La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un Zerolo a la izquierda

Un Zerolo a la izquierda

Desde mucho antes de que se desatara la gran adversidad irreversible, siempre me sorprendió el sentido del humor con que capeaba las adversidades. Simpático y cáustico, a partes iguales, tenía unas dotes inigualables para el autochiste. Como, por ejemplo, cuando relataba, ante un pequeño público desternillado de la risa, la respuesta que le dio a su padre el día en que éste le festejó que, en una lista de los cien españoles más populares, fuese el canario que ocupara uno de los primeros puestos en el ranking: ¡"Papá, no figuro ahí por canario, sino por maricón!" O, cuando siendo concejal de Medio Ambiente, en el Ayuntamiento de Madrid, le respondiera en un pleno a la alcaldesa Botella: "En realidad, estoy aquí en calidad de concejal de todo el ambiente..." Desde el principio, Pedro Zerolo sabía que sin esas tragaderas, lo laminarían. Tener agallas para simular reírse -hasta cierto punto- con quienes hacían mofa de él, fue un crucial mecanismo para preservar su causa. Con habilidad y tesón consiguió granjearse el respeto de muchas de las plumas más reaccionarias de este país, que empezaron llamándole de todo menos maricón bonito. Cuando, en 2005, se convirtió en la más recurrida, y socorrida, referencia del Gobierno socialista para el argumentario de la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo, muchos hubieran querido conjurarse para ver en él a un pervertido sarasa de conducta discontinua y cuarto oscuro. Zerolo -que también defendía ese modelo y cualquier otro entre las más diversas identidades sexuales-, resultó que, desde hace años, venía componiendo con su compañero, Jesús, una de las parejas mejor avenidas, más cohesionadas y empáticas que uno haya podido conocer jamás. Predicando con el ejemplo, hubo pronta boda y -lo sé porque estuve allí- evitaron que se convirtiese en el circo mediático que se les había propuesto. Para entonces, la oposición conservadora (con un influyente Rouco como franquicia del severo rictus de Benedicto XVI, no lo olvidemos) perjuraba por derogar o modificar aquella ley, y, sin embargo, a lo largo de la presente legislatura de Rajoy ha reinado un elocuente silencio en torno a ella. Una normalización que, en muy buena medida, se debe al tesón y la maestría de Pedro Zerolo. En justicia es de recordar la consigna más recurrente del ministro López Aguilar cuando se le transmitían SOS desde un Gabinete de Comunicación nadando contracorriente y atestado de peticiones y objeciones tiquismiquis por medios de comunicación de medio planeta: "Llamen a Zerolo. Zerolo sabe...". "Hola, Zerolo, disculpa otra vez...". "Dime, mi niño". Por eso, prefiero no recordarlo con el aspecto de Gandhi que se le puso en los últimos meses, ya revisitado por la enfermedad. No. Uno, que tiene amigos muy queridos que sólo han logrado salir del armario después de que tintineara fuerte su llavero (enseñó al personal a prescindir de la cerrajería); uno, que ha crecido con la estigmatización sin ambages de los homosexuales, cuando los gays eran bujarrones de tajúa y maricones depravados, prefiere recordar para siempre al Zerolo anterior, combativo y lleno de sentido del humor. El que seguirá haciendo que se sonrojen por sí mismos, y sea a ellos a quienes se les ponga la mirada torva, a quienes quiera que censuren los públicos gestos amorosos entre personas del mismo sexo (o de cualquier otro). Para que esto tenga lugar ahora con total naturalidad hubo un hombre risueño, de melena lanuda y simpáticos gestos de dibujos animados, que no dio su brazo a torcer. Te acompaño en el sentimiento, Jesús.

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