Debate del estado de la nacionalidad | Examen de fin de legislatura

Un relato, una crítica y el Señor Oscuro y Mal Rasurado

Ángel Víctor Torres, que no es un gran orador, puede no ganar inequívocamente un debate, pero nunca lo pierde del todo

Un relato, una crítica y el Señor Oscuro y Mal Rasurado

Un relato, una crítica y el Señor Oscuro y Mal Rasurado / Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

El pleno sobre el estado de Canarias es un pequeño rito tan aburrido, por lo general, como una misa anglicana. Es como un concierto de Shakira, un diputado en calzoncillos, un bolsón de Higgins: visto uno vistos todos. Este año es, además, el último de la legislatura, con las elecciones autonómicas a tres meses vista. Vaya usted a saber por qué razón a las teles, radios y periódicos les interesa sobremanera esta poco rutilante ceremonia de la confusión. No se ve un alma en la tribuna de prensa (si se admite que los periodistas tengan alma) durante un debate sobre el REF, la aprobación de la ley de Cambio Climático o las controversias de la política de vivienda, pero llega el DEN –los jefes de prensa listos lo llaman así– y esto se peta de periodistas, y el pobre cronista se ve abocado a buscar una silla en la tribuna de prensa, y encuentra una de las últimas libres casi al final del pasillo, entre los campamentos de cables y enchufes de dos emisoras de radio. Pocos minutos después llegan invitados que también agobian la tribuna: el presidente del Consejo Consultivo, el diputado del Común, el comisario de Transparencia y otros caballeros más o menos inverosímiles compartían el espacio con el presidente del Cabildo de Tenerife, Pedro Martín; el alcalde de La Laguna, Luis Yeray Gutiérrez; la delegada del Gobierno de Canarias en Madrid y exdiputada, Dolores Padrón, o la directora general de Dependencia y Discapacidad, Marta Arocha, todos dispuestos a aplaudir las nuevas y viejas nuevas de Ángel Víctor Torres.

Un relato, una crítica y el Señor Oscuro y Mal Rasurado

Un relato, una crítica y el Señor Oscuro y Mal Rasurado / Alfonso González Jerez

El presidente, según el ceremonial, entró en el salón de plenos seguido por una nube de fotógrafos y camarógrafos, como si fuera un extraterrestre, y Torres saludó –también forma parte del rito– a la bancada opositora, estrechando las manos de José Miguel Barragán y Pablo Rodríguez y como estaba cariñosón también saludó a Nieves Lady Barreto y hasta a Narvay Quintero que pasaba por ahí. Si lo dejan saluda a todos los diputados de Coalición y tal vez a los del PP incluso. Después comenzó a hablar. Y fue el mismo Torres que siempre. Hay algunos que después, en los pasillos y en las terrazas, señalaron que su discurso fue deshilvanado, ligeramente errático, débilmente surrealista, poco argumentado y a ratos –por supuesto– falaz. No les falta razón. Pero hay una explicación de que Torres –que no es un gran orador– puede no ganar inequívocamente un debate, pero nunca lo pierde del todo.

La razón es que Ángel Víctor Torres tiene un relato. Es un relato que todos hemos caricaturizado –ayer lo hicieron en distinta medida ambos portavoces de la oposición– pero que funciona en la Cámara y en los titulares de prensa y en los subtextos de sus intervenciones. Es un relato –también– que no es obra de sus colaboradores en el partido, ni de su equipo de comunicación, sino de su intuición política. Y como todo relato que se precie es muy sencillo: soy un hombre justo al frente de un gobierno progresista que he tenido que sortear innumerables catástrofes (táchese aquí lo que proceda o no) y lo he hecho y encima ha bajado el paro y tengo, mijitos, ayudas y subsidios para todos. ¿Parece poca cosa? Sin duda lo es. Pero como relato –el sencillo martirologio de un presidente que sufre y resiste y se recupera con su pueblo después de una pandemia mundial, una crisis económica, una erupción volcánica y los efectos de una guerra de la que hablan todo el día en la tele– es más que suficiente. Estos desastres exógenos de su mandato –que no cabe achacarle– se convierten según esta astuta narrativa en sus talismanes. Valió la pena, dijo ayer Torres varias veces, como si fuera Marc Anthony, redondeando y perfeccionado más su cuento, que integra la épica, la lírica y la dramática.

Y ese es el sorprendente problema de la oposición. No tienen un relato alternativo. El del presidente les ha parecido siempre risible –y es imposible no soltar alguna vez una carcajada– pero ha devenido moderadamente eficaz. Por ejemplo, si se examina el discurso de ayer del portavoz de CC, José Miguel Barragán, se puede entender lo dicho. Galápago político con triple concha a toda prueba, Barragán es quien controla en realidad su grupo parlamentario e impuso, desde el principio de la legislatura, una oposición laboriosa, moderada y dialogante que puntualmente ha mostrado –inevitablemente– alguna dureza. Ayer hizo un buen y coherente discurso crítico que puso en apuros a Torres en varios asuntos (sanidad, pobreza severa, movilidad, Marruecos y defensa de intereses canarios frente a Madrid, políticas sociales que pasan por asistenciales, el inocultable desastre en la gestión de fondos europeos, la pasión por la propaganda de un Gobierno siempre encantado de haberse conocido) y apenas fue replicado. Pero en la intervención de Barragán, que cuestiona críticamente un Gobierno sin proyecto claro para Canarias, no se avizora una alternativa. Su actitud es el de un correcto, avisado y estudioso portavoz, capaz de ironías y retrancas no especialmente sutiles, pero resulta imposible entusiasmarse con sus críticas y sus propuestas para «hacer las cosas mejor porque se deben y se pueden hacer mejor». Es uno de los costes que ha debido pagar Coalición Canaria por no tener a su líder máximo –el secretario general y candidato presidencial Fernando Clavijo– sentado en el Parlamento. Un coste aún más notorio en estos lances de final de legislatura. Diríase que Barragán lleva bien montadas sus críticas, como un boticario lleva bien embotellados sus mejunjes, pero si encuentra alguna debilidad chunga en las intervenciones presidenciales evita señalarlas porque no quiere – su señoría sabrá por qué– provocar malos rollos demasiado acentuados. Por ejemplo, Torres, tal vez en un momento de despiste, sostuvo más o menos explícitamente que nombrar a alguien para un cargo no significaba asumir ninguna responsabilidad política respecto al mismo. Respondía así al reproche apenas velado de Barragán que le recordó que el nombró –y no solo destituyó– a Thaiset Fuentes director general de Ganadería. «¿Uno es responsable político de quien nombra? Yo creo que no, señor Barragán?» En ese momento murieron cuatro gatitos descendientes de Norberto Bobbio y dos jilgueros que tuvo en casa Hans Kelsen y rápidamente Gustavo Matos los metió bajo la alfombra. Barragán, ya les digo, ni mú.

El llamado caso Mediador solo ocupó un párrafo y medio del discurso del presidente, que aclaró dos cosas: primero, que el Gobierno todavía no puede técnicamente personarse en la causa, pero que lo hará en su momento, segundo, que lo hará también el PSOE. Los coalicioneros no quisieron transformar el purulento escándalo socialista, cuya investigación judicial todavía está activa y que ha tenido una proyección nacional que aumentará en las próximas semanas, en un asunto central del debate. Barragán se hizo un lío con un vídeo por el que le preguntó a Torres donde supuestamente aparecía el exdirector general de Ganadería. Humildemente el cronista reconoce que la pregunta del portavoz de CC estaba formulada con tanta prudencia y contención que no se enteró si Torres pudo haber visto un vídeo, o lo debió ver Fuentes, o el vídeo debió ver a Torres, o Fuentes no veía nunca vídeos o el vídeo mató a la estrella de la radio.

Escándalo

En cambio, por supuesto, cuando llegó el Señor Oscuro y Mal Rasurado el escándalo putrefacto de los Fuentes llegó a su clímax. Manuel Domínguez se lanzó de cabeza, apenas a cuatro minutos de empezar su discurso, sobre el caso Mediador. Empezó con ese juego cansino de comparar a Pedro Sánchez con Ángel Víctor Torres como entidades malévolas que colaboran dispuestas a destruir a España y a Canarias con tal de seguir en el poder. Domínguez apenas se tomó un respiro antes de comenzar para tachar el discurso de Torres como triunfalista, victimista, hueco y carente de autocrítica. Le afeó la conducta a Torres y al PSOE porque las propuestas reiteradas del PP han recibido «el desprecio, el rechazo tajante y, en ocasiones, la burla». Si uno asesorara al señor Domínguez le recomendaría que no admitiese él mismo que se burlan de su partido, pero que Núñez Feijoo me valga si alguna vez se me ocurre hacerlo. «Yo sigo tendiendo mi mano, aunque se me empieza a cansar». Vaya, no solo lo vacilan, sino que está a punto de sufrir una tendonitis. Finalmente Domínguez descubrió de nuevo –ya lo dijo el pasado año– que Torres está secuestrado por Sánchez. A veces colaboran, a veces uno secuestra a otro, a veces –probablemente– bailan con brujas y machos cabríos a media noche. Y a la luz de la luna, porque a qué precio está el suministro eléctrico. Por supuesto, el presidente recordó que Domíguez y los suyos eran de derechas. ¿Qué más se puede decir? La disputa teológica duró varios minutos más pero el cronista ya había huido despavorido.

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