Entrevista | Blanca Garcés investigadora sénior del área de migraciones de CIDOB

Blanca Garcés: «El miedo a la extrema derecha espoleó el pacto migratorio»

La investigadora sénior del Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB) Blanca Garcés presentó ayer en Casa África las conclusiones del proyecto ‘Bridges’, que sostiene que la cobertura mediática de las migraciones pegada a la emergencia no ayuda a empatizar con las personas que migran

Blanca Garcés, en Casa África, en la capital grancanaria.

Blanca Garcés, en Casa África, en la capital grancanaria. / LA PROVINCIA / DLP

Isabel Durán

Isabel Durán

¿Qué peligro conlleva el uso de términos como avalancha, oleada o, incluso, invasión en los medios de comunicación y en los discursos políticos a la hora de hablar de inmigración?

Hablar de avalancha o de invasión crea la idea de que están llegando en grandes números y habrá efectos en los lugares de destino, cuando la realidad no es esta, pues la mayor parte de las migraciones en África son internas. Con esa idea de la invasión creamos una sensación de amenaza, a pesar de que las migraciones no solo se dan por las condiciones en los países de origen, sino también por las de los países de destino. Hay una relación directa entre la necesidad de trabajadores migrantes en los mercados laborales de los países de destino y el aumento de las llegadas. Existe un hambre insaciable de trabajadores migrantes, es decir, precarizados y que están dispuestos a ocupar aquellos empleos que la gente local ya no quiere.

Cómo ha evolucionado la representación de las migraciones en los medios de comunicación a lo largo de los años.

Ha cambiado mucho. Ahora se problematiza la inmigración en los debates y las narrativas mediáticas y políticas. Las narrativas están cada vez más alejadas de la realidad y responden más a miedos que a problemáticas. Las políticas se quedan en gestos y no abordan los problemas. Buscan construir una retórica a la caza de votos, intentando dar respuesta a los supuestos deseos y miedos de sus potenciales votantes.

¿Qué papel juegan las narrativas migratorias en la percepción que tiene la sociedad de los migrantes?

Tienen un impacto directo sobre la opinión pública y sobre cómo piensan, sienten y hablan de las migraciones las personas a título individual. El papel de las redes sociales es fundamental, porque no crean narrativas nuevas, pero amplifican las que aparecen en los medios de comunicación y en el debate político. Además ayudan a polarizar las perspectivas, metiéndonos en burbujas en las que solo encontramos el eco de aquellos que piensan como nosotros. Hay que escuchar también los malestares, que no se pueden tapar con una sencilla frase al estilo «son unos racistas». Esos malestares hay que escucharlos, abordarlos y explicarlos, porque si no los explicamos van a ser explicados por la extrema derecha, que tiene un mensaje consistente y unas estrategias pensadas, que acaban dominando las inquietudes que van más allá de la inmigración. En este contexto es donde la inmigración se convierte fácilmente en chivo expiatorio.

¿Qué se puede hacer para cambiar la narrativa y contar de una forma ética y responsable el fenómeno migratorio?

Los testimonios personales y las historias contadas por las propias personas migrantes son fundamentales. Estas narrativas testimoniales tienen un efecto positivo porque crean identificación. Permiten que las personas empaticen y entiendan la experiencia de los migrantes. También es fundamental explicar y explicar, no es solo contar y dar datos, porque los datos descontextualizados no sirven para entender.

¿Por qué no se ve igual la llegada de refugiados ucranianos a España que la llegada de refugiados malienses o sirios?

Siempre pongo el ejemplo de 2015 y 2022. En 2015, un millón de solicitantes de asilo se percibió como una gran crisis migratoria y de refugiados, ante la que Europa dijo basta en pocos meses, pero en 2022 la llegada de más de cinco millones de ucranianos no se percibió como una crisis migratoria. Esos refugiados eran percibidos como cercanos culturalmente, blancos, europeos, rubios y con ojos azules. Eran mayoritariamente de clase media, salían en coche y con sus mochilas, que eran las mismas que las nuestras. Además, antes de ser refugiados, los ucranianos eran migrantes económicos en Europa y eran migrantes altamente deseados, pues ocupaban empleos no deseados y no ocupados por los nacionales en países como Polonia o Alemania. Cuando pasaron a ser refugiados también sirvieron para dar respuesta a estas demandas crecientes en el mercado laboral. También daría una tercera razón, que es que la guerra de Ucrania es distinta en sus implicaciones geopolíticas a la guerra de Siria. La guerra de Ucrania se percibió como una guerra europea, que en cierta forma también era un Putin contra Occidente.

¿Por qué se instrumentaliza la migración desde la política?

En 2024, el 51% de la población mundial está llamada a las urnas. Entre más cerca están unas elecciones, más se habla de inmigración, independientemente de las llegadas, porque hablar de inmigración moviliza votos. Cada vez más las elecciones tienen que ver con deseos y miedos más que con proyectos de futuro. En esos miedos y esos deseos, las migraciones juegan un papel fundamental, independientemente de los números. Hablar de migraciones desde determinadas perspectivas permite ganar votos o se percibe como una manera de ganar potenciales votantes. Los discursos y las políticas migratorias responden cada vez más al intento de ganar votos y de complacer a los potenciales votantes.

¿Por qué cuesta tanto llegar a un acuerdo para repartir la responsabilidad de las migraciones entre las comunidades autónomas o entre los países miembros de la Unión Europea?

En el caso de la Unión Europea tiene que ver con esa tensión entre el bien común y la responsabilidad común en el espacio Schengen, que es un espacio compartido y sin fronteras internas. En el momento en que compartes un espacio con fronteras exteriores comunes tienes que gestionar las migraciones y el asilo de forma común. Por un lado existe este proceso de europeización y de integración europea, que incluye decidir de forma conjunta sobre las migraciones; y, por otro, una tendencia de repliegue nacional y soberanista, de reclamar por encima de todo que las migraciones deben ser un tema de competencia y responsabilidad nacional. También hay otra cuestión importante que es la Europa del Este muy reticente a la inmigración, que dificulta la capacidad de acordar algo tan fundamental como esa corresponsabilidad. Esto no se resuelve con el pacto europeo de migración y asilo, pues se ha acabado acordando una arquitectura complicada de solidaridad a la carta.

¿Y en el reparto de menores entre las comunidades autónomas?

Aquí se genera una dinámica que tiene que ver de nuevo con el discurso de reducir responsabilidades. Por otro lado, está esa parte de los discursos y las narrativas de no querer presentarse delante de los potenciales votantes como una comunidad autónoma, inclusiva, abierta y que está destinando una parte de recursos a una población que pueden llegar a considerar ajena. 

¿Qué influencia ha tenido la narrativa de la extrema derecha en la arquitectura del pacto europeo de migración y asilo?

Creo que el impacto no ha sido en la arquitectura del pacto y en el contenido acordado, sino en la urgencia de tener pacto. El pacto tiene un doble objetivo: mostrar consenso entre Estados miembros y mostrar determinación en el control de la frontera. El miedo a la extrema derecha expoleó el pacto migratorio, pero no está directamente relacionada con el contenido acordado. Eso sería darle demasiada responsabilidad y centralidad a esa extrema derecha. Vemos una deriva hacia posiciones cada vez más securitarias y antiinmigración y eso no solo tiene que ver con la extrema derecha. Sí es verdad que el auge de la extrema derecha empuja más en esa dirección de forma equivocada a veces.

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