Ayer algunos diputados bromeaban -bueno, no del todo- sobre una posible suspensión de los plenos parlamentarios como una medida más de contención del coronavirus en Canarias. Tal y como marcha la dinámica parlamentaria los efectos serían indetectables, salvo en lo que se refiere a las dietas de sus señorías y a los ingresos de cafeterías y restaurantes cercanos. Hace más de un siglo, en un libro titulado Anticipaciones, H.G. Wells escribía que la Cámara de los Comunes "es una arena de partidos en donde combaten fracciones compuestas de personajes iniciados, los cuales, desde hace largo tiempo, han cesado de tener la menor relación con el progreso social corriente". Hoy, por supuesto, no es así. El parlamento inglés que Wells ridiculizaba era una elitista bombonera de conservadores y liberales y la mitad de la población -las mujeres- no lo votaba. Pero no es posible escuchar hoy los debates parlamentarios en la sede de Teobaldo Power sin sentirse asfixiado por una sensación de futilidad. No es únicamente la parsimonia que se han tomado sus señorías en lo que a producción legislativa se refiere, o que existan leyes que costó tres años tramitar y aprobar -como la ley de Servicios Sociales- y que no se aplican porque el Gobierno no ha podido o sabido presentar en ocho meses el catálogo de servicios y prestaciones que la propia normativa demanda. Es la misma fiscalización del Gobierno la que padece de una acusada irrealidad, como si fuera un sueño en el que Ángel Víctor Torres y su equipo dormitan plácidamente mientras la oposición -instalada en la molicie, masticando bovinamente sus propios discursos- sufre una continua pesadilla de impotencia y melancolía.

Es una pesadilla en forma de coreografía verbal en unas sesiones de control que el presidente Ángel Víctor Torres se despacha en hora y media gracias, por una parte, a la rigidez del reglamento y, por otra, por la hocicuda torpeza de la oposición. Pongamos por caso la pregunta de ayer de María Australia Navarro, portavoz y Juana de Arco en funciones del Partido Popular, en la que afeaba al Gobierno su escasa sensibilidad y diligencia ante los destrozos que la sequía y los recientes vendales han producido en el campo canario. "Usted se ha puesto de perfil y ha adoptado una política de brazos cruzados", sentenció Navarro. La señora Navarro tiene siempre las mismas cuatro frases maceradas para cualquier intento de destrucción: ponerse de perfil es la más repetida. Para la portavoz conservadora ponerse de perfil debe representar la máxima degradación moral que puede alcanzar un ser humano. No quiero saber lo que piensa al ver una pintura egipcia. Torres se ha empollado los datos, tampoco necesita consultar la Espasa, y le recuerda, ni humilde ni ufano, que su Gobierno aumentó en los presupuestos generales los fondos dedicados a los seguros agrarios. El presidente es aplaudido una y otra vez por los suyos -hay una generación entera de socialistas que cree que un parlamento es un plató de la Sexta- y Navarro se queda mascullando en su escaño.

Pero lo fundamental es que hoy, como hace quince días, son centenares los medianos y pequeños propietarios agrarios a los que el vendaval destrozó las huertas y derribó los muros de sus fincas, y así siguen, porque por ahí no han aparecido los inspectores de las administraciones públicas, y no puedes mover una piedra hasta que el inspector observe y analice la catástrofe y evacúe el informe correspondiente. Y pasa el tiempo y se pierde dinero y puestos de trabajo. Citar al respecto el Plan de Soberanía Alimentaria como hizo el presidente -por cierto, un plan dotado con apenas 300.000 euros para este año- carece absolutamente de sentido pero, por supuesto, la portavoz del PP no ha reservado ni diez segundos de su tiempo para señalárselo al señor Torres. Más aplausos.

El Gobierno de Canarias no tiene oposición parlamentaria. Pablo Rodríguez, que fue, se los juro por las siete estrellas verdes, vicepresidente del Gobierno autonómico, y ahora preside el grupo parlamentario de CC, se basta y sobra para demostrarlo. Casi en cada pleno el señor Rodríguez se reserva una terrible, aniquilante pregunta para el presidente del Gobierno. Lo realmente excepcional es que las lleva escritas. Todas. Siempre. Cabe la hipótesis de que no recuerde nada, como les ocurría a los personajes de Cien años de soledad cuando se abatió sobre Macondo una amnesia generalizada. Yo imagino a Rodríguez todas las noches escribiendo notas para la mañana siguiente y colocándolas, por ejemplo, junto a la botella de leche: "Esto es leche, si se mezcla con el café y lo calientas en esa caja metálica puedes tomar café con leche, y se llama desayuno". El exvice lee cuidadosamente su pregunta y habitualmente agota todo su tiempo, de manera que no puede replicarle al presidente, que le ha cogido hasta simpatía. ¿Cómo no iba a hacerlo? Ayer incluso lo mandó a preguntarle al Gobierno central, que es a quien corresponde, por las deportaciones de migrantes subsaharianos a Malí. Aplausos.

Por supuesto esta situación queda blindada por las preguntas de los grupos que respaldan al Gobierno. En los viejos tiempos los grupos que apoyan al Ejecutivo le hacían preguntas parlamentarias para su lucimiento. Eso ya es insuficiente. Son los interpelantes los que se dedican a bruñir al presidente y los consejeros desde una rendida, insobornable admiración. La diputada socialista Nira Fierro es la más aventajada. Su pregunta es siempre la pequeña flor que adorna un sesudo análisis donde cita, como máxima autoridad en cualquier materia, al presidente del Gobierno. Pero siempre es así. Luis Campos se dirige a Román Rodríguez como a la Sibila de Cumas o a Lord Keynes, según tenga la mañana. Las diputadas que preguntaban -supuestamente- a la consejera de Educación, Cultura y Deportes por el proyecto legislativo para la reforma educativa del Gobierno de Pedro Sánchez se apresuraron a opinar largamente que les parece magnífico, como a la señora consejera, entre otras cosas porque cuenta con la mitológica comunidad educativa (que no se cuente con el PP resulta obviamente irrelevante). Y así todo e incesantemente. Es asombrosa la dejación de responsabilidad política como oposición parlamentaria de Coalición Canaria y el Partido Popular, que tienen un origen muy similar: carencia de liderazgo, carencia de programa, carencia de una estrategia política definida para maximizar su trabajo en la Cámara y construir una alternativa de gobierno que ahora mismo no existe ni es previsible que se materialice en un futuro próximo. El Gobierno empieza a sentirse invulnerable y razonablemente eterno: la tentación de coalicionalizarse como única alternativa a sí mismo es demasiado fuerte. Es dudoso que la resista.

Por lo demás todo bien. Román Rodríguez fue optimista un rato y pesimista después y, en medio, aseguró que estaba seguro que no se aplicaría el impuesto sobre tráfico aéreo en Canarias, porque somos distintos, aunque no quedó claro si somos distintos y por eso no se aplicará o no se aplicará el impuesto y por eso somos distintos. La consejera de Agricultura y Pesca habló de la sequía pertinaz y al cronista se le antojó que solo él recordó el origen de la expresión en los discursos del Caudillo por la gracia de Dios, y empezó a dolerle cada hueso de la espalda. Francisco Déniz repasó de nuevo entre sus manos el santo rosario de los tópicos y chascarrillos de la izquierda antes incendiaria y ahora bombera. Y la consejera de Sanidad, Teresa Cruz, ofreció un relato de la crisis del coronavirus que no quiso ni pudo ser contestada por los grupos de la oposición parlamentaria. El análisis más o menos compartido por todos los portavoces es que la gestión de la crisis -que todavía no alcanzado su apogeo- se había desarrollado razonablemente bien, y la consejera, habitual diana de las críticas de CC, el PP y Vidina Espino, salió obviamente reforzada de la sesión parlamentaria. Mañana (hoy para ustedes) habrá más si la autoridad lo permite y el coronavirus no lo impide.