si no, cualquier vecino te puede hacer un favor.

Eva Padrón sólo lamenta no haber puesto más interés cuando de pequeña la mandaron a la escuela. "Mis padres tuvieron 12 hijos, aunque perdieron algunos, pero ellos siempre quisieron que aprendiéramos a leer y escribir. Mi padre decía que eso era fundamental, y después había que ayudar en todo lo demás, eso era lo normal en aquellos años". Entonces ella prefería ir detrás de los pájaros que anidan en los árboles que hay junto a su casa. Trepaba hasta lo alto y veía los nidos, así hasta que un día decidió llevarse los huevos, con tal mala fortuna que tropezó y los estrelló contra el suelo. Se acuerda que llegó a su casa llorando, y desde ese día, le prometió a su madre que jamás volvería a meter la mano en uno de esos nidos.

Además de saber controlar las horas por la sombra de los árboles, en la Vega de Río Palmas se nace con una cualidad poco conocida, la de ser poeta. Como las hermanas Padrón, que hilvanan frases con mucho sentimiento y escriben largos poemas, Sisa los copia en una libreta de anillas y Eva los guarda en la cabeza, por eso de vez en cuando tiene que lanzarse a recitar sus poesías para que no se pierdan por esas diabluras de la edad.

A las hermanas Padrón les gusta cambiarse los nombres, Chonita en realidad se llama Asunción y Sisa viene de Florentina. Esto forma parte de los secretos, de los encantos que tienen estas mujeres nacidas en El Membrillo, "la mejor zona de la Vega".

Sisa está empeñada en publi-car sus memorias, "las vivencias de una mujer como yo". Hace unos años descubrió que las cosas que había vivido podían te- ner cierto interés, y desde entonces dedica tardes enteras a escribir. De vez en cuando para poder seguir con el hilo de la narración, coge su libreta y relee lo escrito, le sirve para no olvidar y para añadir nuevas frases a la trama. Además, a Sisa y Eva les encanta actuar en las obras de teatro que organizan en Betancuria, por las fiestas de la Virgen y el Día de Canarias. Ellas suelen ser dos de las actrices protagonistas de los ac-tos más esperados en la plaza y en el local en el que se reúnen los integrantes de la Asociación de la Tercera Edad.

Manantiales y palmeras

Río de Palmas es el nombre que dieron los conquistadores normandos a este lugar del interior de Fuerteventura por la gran cantidad de palmeras que tenía el valle y los manantiales de agua que aún perduran en el fondo de los barrancos. Fue uno de los primeros asentamientos en aparecer tras la fundación de Betancuria en 1404, vinculado a su carácter de zona fértil inicialmente se consideraba a Río de Palmas como parte del núcleo de población de Betancuria, primera capital de Fuerteventura.

A comienzos del siglo XVII, la Vega se convierte en un pueblo independiente plenamente consolidado, en el que sus vecinos se dedican a la agricultura y la ganadería. Sin embargo, con el paso de los años, este valle ha perdido adeptos. La población más joven ha emigrado a la capital, o a las zonas turísticas en busca de otras formas de ganarse la vida. Cada vez hay menos niños, de hecho los tres que quedan tienen que ir a la escuela de Betancuria. Pero nadie le puede quitar a este lu- gar el atractivo que desprende su entorno y sus gentes. Con esa cara de postal que tanto atrapa a todos los visitantes que llegan has-ta aquí.

Historia y leyendas

De momento, La Vega de Río Palmas es uno de esos pueblos del interior de Fuerteventura conocidos especialmente por acoger en su iglesia a la imagen de la Virgen de la Peña, la patrona de la isla. Una talla de apenas 21 centímetros, hecha en alabastro blanco, sentada sobre un trono y sosteniendo en su lado derecho al niño, tallado en posición erguida, casi de pie, y al que le falta un brazo. Además tiene la cabeza dañada, como si le hubieran asestado un mal golpe.

Tanto la mirada de la Virgen, que parece cerrar los ojos, como los daños de la talla del niño parecen confirmar una de las muchas leyendas que rodean a la aparición de esta imagen en el barranco de las Peñitas en la zo-na de Malpaso. Y así recoge la tradición que "una mora loca se lanzó contra la imagen del niño, entonces la Virgen para no ver co-mo mutilaban a su hijo, cerró los ojos". A consecuencia del ataque de esta mujer el niño perdió uno de los brazos y sufrió un duro golpe en la cabeza.

El encanto de La Vega de Río Palmas es una mezcla diversa entre la historia que rodea a la formación del pueblo, las leyendas que adornan la aparición de su virgen y sus gentes. En el último censo se contabilizó que viven en este pueblo 197 vecinos. Entre Betancuria, la capital histórica de Fuerteventura y el Valle de Santa Inés, una de las poblacio-nes del interior que más crecen, la Vega ofrece de corazón lo mejor que tiene.

Desde lo alto de la loma, Amaranto Martín vuelve a su sitio, a su cómodo sillón bajo la sombra agradable de la parra que cubre parte del jardín. El viento que llega de la cumbre parece manso, inofensivo, y él puede seguir ahí, pensando en sus cosas como si no pasara el tiempo.

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