¿Cuándo comenzó a pintar?
Empecé por la curiosidad que me causó descubrir que habían fotos en color, porque las únicas que había visto en toda mi vida, de mis padres, mis hermanos o mías, eran en blanco y negro. Alguien me explicó, por ese entonces, que aquellas fotos que tenía se podían poner en color cuando aún no se vendía en ningún sitio. Tan fácil como coger esos papelitos de las fiestas que se cuelgan de colores, meterlos en agua y pasar el tinte que salía por encima. Ahí empecé a usar los colores para las distintas imágenes y así fueron mis comienzos en la pintura, y ya más tarde hice mis pinitos y mis cosas mientras estudiaba.
¿Ha recibido clases de pintura en alguna ocasión?
Me entusiasmé con lo del tinte y con las clases que recibía en el instituto, pero lo que sé, lo que he aprendido, es el resultado de fijarme en pinturas y el trazo de otros autores, mirar los paisajes, observar las rocas, el mar, las olas, los colores que lo componen, las puestas de sol y el amanecer, visitar galerías de arte y museos, y leer.
¿Sus obras se basan en experiencias o en imaginación?
Se pueden crear veinte mil cosas en base a la experiencia y a esas cosas que tienes vistas. A mí, por ejemplo, me gusta mucho la pesca por la tardecita y la noche. Me fijo en los colores, me alimento de su variedad, del horizonte y de las nubes, entre otros. Y, como supongo que le pasará a todos los pintores, además de la realidad, hay que tener imaginación. Hay que aportar algo más de lo que copias a tus obras, algo que te identifique, porque si vas a hacer exactamente lo mismo que ves, para eso sacas una fotografía. Todos los cuadros que hago tienen mi identidad. Personas que han pasado por delante de algunas obras mías, sin saber que estaban ahí, han sabido que las he hecho yo.
¿Cuál de sus pinturas destacaría de la exposición?
Mis cuadros son mis hijos, pero mi preferido es el que muestra El Rincón de Famara, en Lanzarote, porque es donde he pasado la mayor parte de mi vida, incluso le tengo escritos algunos poemas como una dama que luce sus colores desde que amanece hasta el atardecer y va cambiando. No hay ningún rincón en esta isla tantas veces fotografiado o pintado como Famara, esa dama que intenta mostrar su belleza y colores. Cuando cae la tarde, desaparecen los tonos que tenía y se queda la silueta en el acantilado con reflejos rojizos y naranjas. Te quedas impregnado por lo que ves y, por eso, César Manrique, con quién compartí de pequeño, lo considera como uno de sus lugares preferidos.
¿Qué le gusta reproducir además de paisajes?
Paisajes, barcos, peces, caracolas, plantas, etc. He hecho algún retrato también. Lo que más me gusta reproducir es el volcán, por el contacto que he tenido siempre por las cacerías con mis tíos, mis primos y mi padre por los riscos o cuevas de Lanzarote. Lo tengo palpado, vivido, de noche y de día, toda la parte volcánica que está entre el Parque Nacional de Timanfaya hasta la mar del cochino, que me lo he recorrido entero. Mis obras se basan en mis vivencias, en lo que he visto, y eso es lo que define la exposición.
